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01/02/2024
Surazo

Evo, el destructor

Juan José Toro
Juan José Toro

Conocí personalmente a Evo Morales en la campaña electoral de 2005. Llegó sin anunciarse hasta la Redacción del periódico junto a Álvaro García y entrevisté a ambos por separado.

Me pareció una persona cargada de sueños, pero algo ingenuo. Estaba seguro de que iba a ganar las elecciones por mayoría absoluta y me dijo que, luego de eso, convocaría a una Asamblea Constituyente para aprobar una nueva Constitución Política del Estado, una que sean tan inclusiva que admitiría a todas las naciones originarias. Aquella vez, resté importancia a la dureza de sus facciones porque supuse que eran el resultado de la vida difícil que había llevado antes de ser elegido diputado.

Hasta ese momento, Morales era un mimado de los medios. Salía constantemente en las noticias y todo lo que hacía o decía tenía lugar privilegiado. Eso se acabó en los primeros meses de su presidencia porque, como resultado de las largas horas que le dedicaba al trabajo (recuérdese que llegaba a Palacio antes de que salga el sol y permanecía hasta pasada la medianoche) sufrió un desvanecimiento y, lógicamente, eso se publicó en toda la prensa nacional. No era cosa del otro mundo. Era el presidente y todo lo que se refería a él era noticia nacional, pero no lo entendió así. Criticó duramente a la prensa por haber publicado lo del desmayo y comenzó a hablar mal de ella.

La relación siguió descomponiéndose hasta 2007, cuando se reunió en Cochabamba el “quinto encuentro de la red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad” que emitió una declaración altamente ideologizada en la que se consideraba enemiga a la prensa que aún hoy se llama independiente. Se le puso una larga lista de rótulos y el propio presidente declaró, al terminar el encuentro, que los medios de comunicación de entonces eran sus enemigos y anunció que conformaría una red de ellos que informaría con la verdad. Lo que no dijo entonces, pero quedó perfectamente claro, es que Evo Morales consideraba que su verdad, la suya, era la verdad universal, la de todos, y, por tanto, quien no repitiera esa verdad se convertía en su enemigo, y había que destruirlo.

La destrucción, y lo que ella conlleva, fue un rasgo del Gobierno de Evo Morales porque, para construir el país que quería, primero debía destruir el que ya existía. Pero esa destrucción no comenzó entonces, sino que se había iniciado años antes, mediante un sistema sindical de protesta como el bloqueo de caminos. 

Liderando las seis federaciones de cocaleros del Chapare, Evo Morales le impuso al país los más grandes bloqueos de su historia y nunca le importó sus consecuencias. Fue indolente con niños, ancianos y enfermos que sufrían por el corte de rutas y ni siquiera se inmutó cuando un productor fue a arrojarle a su mesa algunos los plátanos que se habían podrido en sus camiones, varados por el bloqueo.

Los bloqueos le dieron resultado, porque fueron uno de sus caminos hacia la presidencia. Todo parece indicar que ahora repite la fórmula porque no le importó que se haya alcanzado un principio de acuerdo para las elecciones judiciales: va a mantener el bloqueo porque su objetivo es volver a sentarse en la silla presidencial.

Ya no es aquella persona ingenua que me contó sus sueños en mi oficina del periódico. La dureza de su rostro, que yo ignoré aquella vez, refleja sus verdaderos sentimientos, aquellos que lo acompañaron en su dilatada presidencia.

Creo que hay motivos para sentir miedo. 

Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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