(Escribí esta columna hace años, ahora la rescato como regalo para los amigos para que tengan un buen 2025)
Se puede tener muchas cosas materiales, poseer todo lo inimaginable, pero nada de eso adquiere valor si no se cuenta con amigos, con gente que esté al lado de uno en la buena y en la mala.
En el trayecto de la vida, los amigos son una suerte de nueva familia, conforman la familia agregada. Por ellos conocemos la solidaridad, la palabra de consejo, el aliento cuando desmayamos; a ellos les brindamos nuestro calor y reconocimiento. Unas veces los amigos están cerca. En otros casos, en especial para los que hemos vivido el exilio, los tenemos lejos, en otras latitudes, en otros países. Pero, igual, siguen siendo un referente para nuestras vidas.
Los primeros amigos deberían ser los hijos, la familia más cercana y, en especial, la pareja. Si ellos lo son, si ellos son amigos, la vida se abre mucho más fácilmente para todos nosotros. Al dato familiar se le agrega el elemento cualitativo de la amistad. Pero todos sabemos que convertir a los hijos y a la pareja en amigos es una tarea difícil. No imposible, pero, si es lograda, nos da mucha paz interior y nos otorga muchas alegrías.
Es necesario dar calor para recibir cariño, es preciso abrirse desde adentro para ser comprendido por el otro. No basta esperar las voces del otro, es necesario hacer oír la nuestra a los amigos. Es importante pensar en el amigo a quien le va bien, no para envidiarlo, sino para emularlo, para ser feliz con su triunfo, desterrando mezquindades que achican la estatura.
Pero es doblemente necesario estar al lado de aquellos a quienes les va mal, de quienes tropiezan en la vida. Muchas veces no necesitan ayuda material, sólo requieren cariño, calor y escuchar una voz amiga. Cuántas veces, en la hora mala, en los momentos de tristeza, de depresión, no hemos necesitado una llamada, una palabra que nos dé sosiego, un gesto de amistad que nos dé esperanza. Y, por suerte, la hemos tenido.
Cuántas veces no hemos salido adelante, sólo por la voz y palabra amiga de nuestros seres queridos, de la familia y de los amigos. En realidad, los amigos son la familia ampliada. Son ésos que dan más de lo que reciben, ésos que son felices con la compañía de los otros, ésos que se alegran con nuestros triunfos y sufren con nosotros cuando nos toca la hora mala.
Son ellos quienes tienen capacidad de dar consejo a nuestros hijos y ser oídos, a veces, mucho más que nosotros mismos, pues los hijos confían mucho en nuestros amigos. La amistad hay que practicarla, hay que darle tiempo y un buen lugar en nuestras vidas. Hay amigos de toda la vida que, aun pasando años, siempre están ahí como un referente nuestro.
Uno los quiere mucho, piensa en ellos, pero no siempre se contacta con ellos con la frecuencia que debería ser necesaria para regar, para reavivar la amistad y darle más intensidad. Pero en los momentos de la hora mala aparecen otros, muchos en los cuales uno no reparaba tanto y te dan el abrazo y la palabra cálida que cura heridas.
Es que no siempre conocemos todas las cosas de la vida. Cada día aprendemos algo, cada día se suma un aprendizaje. Hay que estar abiertos a aprender, a mirar en derredor nuestro, para darnos cuenta de que hay mucha vida, mucho por mirar, mucho por aprender.
Pues se aprende de todos: de los mayores, de los hijos, de los niños, de los unos y de los otros. Y en ese mirar, en ese aprender, en ese intento de entender a los otros, también se forja amistad. La amistad no hay que llenarla de silencios. Más bien es preciso decir lo que se deba hablar, hay que hacerlo, hay que abrir el corazón y expresar sin sonrojo todos los afectos.
A veces, lamentablemente, la vida y el tiempo se llevan a quienes habríamos querido decirles algo, a quienes deseábamos decir que los queremos. Por esos silencios podemos quedarnos con un nudo en la garganta, teniendo la certeza de que debíamos haber hablado, pero que no lo hicimos a tiempo, quedando callados sin expresar nuestros sentimientos.
A veces callamos esperando un mejor momento para hablar, pero parece que el momento óptimo hay que crearlo. Muchas veces no hay tiempo para esperar. Por eso reconozco y valoro el bien que nos hizo en la vida el poseer amigos. La amistad es uno de los bienes de mayor valor en la vida.