Casi todos los días adquirimos objetos y
servicios ofrecidos por empresas cuyos propietarios desconocemos y no nos
ocupamos en conocer porque están lejos, dispersos o ambas cosas. ¿Cuánto nos
afectaría que uno de los socios de Samsung haya sido acusado de corrupción, o
que el principal socio de la Ford sea racista? A la hora de elegir un televisor
o un auto priman otras consideraciones. Cuando ha habido boicots en gran
escala, como hace algún tiempo contra Nestlé o Nike, ha sido en protesta por
las actividades nocivas de la empresa, no la calidad de sus socios.
Hace dos décadas, sin embargo, oí decir a más de uno que no leía La Razón porque era de los Garafulic (parece mentira que ese medio haya sido un día de ellos). Ahora oigo a otros decir que no leen ese mismo periódico porque es de los García Linera. No sé si es cierto, pero sin duda la asociación que se hace entre el medio y el MAS espanta a mucha gente. En todo caso, la calidad de la información y de sus columnistas no debería impedir que conozcamos otras facetas de las verdades.
Cuando se trata de un medio en que depositamos la fe de que lo que nos cuentan se acerca a la verdad imparcial (una quimera), es natural que la decisión de qué leer se vea afectada por nuestras opiniones sobre los socios, quienes –así reza la sospecha– nos alimentan con las verdades que les interesan que se conozcan. Contra esta amenaza de sesgo siempre podemos defendernos cambiando de medio o acudiendo a más de uno.
Ahora, saltemos a la situación de dos servicios de los cuales muchos se han hecho dependientes: Twitter (ahora X) y Facebook (ahora Meta). Las dos empresas están fuertemente asociadas a las personalidades de sus líderes, Elon Musk y Mark Zuckerberg, ciudadanos norteamericanos relativamente jóvenes, cuyas decisiones y los algoritmos que usan sus empresas afectan el flujo de información del planeta y, por tanto, la formación de opiniones sobre todo tipo de cuestiones, frívolas y serias.
Facebook ya se ha convertido en una necesidad básica para una parte importante de la población urbana. Hay mucha gente cuya vida cotidiana es impensable sin chequear lo que sus amigos han posteado y, a su vez, postear para afirmar su existencia y asegurarse que son queridos (amor medido en likes por post). De las contorsiones en las que incurre mucha gente, incluso de la seria, por ese amor colectivo, ya se ha dicho bastante y no es materia de esta reflexión, que se centra más bien en la personalidad de uno de esos líderes: Elon Musk, hoy uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo.
Hemos visto en las noticias cómo hace no mucho él se hizo del control del entonces Twitter a través de una maniobra perfectamente lícita bajo las reglas del sistema capitalista. Si alguien quería pagar más, que lo hiciera. Hasta ahí, no hay nada que objetar. Es lo que han elegido los ciudadanos de ese país y no tenían por qué preguntarnos nada, por mucho que los cambios en esas empresas afecten a ciudadanos en todo el mundo. Ser enanos en la periferia del globo obliga a consumir lo que hay, como está.
Elon Musk es un sujeto verdaderamente notable, una especie de Leonardo da Vinci del capitalismo, que imagina, hace y vende (analice el lector esta afirmación buscando equivalencias no similitudes). Nacido en Sudáfrica de madre canadiense, se traslada de joven al país materno, donde realiza varios trabajos de baja calificación, se gradúa de una universidad estadounidense en física y economía, es aceptado en un programa de doctorado, pero lo deja dos días después para dedicarse al desarrollo de software.
Vende su primer producto, Zip2, con una ganancia de 22 millones de dólares, con los que inicia su segunda aventura, X.com, que después da lugar a PayPal, en la que gana 176 millones.
Nunca satisfecho, crea una empresa de navegación aeroespacial SpaceX, seguida de Starlink, se convierte en el accionista principal de Tesla, hoy el mayor fabricante de autos del mundo en valor de mercado. Después invierte en Boring (una empresa que hace túneles), Hyperloop y Open IA (la que ha lanzado el ya famoso chat GPT) y en su más reciente aventura, ya mencionada, gana el control de Twitter a través de una megaoperación financiera.
Gracias a la suma de sus notables éxitos, ha logrado acumular una fortuna de 200 mil millones de dólares, la mayor del mundo, pero con su control de Twitter, rebautizada X, su letra preferida, Musk ya no solo es un hombre muy poderoso por la influencia proporcional que les da el dinero a todos los de su condición, sino por el control que tiene de la información a través de los algoritmos de X. En los dos últimos años se ha reunido con los presidentes de Francia, Italia e Israel, el primer ministro de India y otros que cortejan su poder y sus inversiones. A sus 51 años es un hombre rico cuya influencia va más allá del dinero.
Musk se denomina un libertario, ha pasado de apoyar a los demócratas a apoyar a los republicanos, es antivacunas y entre sus excentricidades está la de haber bautizado a su hijo como X AE A-XII (no sé cómo se pronuncia, pero sus amigos le dirán X Joe). Él aparece en una entrevista con la BBC en una sencilla camiseta negra y botas de vaquero, se ríe todo el tiempo de cosas que él mismo dice y no parecen risibles; lo que podría dar la impresión de que es menos inteligente de lo que es, pero eso es solo un “estilo psicológico”. Los genios suelen tener el humor de los niños.
De hecho, Musk es, según los que lo conocen de cerca, una mezcla de niño, que sigue soñando con las posibilidades fantasiosas de sus juguetes de mejorar el mundo, y un magnate ególatra y despiadado, cuyo arrojo innovador sigue sorprendiendo.
De este resumen, es inevitable la conclusión de que Musk es un verdadero fenómeno en su capacidad de innovar y generar riqueza, alguien que ha llevado el “emprendedurismo” –término ahora de moda– a una inimaginable escala financiera y de relevancia política e impacto social. Sin duda, aunque todavía no se sabe a dónde va a llegar, es un personaje que es fruto y está marcando la historia de este siglo.
Ahora volvamos al comienzo. Sabiendo lo que se puede saber de Musk o Zuckerberg, que de hecho tienen mucho de bueno y de malo (o al menos poco agradable), ¿considerarías, querido lector, dejar de usar X o Meta porque uno de ellos es reprobado en tu juicio moral? Sospecho que no; que la mayoría seguiría usando esos servicios, aunque los dueños fueran Al Capone y Fantomas. Así nomás somos.