La Ley de Participación Popular de 1994 permitió dar un gran salto en la inclusión social. Fue el paso siguiente después de la Revolución de 1952, que fue el gran cambio revolucionario del siglo XX. Esa reforma incluyente generó nuevos espacios para liderazgos locales, entre los cuales el Chapare y Evo Morales no fueron una excepción. Por ello, Morales, aun obsesionado con la búsqueda del poder, no deja de ser un hijo de la Revolución del 52 y de la Participación Popular.
Pero demos una mirada a las revoluciones. La mayoría de ellas viene cargada de avances en la inclusión social; ese es su gran mérito. Sin embargo, al conmover profundamente a las “masas” –al llegarles al corazón–, a menudo pasan por alto otro aspecto crucial: la democracia y el Estado de derecho, y se notan por tanto sus sesgos autoritarios y su tendencia a convertirse en autocracias.
Las revoluciones, generalmente, resultan en la ausencia del Estado de derecho. Rara vez respetan la Constitución Política del Estado o las leyes que ellas mismas crean. Además, incrementan la censura, restringen la libertad de prensa y de expresión y penalizan la disidencia. Para las revoluciones, la lógica amigo-enemigo es el eje de su desarrollo político. ¿Hubo libertades democráticas en las revoluciones rusa, china o cubana? ¿Y en el “proceso de cambio” boliviano? En algunos casos más que en otros, el cercenamiento de la democracia fue una constante.
A pesar de ello, muchas personas, especialmente jóvenes y sectores populares, quedaron deslumbrados con las revoluciones por los avances en inclusión social que estas trajeron. Para ellos, la revolución fue el objetivo central, no así la democracia. Incluso las ONG de género, derechos humanos o medioambiente olvidaron sus propias agendas al aplaudir la revolución y el “patria o muerte”. Parecían más fieles al dogma de la revolución que a sus propias causas.
En sus primeras etapas, las revoluciones suelen enfocarse en redistribuir el ingreso, intentando igualar hacia abajo. Sin embargo, casi todas han dejado pendiente la tarea de crear riqueza. De manera similar, queda pendiente el desafío de equilibrar los avances en inclusión social con el desarrollo y la sostenibilidad de la democracia.
Se ha hablado mucho de los méritos de la sociedad civil boliviana y de organizaciones como la COB, la FSTMB o la CSUTCB. Se les ha valorado por su lucha contra las dictaduras militares y los regímenes de facto. Se llama a octubre de 1982 como la “recuperación” de la democracia, pero en realidad, antes de eso no existía una democracia representativa con pesos y contrapesos ni libertades plenas de pensamiento. Por lo tanto no fue “recuperación” sino “creación”.
Es necesario preguntarse: ¿eran democráticos esos sindicatos que expulsaron a las dictaduras militares, o simplemente eran antidictadura? La COB, la FSTMB y la CSUTCB promueven su propia dictadura, con énfasis en la “dictadura proletaria”. Todos hablan de derrotar al enemigo: la “derecha”, el “empresario”, el “neoliberal”, o cualquier diferente.
Estas organizaciones no son democráticas; son autoritarias y buscan un norte autocrático. No impulsan las libertades democráticas, como la libertad de prensa, de opinión o el derecho a la disidencia. Tampoco creen en la importancia de los pesos y contrapesos democráticos entre los poderes del Estado.
En Bolivia, la sociedad civil mayoritariamente no es democrática. No tenemos una sociedad civil de ciudadanos, sino una sociedad de corporaciones. El corporativismo domina la política, y, como es sabido, todo corporativismo es autoritario. Por eso vivimos bajo la dictadura de los sindicatos y los movimientos sociales afines al MAS. Durante 14 años esta sociedad civil aplaudió a Morales, ignorando los cercenamientos a la democracia que se dieron con él y que ahora continúan con Arce.
Esa sociedad no reaccionó frente a pedófilos, estupradores, misóginos, corruptos, abusivos o cínicos. Con Morales y Arce, Bolivia ha vivido autoritarismo. Además, existe el peligro de caer en una dictadura peor, al estilo de Venezuela o Cuba.
El autoritarismo del MAS está entrelazado con sindicatos y movimientos sociales de carácter clientelar y prebendal. El desafío no es solo sacar del poder al MAS, a Evo, a Arce, a Andrónico o a la dirigencia del Chapare. El reto es construir una cultura democrática y una sociedad que no esté dominada por corporativismos. En resumen, edificar una verdadera democracia en Bolivia.