El motivo más evidente que convenció a casi tres 3,4 millones electores a votar por el MAS en 2020 fue la suposición o las desesperadas ganas de creer que el candidato Arce Catacora era, como él lo proclamaba en las esquinas, un verdadero prodigio de las finanzas públicas.
El paulatino desgaste de los tiempos de bonanza, más los desastres sanitarios, económicos y políticos de la pandemia y del gobierno interino de Añez hicieron olvidar la avalancha de atropellos, corruptelas y abusos que cargaba el régimen, y abrió el campo para su retorno.
Esas ganas de aferrarse a la suposición de que los gobernantes sabían lo que estaban haciendo y que más pronto tarde algunas de sus medidas aliviarían la elevación incesante de precios, la falta de divisas, las colas interminables por diésel y las cíclicas filas por gasolina le han permitido sobrevivir hasta aproximarse al momento de entregar una administración inflada, pésima y caótica, con reservas vaciadas y empeñadas, coronadas por sentimientos colectivos de incertidumbre y rabia.
Si Arce Catacora cumple su palabra de no huir, por al menos tres meses, lo más probable es que lo haga confiado en que la degeneración judicial cultivada por 20 años garantizará la lentitud, lenidad y torpeza suficiente para que los enormes indicios de que empleó recursos y poder del Estado para llenar a toda prisa las alforjas familiares, amontonando títulos de haciendas, inmuebles, depósitos bancarios, sean considerados insuficientes por investigadores y juzgadores.
No puede, sin embargo, descartar completamente el riesgo de que, como ya está ocurriendo con juicios de gobernantes anteriores, encerrados por años y que ahora ven volar sus trámites por recuperar la libertad, su expediente caiga en manos de un juzgador decidido a probar con su caso que la justicia cambió y que ahora sería independiente.
En los tiempos y ritmos bolivianos esos tiempos parecen, en este momento, demasiado lejanos porque, previamente, nos toca seleccionar a cuál de los dos sobrevivientes de la filtrada del 17 de agosto tendrá el incomparable gusto y privilegio de hacerse cargo de las deliciosas responsabilidades de gobierno que tanto ansían y por las cuales se enzarzan en encarnizadas escaramuzas.
Sigo pensando que hasta esta última semana de septiembre la política y aritmética continúan favoreciendo a los ganadores de la primera vuelta, puesto que tienen la posibilidad de un acceso más llano y natural a los que votaron por algún candidato masista o respondiendo al nulo (no blanco) convocado por Morales Ayma.
Si se mantiene un parecido nivel de participación al de agosto bastará un 80% de traspaso espontáneo (no ordenado por dirigentes) de tales votos. El principal riesgo para esta candidatura es que sus potenciales nuevos apoyos prefieran abstenerse o expresar rechazo–nulo y o blanco), como deriva de la guerra de acusaciones y calumnias.
La candidatura de Quiroga tiene pocos recursos –si alguno– para neutralizar la imagen de apoltronado sobre una señorial nube juzga como tonta o fanática a esa mayoría de electores que respaldó al MAS durante estos años. El resquicio que le queda para ganar radica en crear un clima de opinión que reitere el efecto que logró Arce Catacora hace cinco años, de modo que se imponga el sentimiento de que sólo un supuesto mago económico y sus asistentes pueden detener o mitigar los dolores del empobrecimiento.
Como las propuestas de ambas candidaturas comparten el credo de que dolor será inevitable (y al menos una de ellas responde a una base que asume que además será bien merecido), los candidatos pueden al menos sospechar que el sufrimiento de una gran mayoría de la población–empeorará la ingobernabilidad y la “desgobernabilidad”, como lo perciben por unanimidad políticos y comentaristas.
Ese problema no solo se refiere a protestas callejeras, sino a la indisciplina y pretensiones de los nuevos legisladores de todas las bancadas, hasta un nivel que afecta al binomio de Lara-Paz en su mismo centro de conducción. Esto pasa justo en el momento cuándo el “héroe” y modelo de varios políticos bolivianos, el argentino Milei, al que idolatran, abierta o disimuladamente, va de tropiezo en tropiezo, con riesgo de que se le caiga la estantería.
En un mundo donde el genocidio del pueblo palestino avanza implacable y Trump extorsiona, entre otros a Corea del Sud exigiendo que invierta 350 mil millones de dólares en USA, o la deja desprotegida ante su inmediato vecino, los electores en Bolivia bebemos cotidianamente dosis concentradas de desinformación, nimiedades y patrañas, como aperitivos de la segunda vuelta.
Roger Cortez es docente universitario e investigador.