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Mirada pública | 16/08/2025

Entre la mesa y la jaula: Bolivia ante el Mercosur

Javier Viscarra
Javier Viscarra

En los foros de integración regional, el Mercosur sigue siendo, para algunos, la gran mesa donde los países del sur conversan, negocian y se reconocen como socios en un mismo destino; para otros, una mesa cada vez más pesada, donde cada acuerdo requiere la bendición unánime de todos sus miembros, incluso en asuntos que, en teoría, cada Estado debería decidir soberanamente. Bolivia, que aún es un Estado en proceso de adhesión, observa esa dinámica con cierta mezcla de aspiración y cautela.

Lo curioso es que mientras en el discurso del oficialismo saliente se celebra la inminencia del ingreso pleno, el calendario interno del Mercosur marca una realidad más compleja. El protocolo de adhesión fija un plazo de 180 días para que el país presente un cronograma de incorporación del acervo normativo del bloque, con miles de normas acumuladas en más de tres décadas.

Bolivia ya ha superado con holgura ese plazo sin entregar un plan claro, ni siquiera un esbozo. La Cancillería, que debería liderar esa titánica tarea, no cuenta con el equipo técnico necesario para revisarlas, armonizarlas con la legislación nacional y detectar incompatibilidades con la propia Constitución. Lo que ha habido son más actos protocolares que avances sustantivos.

No sería descabellado pensar que más allá de la retórica se deja languidecer el proceso como una estrategia implícita; permitir que un próximo gobierno, que asumirá en noviembre de 2025 pero que probablemente no podrá reorganizarse hasta 2026, encare la cuestión con su propio enfoque.

Un gobierno que, según se anticipa, buscará renovar profundamente el aparato público, especialmente en áreas económicas y diplomáticas, y que podría revisar la adhesión al bloque con criterios menos ideológicos y más pragmáticos después de dos décadas de improvisación.

En ese debate hay miradas contrastantes. Una entiende al Mercosur como una oportunidad estratégica para Bolivia, acceso a un mercado ampliado y cierta coordinación política. Otra, más prudente, ve con optimismo la cooperación educativa y cultural, pero teme que el bloque funcione como una “cárcel comercial” que impida al país negociar acuerdos bilaterales con potencias como Estados Unidos, China o la misma Unión Europea, sin antes obtener el consentimiento del grupo bajo la fórmula “4+1”. Uruguay ya vivió algo parecido. Estuvo a punto de concretar un acuerdo con China, pero debió congelarlo ante las objeciones de sus socios. Ese ejemplo, no debe pasar inadvertido.

Hay, además, un factor de oportunidad política. La dinámica electoral en la región, incluida Argentina bajo Javier Milei, introduce nuevas tensiones y redefiniciones sobre el sentido mismo del Mercosur.

Milei ha manifestado posturas críticas hacia la burocracia del bloque y ha abierto coqueteos con aperturas unilaterales, lo que podría abrir grietas o, por el contrario, acelerar reformas. Bolivia, aún en la antesala, debe observar y analizar con atención estas señales.

Y hay otra carta sobre la mesa que, aunque poco mencionada, podría cambiar las reglas: la posibilidad de revisar aquello de someter el ingreso a referéndum. El Parlamento boliviano saliente ha sostenido que no es necesario, pero sus argumentos no son completamente sólidos. Si el próximo gobierno decidiera impulsarlo, la consulta podría convertirse en un verdadero plebiscito sobre el modelo de inserción internacional del país.

En todo caso, la adhesión no es un trámite. Es una decisión que condicionará la política comercial, industrial y hasta agrícola de Bolivia durante décadas. Una decisión que exige medir, con precisión quirúrgica, los beneficios y los costos. Integrarse con entusiasmo, pero también con pinzas, entendiendo que la cooperación no debe anular la libertad de acción, y que la integración, para ser verdadera, debe ampliar las posibilidades de cada miembro, no reducirlas.

La diplomacia boliviana tiene ante sí la responsabilidad de manejar este delicado equilibrio. Lo que está en juego no es solo un asiento en la mesa del Mercosur, sino la capacidad para insertarse en el mundo sin hipotecar su margen de maniobra.

Bolivia tiene la oportunidad de entrar al bloque con inteligencia estratégica aprovechando sus ventajas, porque la verdadera integración no encierra, amplía caminos. Y la política exterior no debería conformarse con una silla en la mesa si eso significa, al mismo tiempo, resignar la llave de la jaula.

Javier Viscarra es diplomático y periodista.



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