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22/03/2021
Articulista Invitado

España, Chile y Birmania. La historia nunca miente

Aleix Echauz
Aleix Echauz

El 17 de julio de 1936, la división militar encargada de salvaguardar el protectorado español en Marruecos se sublevó contra el gobierno de la Segunda República Española. En febrero de ese mismo año se habían celebrado elecciones generales en España, las terceras desde el nacimiento de la joven república. El vencedor de los comicios fue el Frente Popular, una coalición de partidos y fuerzas políticas que iban desde el republicanismo moderado de izquierda hasta el socialismo y el comunismo. Esa victoria no sentó bien a los sectores militares, tradicionalmente escorados hacia posiciones conservadoras cuando no reaccionarias y seguidoras del incipiente movimiento fascista que empezaba a propagarse por toda Europa.

Tras la sublevación, el Ejército español en Marruecos se puso a las órdenes de un general que por aquel entonces se hallaba en Las Palmas, en el archipiélago de las islas Canarias. Ese general se llamaba Francisco Franco. Fue despertado en la madrugada y le anunciaron que las guarniciones de Tetuán, Ceuta y Melilla se habían alzado contra la República. Por aquel entonces la derecha española ya había perdido la fe en la legalidad Republicana. La división en la sociedad por la puesta en marcha de iniciativas políticas polémicas en aquellos tiempos, y la sucesión de revueltas y conflictos sociales, caldearon aún más el ambiente.

Al día siguiente, la sublevación se extendió al resto de España, aunque solo se alzarían cuatro generales de división de los veinticuatro que había. Santiago Casares Quiroga dimitiría ese mismo día dando paso a José Giral como nuevo presidente del gobierno. A pesar de que eran pocas las regiones militares que se habían alzado, los sublevados contaban con la división del Ejército de Marruecos, que por aquel entonces era el más numeroso de todos. La rápida respuesta de las divisiones todavía leales a la República y de las milicias civiles evitó que los militares tomaran el poder de forma inmediata. Eso dio paso a la llamada Guerra Civil Española, que terminaría en abril de 1939 con más de medio millón de muertos y con Francisco Franco al frente de una sanguinaria dictadura fascista que duraría hasta su muerte, en 1975.

El 11 de septiembre de 1973, Chile se despierta viendo como su segunda ciudad, Valparaíso, ha sido tomada de madrugada por las fuerzas armadas. En la capital Santiago, el presidente del país Salvador Allende, pronuncia alrededor de las 10:15 el que sería su último discurso, en radio Magallanes, ya siendo consciente de que posiblemente esa iba a ser la última vez que se dirigía a la nación. Allende había salido vencedor el 4 de septiembre de 1970 de las elecciones, siendo el primer líder marxista que llegaba al poder por la vía democrática. Su victoria se produjo en un contexto de Guerra Fría en el que Estados Unidos, entonces comandado por Richard Nixon, no estaba dispuestos a permitir la presencia de un gobierno socialista en América.

Sobre las 11 de la mañana, tanques y aviones abrieron fuego sobre el Palacio de la Moneda. Por aquel entonces, la operación FUBELT llevada a cabo por Augusto Pinochet, la CIA y demás militares chilenos ya era una realidad. El propósito de derrocar al gobierno democráticamente electo de Allende estaba en marcha. Un rato después de que Allende hubiera pronunciado su último discurso en la radio, el general Javier Palacios entró a la Moneda y se encontró a Allende sin vida. Si se había suicidado o había sido asesinado, eso ya es un misterio que difícilmente llegará a resolverse. Tras encontrarse con el cuerpo sin vida del Presidente, el general Palacios mandó el mensaje que se recordaría para la posteridad: “Misión cumplida, Moneda tomada, Presidente muerto”. Fue el preludio de la dictadura de la junta militar chilena que duraría hasta 1990, con innumerables violaciones de los derechos humanos y más de 30.000 víctimas.

El 2 de febrero de 2021 era la fecha prevista para que el parlamento de Birmania ratificara a los diputados electos en las elecciones, celebradas en el país asiático en noviembre del año pasado. La Liga Nacional para la Democracia, el partido de la entonces consejera de Estado Aung San Suu Kyi, había ganado con holgura. No obstante, el día antes, el ejército birmano capturó a Suu Kyi, el presidente Win Myint y al resto de ministros del gabinete, así como los diputados electos de la LND. El ejército declaró el estado de emergencia por el periodo de un año y declaró que el general Min Aung Hlaing sería la máxima autoridad del país.

Un día después a la insurrección militar, miles de birmanos salieron a protestar con la consecuente respuesta represiva de las fuerzas armadas. El 4 de febrero la junta militar bloqueó el acceso a Facebook y demás redes sociales, y dos días más tarde se cortó el suministro de internet en su totalidad. Todo ello para evitar la convocatoria masiva de concentraciones en las ciudades birmanas y para que las duras imágenes de represión y violencia no dieran la vuelta al mundo. Actualmente ya hay más de 200 muertos a causa de la represión en las protestas y más de 2.100 detenidos.

¿Que por qué estoy mencionando estos tres sucesos históricos? Por una razón muy sencilla. Porque estos sí son ejemplos de golpes de Estado, y porque la historia nunca miente.

Aleix Echauz es periodista español, reside en Bolivia.



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