El karma es como un tribunal invisible, heredero de la severa justicia de la Inquisición, donde no se juzgan herejías o brujerías, sino los actos del alma humana. En este tribunal, no se aplican torturas físicas, sino que cada acción, ya sea virtuosa o villana, es registrada con una precisión implacable, aguardando su momento para ser devuelta con la misma intensidad. Las buenas acciones, como súplicas sinceras, hallan en él la indulgencia de una recompensa; mientras que los actos impíos, como blasfemias del corazón, regresan con la firmeza de una sentencia irrevocable. Así, el karma se erige como una inquisición cósmica, donde la ley de causa y efecto, sin necesidad de testigos, establece que lo que uno siembra en la oscuridad, inevitablemente, se revela bajo la luz de la justicia universal.
En esta columna no nos referimos al karma derivado de las decisiones favorables asumidas por el gobierno de Evo Morales, sino a aquellas acciones que, lamentablemente, tuvieron consecuencias negativas.
El karma negativo de Evo Morales, desde que asumió el gobierno en 2006 hasta la actualidad, puede verse como un reloj que, al principio, marcaba la hora de la prosperidad y el consenso, pero cuyas manecillas, implacables, al avanzar, comenzaron a arrastrar consigo las sombras de la crisis, el conflicto y la división. Las decisiones y prácticas políticas que parecían reflejar el brillo de un liderazgo fuerte terminaron siendo como ecos que reverberaron en el tiempo, alterando no solo el curso de su legado, sino también la estabilidad misma del país. Observemos el karma de algunas acciones desfavorables de su gobierno.
Centralidad del poder y fragilidad de las instituciones democráticas. Uno de los aspectos más destacados del karma negativo de Morales fue su centralización del poder. Desde los primeros momentos de su mandato, Morales promovió una serie de reformas que le otorgaron un control casi exclusivo sobre la toma de decisiones, reformó la Constitución para habilitar su reelección indefinida y consolidó su influencia sobre los órganos clave del Estado, incluido el poder judicial. Esta concentración de poder, lejos de fortalecer las instituciones democráticas, terminó por debilitar su autonomía, generando crecientes tensiones con la oposición y forjando la percepción de un liderazgo cada vez más autoritario.
Al principio, las políticas de Morales fueron recibidas como la primavera que florece en un paisaje sediento, con el apoyo de la mayoría de los bolivianos. Sin embargo, el karma negativo emergió cuando esa centralización del poder comenzó a proyectar sombras sobre la democracia, como el invierno que se cierne inesperadamente sobre la calidez del verano. Su obstinada determinación de perpetuarse en el poder, sin tener en cuenta los límites constitucionales ni los resultados de referendos, como el 21-F de 2016 en el que el pueblo rechazó la reelección indefinida, fue sembrando desconfianza y malestar, como las primeras heladas que marchitan las flores. Este ciclo de tensión y desgaste acabó por desencadenar su salida en 2019, como la caída de las hojas al final de una estación que ya había perdido su frescura.
Polarización social y conflicto político. Morales gobernó Bolivia durante más de una década, pero su gestión también dejó una profunda polarización social y política. Su estilo de liderazgo, marcado por discursos confrontativos y una retórica divisiva, exacerbó las tensiones entre diferentes grupos sociales y políticos. A pesar de los avances sociales y económicos en áreas como la reducción de la pobreza y la mejora en la infraestructura, el antagonismo con la oposición y el rechazo a las élites tradicionales generó un clima de constante confrontación. Esto terminó afectando la cohesión social y contribuyó al estallido de la crisis política de 2019.
Además, Morales no logró superar los desafíos de reconciliación y de construcción de consensos en un país tan diverso, lo que dejó una herida abierta en la política boliviana, de la cual el país aún no se ha recuperado completamente.
Dependencia del gas y petróleo. Durante su mandato, Morales nacionalizó la industria del gas y el petróleo, lo que permitió al país elevados ingresos fiscales y recursos para financiar políticas sociales. Sin embargo, a largo plazo, la dependencia de los hidrocarburos como principal fuente de ingresos hizo que la economía de Bolivia fuera vulnerable a los cambios en los precios internacionales de los combustibles.
Aunque Morales impulsó algunas iniciativas para diversificar la economía, no logró evitar que Bolivia se volviera excesivamente dependiente de estos recursos. Este karma económico negativo se hizo evidente durante la caída de los precios del gas en los últimos años de su gobierno, cuando el modelo económico basado en el extractivismo se mostró insostenible, afectando el crecimiento económico y creando tensiones sobre cómo gestionar los recursos a futuro.
Exilio y las divisiones posgobierno. Tras su renuncia, Evo Morales se exilió en México y luego en Argentina, y su regreso a Bolivia en 2020 no hizo más que recalcar las divisiones políticas que persisten en el país. A pesar de que su partido, el MAS, ganó las elecciones de 2020 con Luis Arce como nuevo presidente, las tensiones entre los sectores que apoyaron a Morales y los que se oponen a su legado continúan, manteniendo un clima de polarización política.
Además, su regreso a la política boliviana no ha sido sencillo, pues su figura sigue siendo controvertida: mientras algunos lo consideran un líder que mejoró la calidad de vida de muchos bolivianos, otros lo ven como el responsable de los problemas de autoritarismo y falta de democracia en el país. Esta división, parte del karma de su gestión, sigue afectando la cohesión social y política de Bolivia.
Así, el karma negativo de Evo Morales en la política de Bolivia puede verse como un conjunto de decisiones y actitudes que, aunque inicialmente favorecieron su liderazgo y la estabilidad económica, a largo plazo crearon profundas divisiones sociales, políticas y económicas. Su concentración de poder, su manejo autoritario de la política, la crisis electoral de 2019 y la polarización que generó su estilo de gobierno han dejado secuelas que aún persisten en la actualidad, afectando no solo su legado personal, sino también el destino político de Bolivia. Las consecuencias de sus decisiones, tanto en el ámbito social como institucional, ilustran cómo las acciones políticas pueden tener repercusiones duraderas, a veces mucho después de que se haya ejercido el poder.
Eduardo Leaño Román es sociólogo.