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El Satélite de la Luna | 31/10/2020

El nuevo rol del gas natural

Francesco Zaratti
Francesco Zaratti

Ha quedado demostrado una vez más que la influencia de los programas de gobierno en una elección es insignificante porque pocos los leen y menos los entienden; sin contar con que el papel aguanta todo y otra cosa es con guitarra.

El programa del MAS, además de estar plagado de mentiras piadosas con el fin de justificar los desaciertos y derroches de la gestión de los últimos 14 años, tiene el pecado capital de mantener separados sectores como hidrocarburos, energías y medio ambiente que hoy suelen considerarse de manera conjunta e interrelacionada. De hecho, la fusión de Hidrocarburos y Energías en un solo ministerio sería un buen comienzo.

Es un hecho que la transición de las fuentes fósiles a las renovables es la respuesta mundial para mitigar el calentamiento global. Sin embargo, para Bolivia esa transición es también una necesidad ante el agotamiento del ciclo del gas que, durante los últimos 50 años, ha proporcionado divisas y rentas al país. Hoy, la eventualidad de hallar nuevas reservas solo podría dilatar la agonía, porque la extracción del gas y su disminuida exportación a los inciertos mercados regionales no son ninguna garantía para la estabilidad económica y energética del país a largo plazo.

Consecuentemente, es necesario redefinir el rol del gas natural en la transición energética que Bolivia debe encarar ya. Desde luego la exportación seguirá siendo una fuente de divisas y rentas para el funcionamiento del Estado, de modo que los ajustes vendrán del lado del mercado interno.

Se ha repetido hasta el cansancio que no tiene sentido generar electricidad con gas natural cuando se tiene abundantes fuentes de energía renovable. El tan cacareado superávit de potencia eléctrica instalada es consecuencia de una irracionalidad que deberá corregirse, manejando sagazmente los temas de tarifas y subsidios que condicionan las medidas requeridas.

Por cierto, reemplazar el gas por fuentes renovables (agua, sol y viento) obliga a cortar el cordón umbilical del rentismo, porque la electricidad no da regalías ni IDH, menos bonos. Sin embargo, lo que el Estado pierde en rentas lo gana en empleos, producción, inversiones e impuestos. En otras palabras, la transición energética puede acelerar el cambio de modelo de desarrollo que todos dicen anhelar. En resumen, las reservas de gas que aún quedan deben cumplir, mediante una especie de “sacrificio redentor”, la función de motor de la transformación del modelo económico.

Además de la generación eléctrica, que utiliza más del 40% del gas destinado al mercado interno, el gas se consume en las redes domiciliarias, la industria y el transporte (GNV).  Sin tocar las redes domiciliarias (“la energía para los bolivianos”), la industria que no depende del calor puede ser electrificada y el transporte diversificado. En efecto, gas, gasolinas, diésel, biodiésel de primera y segunda generación tienen cada uno su propio nicho si son capaces de convivir y, sobre todo, competir con los demás combustibles. En particular, el transporte eléctrico es una opción vigorosa y, en el caso de Bolivia, los excedentes de GLP pueden reemplazar técnica y económicamente la gasolina mucho mejor de como lo hace el polémico bioetanol. Para que todo eso se haga realidad, se precisa ajustes y cambios profundos en leyes y normas.

En ese contexto, referirse en detalle al plan de energía del MAS, ideologizado y carente de una visión holística del sector, y a sus propuestas, muchas de ellas impracticables, como la insistencia en la fallida industrialización y la apuesta a los biocombustibles, es una pérdida de tiempo. Sin contar con que a las inversiones externas hay que buscarlas y no esperarlas pasivamente con guirlandas de coca. 

Francesco Zaratti es físico.



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