Siberia
(del ruso “siver”, viento frío) es una región que inspira recuerdos aterradores
de campos de concentración (los “gulac” de estaliniana memoria) y de desolados parajes
permanentemente congelados (la tundra), rodeados de extensos bosques, caudalosos
ríos y grandes lagos.
Siberia es El Dorado soñado por un “chanta” exministro, debido a que posee de verdad un océano de petróleo y gas en su subsuelo, casi 2/3 de la riqueza petrolera rusa. A propósito de chanta, ¿cómo no mencionar aquí el colorido consejo del músico John “Juke” Logan: “No dejes que tu boca firme un cheque que tu traste no puede pagar”?
Es tanto el gas metano de Siberia que se lo encuentra hasta en superficie, atrapado desde hace 200 mil años en el “permafrost”. El permafrost es bien conocido como un importante actor de reparto del cambio climático, por dos razones, una local y otra global.
Localmente, como efecto de la deforestación intensiva de Siberia desde los años ’60, la tundra ha ido perdiendo la sombra protectora de los bosques y, por estar más expuesta a la radiación solar, ha empezado a derretirse en los veranos. Adicionalmente, debido al calentamiento global que, como sabemos, resulta particularmente intenso en las regiones cercanas al Polo Norte, se ha acelerado ese descongelamiento, con el resultado de un incremento de las emisiones de gas a la atmósfera.
En efecto, el metano es un poderoso GEI (Gas de Efecto Invernadero), 25 veces más dañino que el dióxido de carbono, de modo que su emisión a gran escala retroalimenta el calentamiento global, socavando los tímidos esfuerzos de mitigación emprendidos a partir de las cumbres mundiales del clima.
Si la quema de combustibles fósiles -petróleo, gas, carbón y bosques- es la protagonista del Cambio Climático, el permafrost es su peor actor de reparto, cuyo aporte es, al mismo tiempo, efecto y causa del calentamiento global.
Como si eso no fuera suficiente, el calentamiento de la tundra ha tenido un efecto adicional, que ha cobrado notoriedad mediática en los últimos días gracias al descubrimiento, vía imágenes satelitales, de un enorme cráter de 50 metros de profundidad en una zona inhóspita de Siberia. No es el único ni el primer cráter que se descubre, tampoco el más grande; es tan solo el último (por ahora). De hecho, el llamado Batagaika (cercano a la ciudad de Batagai) tiene 1 km de ancho y casi 100 metros de profundidad. La aparición de esos cráteres se debe a la fuga de gas metano desde el interior de la tundra a causa del calentamiento global y a la acción de microbios que descomponen los hidrocarburos. El vacío dejado por el metano liberado crea un enorme cráter que, queriendo hallarle un aspecto científicamente interesante, revela la composición geológica de hace 200 mil años, aportando así al mejor conocimiento del clima prehistórico que guarda ciertas similitudes con la crisis actual.
El fenómeno del descongelamiento del permafrost es problemático porque no hay nada que el hombre pueda hacer directamente para contrarrestarlo. Solo queda reducir el calentamiento global ejecutando medidas de mitigación adecuadas, como la reforestación y la disminución de las emisiones de los GEI antrópicos en la atmósfera.
En Bolivia, además del “permafrost social” que se activa en las crisis y las exacerba, tenemos también un permafrost natural en el Pantanal, esas llanuras aluviales que emiten continuamente metano debido a la descomposición de materia orgánica. Los incendios forestales en esa zona pueden quebrar ese frágil equilibrio y hacernos corresponsables de mayores emisiones de ese gas, que es bueno para la economía, pero fatal para la atmósfera y el planeta.
Francesco Zaratti es físico.