Soy un amante de la radio. Es un vehículo de la imaginación, un llamado al viaje. Con ella nunca se está solo. Los mundos se tejen en el aire, te transportas, descubres, vuelas, sueñas. El relato acompañado de la música, el juego de la voz con la idea. Todo transita por aquellas ondas mágicas que atraviesan muros y cielos, y llegan a nuestros oídos para levantarnos con ellas.
Suelo ser previsible y fijo. Cuando descubro una estación que me gusta, no me muevo. Como si el dial se quedara colado. En la era digital tuve que programar qué radios escuchar, escogí mis cinco preferidas. Ahí me quedo.
Por eso aprecio tanto cuando descubro alguna emisión especialmente interesante de la que aprenda y me entretenga. Hace tiempo que me recomendaron el programa Historia para todos, de Javier Garciadiego, en Horizonte del Instituto Mexicano de la Radio. Pero quizás la propuesta que más disfruto es Desvaríos, de Sergio Calero, en radio Deseo de La Paz.
Calero es un maestro, con mayúscula y con sencillez. Es tímido, más bien retraído, difícil encontrarlo fiestas o reuniones de exhibición que abundan en La Paz. Todo lo contrario, eventualmente te cruzas con él en algún café si la suerte te sonríe.
Desvaríos, que intento escuchar todos los domingos esté donde esté, es un programa que transita por la música exponiendo su complejidad, anclado en la cultura musical de su director. Desde la voz pausada, inteligente y generosa, Sergio nos invita a sumergirnos en una canción, en su autor, en su contexto, en su impacto, en sus reinterpretaciones. Un compositor que pasa por Desvaríos jamás volverá a ser el mismo, o al menos nosotros nunca lo escucharemos igual.
Sergio ha sabido salir de los lugares comunes en La Paz. No es ni un admirador fiel de todo lo que llega de afuera, ni un cándido defensor de lo nacional que cree que es bueno porque es nuestro. Filtra todo con el criterio de la calidad, de la innovación, sin importar de dónde venga. Lo producido en Bolivia puede ser una basura, y lo dice; así como el último disco del famoso de moda puede no servir para nada, y lo dice. Además, sus programas son una crítica política y social rotunda. Me ha tocado sacar lápiz y papel para anotar lo que estaba diciendo, y después reproducirlo en algunos de mis libros.
Su mirada es tan universal como local. Conoce con precisión lo que se hace en nuestro territorio, y con erudición lo que pasa más allá. Es un ejemplo de cómo se puede conjugar mundo y vereda sin chovinismo ni malinchismo. Si los otros trabajadores de la cultura -como los de mi oficio, los sociólogos- siguiéramos esa pista, podríamos sacudirnos de los velos que a menudo nublan nuestra comprensión.
Y hay más. La creatividad del Calero ha desbordado su programa de radio. Hace un buen tiempo, con Patricia Flores, hicieron una fabulosa serie de televisión sobre el rock titulada La obertura del Siglo XX. También tuvieron un café con el mismo nombre que era una delicia visitar. Últimamente ha propuesto el evento llamado “experiencia Pink Floyd”, presentando a aquel grupo en un cine paceño. No he tenido la suerte de asistir, pero me contaron que efectivamente esos encuentros son una “experiencia”, con la fuerza cognoscitiva y sensorial de la palabra.
A menudo me pregunto cómo tenemos un campo intelectual boliviano sólido, cuando las condiciones estructurales son tan frágiles. Aquí quienes escribimos no tenemos el prestigio e influencia que tienen los novelistas mexicanos, ni el dinero y fama que presumen los americanos. Las estrategias de sobrevivencia son múltiples. Un sociólogo un día es profesor, al día siguiente funcionario público, luego “consultor”, y después gerente de su propio restaurante.
Y sin embargo, a pesar de la debilidad institucional, siempre hay alguien, como en este caso Sergio Calero, que sorprende, que conmueve, que invita a pensar apoyado básicamente en la creatividad, inteligencia, cultura e imaginación. Propuestas así en otros lados, gozarían de un salario fijo, jubilación, vacaciones, seguro de salud, fama y hasta poder.
Tal vez sea por lo mismo, por esa manera de esquivar las prisiones -y presiones- del dinero, la tentación de la palabra fácil, del sentido común, la cooptación oficial, o repetir lo políticamente correcto, que en Bolivia tengamos el privilegio de contar con apuestas desde el campo cultural que son transgresoras e innovadoras. Ojalá que siga así.
Hugo José Suárez, investigador de la UNAM, es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.