A mis 15 años, cuando la crisis de los misiles en Cuba, me impresioné tanto por el eventual estallido de una guerra nuclear que dejé de estudiar y dormir durante varios días. Luego entendí que a los líderes de las naciones les queda siempre una pizca de cordura y responsabilidad, de modo que al final encuentran una salida no apocalíptica a las crisis que ellos provocan.
Creo que eso mismo sucederá con la crisis de Ucrania, lo que motiva a analizar las posible secuelas, geopolíticas, económicas y sociales, de la agresión de Rusia y, en particular, las implicaciones más probables del “nuevo orden energético mundial”.
Está claro el impacto sobre la comercialización de los hidrocarburos, como ha reflejado la subida del precio del barril de petróleo desde el comienzo de la invasión, por ser Rusia el mayor proveedor de gas a la Unión Europea (UE) y el tercer exportador de petróleo del mundo. Es sintomático que, a pesar de que las sanciones de los países de Occidente no han abarcado al sector energético, las tarifas de la energía se han disparados, poniendo en serios apuros gobiernos, usuarios y acuerdos acerca del calentamiento global.
Se ha dicho que, comprando a Rusia el gas que consume, la UE estaría financiando la destrucción de Ucrania, y es cierto. Pero es también cierto que, gracias a la aventura de Putin, la UE ha tomado conciencia de la necesidad de diversificar sus proveedores y tener mayor autonomía energética. A corto plazo, la UE reducirá los suministros de Rusia, importando gas de Argelia, Noruega y Asia, pero también LNG de EE. UU., que, como de costumbre, saldrá ganando de la guerra, lo mismo que China. Adicionalmente, auguro mayores avances en eficiencia energética, debido a la necesidad de ahorrar energía y de mayor investigación en ese campo.
A mediano plazo, se buscará mejor seguridad energética, complementando el renovado impulso a las intermitentes Energías Renovables No Convencionales (ERNC) con la “resurrección” de centrales atómicas en proceso de cierre e incluso de las a carbón. La necesidad tiene cara de hereje cuando se prioriza “energías de guerra” sin reparar en cuán “sucias” sean.
A más largo plazo, preveo un fuerte impulso al “hidrógeno verde”, generado de la electrolisis del agua con base en las ERNC y a la ansiada fusión nuclear, si la investigación y la economía lo permiten.
En fin, así reaccionan países que saben reconocer sus errores y aprenden de ellos para enmendarlos, a diferencia de otros países empantanados en nieblas ideológicas. De hecho, los impactos del alza de la energía no son alentadores para Bolivia y, sin embargo, nadie en el gobierno parece caer en la cuenta de la gravedad de la situación. De primer exportador de gas de la región, Bolivia está a punto de convertirse en importador neto de energía, debido a las crecientes compras de combustibles y la imparable caída de la producción de hidrocarburos.
Como muestra un botón: el Presidente de YPFB acaba de vaticinar que los ingresos por la exportación de gas serán este año superiores a los egresos por importar combustibles, pero olvida decir que casi el 50% de esos egresos se perderá irreversiblemente a causa del subsidio, la madre del cordero energético boliviano.
Sin embargo, no todas son malas noticias: el precio de la urea ha alcanzado valores que minimizarán los horrores cometidos con la PAU de Bulo Bulo y ofrecerán la oportunidad de exportar toda la producción de esa planta al mercado regional de fertilizantes, mientras haya gas y continuidad de producción.
Por todo lo anterior, insisto en la urgencia de emprender, antes de que sea tarde, un Plan de Transición Energética que permita al país hacer frente al inminente fin del ciclo del gas.
Docente e investigador Emérito en el Laboratorio de Física de la Atmósfera de la UMSA, especialista en temas energéticos y escritor