Durante algunos años de mi infancia, lo peor que podíamos hacer en casa era escuchar radio Fides y el ser humano más malvado era Eduardo Pérez Iribarne, a quien mi abuela llamaba despectivamente “el Pérez”. Eso lo repetíamos ciegamente debido a la guerra mediática que Pérez había sostenido con mi padre, Carlos Palenque, que encabezaba RTP. El conflicto tuvo lugar a raíz de cuestiones políticas típicas de los 90, cuando los medios de comunicación tradicionales como la radio, la prensa escrita y la televisión tomaban partido por una u otra facción.
Pero también se trataba de la pugna por la audiencia de los barrios populares en la que había reinado Fides desde los años 80 cuando denunciaba los excesos del Gobierno de facto de García Meza; con una agresiva entrada a la palestra, radio Metropolitana le disputó su público y pretendió acaparar la atención de televidentes y radioescuchas lo más lejos que se pudiera. Fue una guerra sin cuartel en la que se dijo y se hizo de todo en un ambiente en que los oponentes estaban obsesionados el uno con el otro y claro, mi familia tomó partido con entusiasmo.
El conflicto terminó con la muerte de Palenque y aunque RTP continuó, la disputa con Fides se disolvió a la luz del nuevo siglo, en el que moran y habitan nuevas plataformas comunicativas que han venido desplazando a las tradicionales y donde sin duda existen también rivalidades, aunque de carácter menos trascendental como son las peleas entre tiktokers o las funadas mutuas de algunas personalidades en Facebook, X, etc.
Pero debo decir que Fides no se dejó desplazar tan fácilmente pues así como ha dicho Rafael Archondo, Eduardo Pérez era un comunicador y empresario que sabía hacer sostenibles sus producciones comunicativas. De manera paralela, yo me he labrado un camino aceptable en redes sociales y empecé a participar en programas de radio y televisión como panelista; en un momento determinado me invitaron a un segmento en El Café de la Mañana, famoso programa creado años antes por el propio padre Pérez; les confieso que no me costó ni un poco aceptar.
Tal vez otros en mi lugar se hubieran negado, pero a mi edad, con todo lo vivido, lo mucho que he pensado y tratado de entender acerca de mi historia, tuve la fortuna de –a esas alturas– haber digerido lo suficientemente bien la situación y acepté alegre y honrada esa invitación porque uno no puede cargarse a las espaldas las guerras de sus padres; se tiene que superar lo que ellos no pudieron para que nuestros hijos no hereden pesos del pasado.
Así que cada viernes estoy en “La histeria de la historia” del Café de la Mañana, programa creado y conducido hasta 2017 por el mismísimo Eduardo Pérez. En esas idas y venidas, un día me convocaron para conducir el programa sustituyendo a Mario Espinoza por un par de semanas y claro que acepté, la decisión había sido tomada por “el padre”, como le decíamos. Me preparé con ahínco y emoción y estuve temprano cada día porque aunque yo trabajaba encargada del archivo en otro medio de comunicación, nunca me habían permitido conducir algo serio.
Quiero explicarme, yo tenía experiencia conduciendo programas juveniles o culturales pero conducir una revista en un medio como FIDES donde hablas con autoridades ante oyentes con criterio adulto y formado, donde tienes que prepararte para dar a conocer tu opinión, no es poca cosa; de tanta gente que me vio en distintos espacios, fue Eduardo Pérez, el cura Pérez, quien me abrió las puertas y me dejó desenvolverme como sé.
Me invitó a quedarme en otro programa pero yo soy de espíritu libre y me gusta disponer de mi tiempo para ocuparme de otras cosas, así que quedamos en que sería la suplente de Mario cuando fuera necesario. Durante aquellos días yo llegaba a la radio y lo veía ahí, sentado y con ese semblante meditabundo, nos saludábamos y siempre me daba su bendición; algunas veces me preguntaba sobre la situación del país y en otras yo le pedía que me hablara de mi padre.
Así, entre charla y charla, me daba consejos y palabras de aliento; me contó además que poco antes de su muerte mi padre y él habían hecho las paces. Lo último que me dio fue su bendición y un par de meses después se nos fue. Quiero decirles que me alegro mucho de haber aceptado estar en Fides porque de no haberlo hecho, me habría quedado con la imagen del cura Pérez que me había dibujado la ira de mi familia en medio de aquel conflicto hoy inexistente, no habría tenido el gusto de conocer al Eduardo Pérez que me dio sus sonrisas y sus comentarios sobre la comunicación y no estaría compartiendo la alegría de tanta gente que se siente feliz de haberlo conocido y triste de saber que ya no está en este mundo.
Actualmente Eduardo está enterrado en el mausoleo de los jesuitas, justo al lado de la tumba de mi padre. Iré a visitar a ambos y les daré las gracias por ser los hombros de los gigantes en los cuales estamos caminando hoy quienes tenemos algo que ver con los medios de comunicación.