Parece que a Evo Morales le llegó el momento de enfrentar el límite de la inmoralidad, y sus delitos deberían ser juzgados. Decimos que parecería que esto puede suceder, usando el potencial, porque, conociendo cómo funciona la justicia boliviana, y considerando el reparto político en la administración pública, sus delitos podrían quedar impunes.
Si analizamos en abstracto, quien comete estupro incurre en un delito penal y debe ser llevado a la cárcel; quien se involucra en trata de personas, especialmente de niñas con fines sexuales, también debería ser juzgado y encarcelado. Alguien habituado a la pedofilia debería, al menos, recibir una sanción moral. Durante más de una década, Bolivia sabía que esto ocurría con el “Jefazo”. ¿Por qué no se hablaba abiertamente del tema o eran pocos los que señalaban los delitos? Simplemente porque el caudillo era dueño del poder, y quienes lo acusaban enfrentaban juicios y cárcel; el poder blindaba a Morales.
Pero Morales no actuaba solo; estaba rodeado de decenas de obsecuentes que facilitaban sus delitos y ocultaban las pruebas de sus obscenidades. Sí, muchos ministros y ministras, líderes sociales, dirigentes cocaleros y miembros de sus movimientos sociales actuaban como encubridores de los delitos penales del presidente de la República. Había otros cómplices: padres y madres de niñas, en especial del Chapare, que entregaban a sus hijas al “Jefazo” para que él cumpliera sus aberraciones.
Estas entregas tenían un precio: favores políticos y económicos para esos padres y madres que, al entregar a sus hijas, incurrían en trata de personas. Muchos dirigentes cocaleros no se inmutaban, afirmando que en las comunidades originarias es normal entregar niñas a hombres poderosos. Es importante aclarar que el Chapare no alberga comunidades indígenas originarias; se trata de centros urbano-rurales de campesinos mestizos que deberían ser conscientes de que Morales estaba violando la ley. Pero su silencio y complicidad se explican por su ceguera política e ideológica de apoyo a un líder manchado de aberraciones sexuales, y sobre todo, porque ese presidente les permitía seguir negociando la coca, moviéndola libremente como parte del circuito de la coca y la cocaína. Es decir, el narcotráfico también está presente en esta trama de delitos.
La obsecuencia y complicidad fueron enormes. No olvidemos los cánticos machistas de las ministras de Evo que celebraban sus aventuras sexuales, cantando alegremente y aplaudiendo que Morales “bajara el calzón a cualquiera” y que él dijera “Evo cumple”. Las ONG de género guardaron silencio absoluto ante esta serie de delitos penales. ¿Y las cooperaciones internacionales? Solo miraban el jersey del “sencillo presidente de Bolivia” sin ver que utilizaba helicópteros, decenas de autos blindados, guardias personales, que tenía un museo propio para exhibir sus camisetas de fútbol y construía un palacio con una suite grande para sus fechorías sexuales. Estos cooperantes aplaudían que un “indígena” hubiera llegado al poder (¿sabían si era indígena o no?). Estas cooperaciones, especialmente las europeas, emanaban un tufillo de mala conciencia colonial y apoyaban a Morales, mientras muchos diplomáticos querían hacer en Bolivia una revolución que no lograron en sus países. También ellos fueron cómplices por su silencio ante tantas violaciones a la ley por parte de Morales.
¿Por qué ahora todos hablan de los delitos sexuales de Morales? ¿Acaso hubo una revolución moral en toda la sociedad boliviana? No. Esto sucede porque Morales y sus obsecuentes ya no poseen el poder de antes y no pueden seguir ocultando lo que hicieron durante su gobierno. Además, las pugnas internas dentro del MAS, llenas de inmoralidades, facilitan que se conozcan los detalles de cómo Morales violaba la ley.
El resultado de todo esto es que una gran parte de la población da una sanción moral a Morales y cree que ha llegado el límite de su inmoralidad. No sabemos si la justicia venal boliviana lo juzgará y lo llevará a la cárcel, como debe suceder con cualquier delincuente. Así terminó aquel que decía ser el representante de la “reserva moral” de la sociedad.