Las elecciones en Estados Unidos tienen una importancia mundial y sus resultados no se confinan a sus fronteras. Es por esa razón que los líderes de muchos países y aún las opiniones públicas siguen con mucha atención lo que pasa en el país del norte. Es más, aun no siendo electores, muestran sus preferencias por el uno o el otro candidato.
Dos candidatos tienen relevancia en la actual contienda electoral, Donald Trump, por el Partido Republicano y Kamala Harris, por el Partido Demócrata. Trump es un viejo gruñón y Harris es una candidata de permanente sonrisa.
Trump es un gran comunicador, pero muy poco informado, como aseguran los que han sido sus colaboradores más cercanos durante su presidencia (2016-2020) de lo que pasa en el mundo. Tiene también una letanía de problemas con la justicia.
Muchos dirán lo pasado pisado está y hay que mirar el futuro. Su extremo nacionalismo lo revelan sus posiciones antiinmigrantes, tratándolos de “veneno” para el país y generalizando la acusación de que son violadores y criminales. Ignora que las estadísticas muestran que la tasa de criminalidad es más baja entre los inmigrantes que entre los nativos americanos.
Su desprecio olímpico de los derechos
reproductivos de las mujeres y sus ataques a aliados tradicionales de Estados
Unidos no dejan de llamar la atención. Su anunciada política proteccionista, con
altos aranceles y debilitando el dólar frente a las monedas de sus socios
comerciales no augura nada bueno para el comercio mundial.
Su entorno no es mucho mejor. Bastaba con escuchar a los oradores de la convención
republicana de hace algunas semanas con sus declaraciones que producían
espanto. Lamentablemente el “jingoísm” o actitud agresiva contra los
extranjeros produce réditos electorales y es parte del éxito de Trump. Maneja
una propuesta de deportación masiva de los inmigrantes, sin darse cuenta de que
además del sufrimiento que produciría, tendría costos económicos muy grandes.
Ciudades como Nueva York, que viven de servicios, se paralizarían sin la mano
de obra inmigrante, como me lo hacía notar un distinguido profesor de la
Universidad de Columbia. Hay que decir que no sólo Trump emplea el discurso
antiextranjero, sino también muchos políticos de extrema derecha de países
ricos.
Lo sorprendente, en el caso de Estados Unidos, es que numerosos norteamericanos de origen latino lo apoyan, a pesar de lo mal que los trata. Supongo benévolamente que es porque no quieren que lleguen competidores que les pueden hacer perder sus puestos de trabajo o hacer bajar los sueldos.
Kamala Harris tiene una distinguida carrera como fiscal general de California, como senadora y como vicepresidenta. Se dice que como fiscal era siempre muy cuidadosa y respetuosa de los derechos humanos en sus imputaciones, lo que le ha valido ser tratada, por sus oponentes republicanos, de blandengue. Ojalá tuviéramos fiscales de ese calibre en nuestro país.
Una amplia mayoría la eligió como senadora por California. La mayor crítica es a sus años de vicepresidenta de Biden, porque no se hizo notar mucho. En todas partes, la Vicepresidencia es un segundo violín. La crítica también es que apoyaba sin hesitación al presidente Biden. Haber sido leal habla bien de ella. Las evaluaciones desapasionadas del Gobierno de Biden le dan buenas notas, salvo tal vez en el manejo de la guerra en Gaza. El problema de la frontera con México, que se le encargó, no se pudo resolver por el boicot de los republicanos y del propio Trump a la ley propuesta.
Los comentaristas políticos estadunidenses elogian la elección de Tim Walz como candidato a la vicepresidencia con Harris. Tal vez Walz no es muy conocido por el gran público, pero los que lo conocen subrayan su carácter conciliador. No se puede decir lo mismo de JD Vance, el candidato escogido por Trump.
Harris, en su entrevista con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu ha mostrado su temple y su independencia. Se espera también que ella le preste más atención a nuestra América Latina y al Caribe, tan desatendidas en los últimos años por los gobiernos americanos. No hay que olvidar que es hija de un jamaiquino
Juan Antonio Morales es PhD en economía.