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El Satélite de la Luna | 02/05/2020

Estado laico y libertad de culto en tiempos de cuarentena

Francesco Zaratti
Francesco Zaratti

Como era previsible, surgió la controversia entre Estado e Iglesia acerca de las restricciones al culto dictadas mundialmente como consecuencia del distanciamiento social.

Algunos sectores de la Iglesia (los obispos italianos, por ejemplo), en el momento de flexibilizarse las restricciones de transporte y trabajo, han exigido, en nombre de la libertad de culto, que se autorizara también la reapertura de los templos, manteniendo, desde luego, los cuidados usuales para evitar el contagio.

“No solo de pan vive el hombre”, interpela la Biblia, y, cabalmente, para recibir el alimento espiritual se pide reabrir los templos. ¿Acaso Jesús mismo no enseñó, a propósito de la observancia del “confinamiento” del sábado, que el hombre está antes que la ley?

Sin embargo, esa exigencia plantea elementales preguntas logísticas: ¿quién tiene derecho a participar en el culto (misas, bautismos, bodas) si la capacidad de los templos no permite el ingreso de todos? ¿Se harán reservas? ¿Con base en qué criterios?

Por su parte, el Estado laico coloca los templos, desde el punto de vista de la salud pública, en la misma categoría de cines, discotecas, museos y teatros, lugares de mucha concurrencia y elevado riesgo de contagio. El legítimo derecho al culto, parecen decir las autoridades, no puede estar por encima del derecho de los demás a no ser contagiados. Además, el Estado, apelando también a las Escrituras, podría recordarles a los obispos que las pías mujeres tuvieron que interrumpir el “culto” fúnebre al cuerpo crucificado de Jesús debido a las restricciones de circulación del sábado/pascua del 14 del mes de nisán del año 30.

El pasado martes el propio Papa Francisco ha intervenido en la controversia, instando a los fieles a cumplir disciplinadamente las normas dictadas por las autoridades. En el fondo, no parece justo reclamar por medidas que no pretenden ir “en contra” del culto, sino “en favor” de la vida.

En Bolivia, la presidenta Jeanine Añez ha invitado a la población a realizar una jornada de ayuno y oración para que Dios libere a nuestra patria del flagelo del virus. Las reacciones no se han hecho esperar: burlas irreverentes en las redes sociales; insinuaciones de que la exhortación presidencial tenía fines electorales (“la mamá que cuida de todos sus hijitos”); sarcasmo en torno a que muchas familias se ven obligadas a ayunar, y no solo un día. Tampoco faltó quien señalara que la Presidenta de un estado laico no debería ejercer funciones religiosas.

Al igual que cuando se repuso la Biblia en el Palacio, la invitación puede verse como una reacción legítima ante el (universalmente consentido) patrocinio de Evo a los cultos ancestrales.

Personalmente aprecio las buenas intenciones de Jeanine Añez por levantar el ánimo de la población, mayoritariamente cristiana, y creo firmemente en el valor y eficacia del ayuno y la oración, pero defiendo también las bondades de la independencia (que no implica separación) de Iglesia y Estado. Quien sabe, lo ideal hubiese sido que la invitación surgiese de líderes religiosos y no de la primera autoridad política del país.

En cuanto a la reapertura de los templos, en mi criterio, antes de atrincherarse detrás de derechos, habría que encontrar respuestas creativas que conjuguen las necesidades espirituales con el cuidado de la salud; utilizando los medios de telecomunicación para el culto y la catequesis y buscando formas creativas para que los fieles reciban la comunión fuera de la misa, con el concurso de laicos, hombres y mujeres, comprometidos con su fe.

En fin, es posible encontrar soluciones transitorias y permanentes a las necesidades del Estado y la Iglesia a través del diálogo y la lectura de los signos de los tiempos.'

Francesco Zaratti es físico.



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