Como mi automóvil se encuentra en el taller y la vida debe continuar, me veo obligado a utilizar micro, taxi y otros vehículos de transporte público, moto, por ejemplo. Utilizo muy poco las aplicaciones de transporte, algunas veces me chipo con la tecnología. Una mañana salí temprano, para un jubilado temprano es 8:30 a 9:00 de la mañana, me dirigía a tomar el micro No 24, pero al poner un pie fuera del condominio donde vivo, apareció un taxi y me subí.
El taxista era muy amable, como suelen ser aquí en Santa Cruz. Le manifesté dónde me dirigía y al finalizar la explicación le pregunté si conocía el lugar. Él me respondió que sí. Que él era camba, que no había rincón de esta ciudad que no conocía. Incluso se atrevió a decir que si nacía un nuevo barrio, él inmediatamente sabía dónde era.
Como suele ser en esta coyuntura, comenzó a protestar por las colas que tenían que hacer para comprar combustibles. Yo le pregunté, para hacer un balance político, si su carro era a gasolina. Me respondió que lo había transformado a gas, pero que también funciona a gasolina. Entonces, le dije que a él no le afecta la falta de combustible. Pero me respondió, con sabiduría popular llena de intuición, que esta situación afecta a todos, incluso a los peatones. Si no hay combustibles el país se paraliza y ese no es negocio para nadie.
Luego de esa charla política, me dijo que los cambas trabajan de día, de noche, manejando taxi o haciendo otras cosas para ganarse la vida. “No somos como los collitas, ellos también son trabajadores, pero hay que enseñarles. Llegan casi sin saber nada”, dijo. Y agregó: “esta tierra es generosa, nosotros con la familia tenemos un terreno grande en Porongo, cosechamos limones de todo tipo, además de mandarina, achachairú y otros productos. Los collitas llegan de zonas donde no se produce nada, no son tierras aptas para la cosecha, son mineros, se dedican a sacar piedras de los cerros, por ello tienen que aprender de esta tierra. Si no les enseñamos la destruyen, cavan pozos donde no se debe, botan la basura en cualquier lado y eso nos perjudica porque aparecen chulupis”.
Para que él sepa con quien hablaba le dije que yo era del norte de Potosí. E inmediatamente giró la cabeza. “¿Siglo XX?” me pregunto y le contesté que Catavi. Resulta que él era oriundo de Siglo XX, es decir, un colla encubierto.
Me comentó que su padre se vino de las minas a la zafra; en esa época se utilizaba mucha mano de obra, no como ahora que utilizan más maquinaria. Su grupo se volvió a Potosí sin él. “Él mandó a traer a toda la familia y nos vinimos, nos asentamos en Porongo. Yo me crié y crecí en esta tierra, ahora no la cambio por nada. Soy camba”, me dijo.
Algo similar me comentó Roberto, mi peluquero, oficio que aprendió en Llallagua; a la muerte de su madre la abuela lo entregó a la empresa minera, que se hizo cargo de él y lo trasladó al internado que quedaba en Lupi Lupi, la inmensa infraestructura de generación eléctrica para el ingenio de Catavi; ahora vive desde hace 50 años en estas tierras calurosas de Santa Cruz y sus hijos y nietos son cambas.
Con estos relatos me vinieron a la cabeza las ideas que difunde Carlos Hugo Molina, que señala que Santa Cruz es el crisol de Bolivia. Es decir que en esta tierra se respeta las creencias y las tradiciones culturales que traen los migrantes, logrando convivir las personas de diversas orígenes del país. De ahí nacen los principios o valores cambas de tolerancia con los no cruceños y sobre todo de que el camba es amable y hospitalario; al mismo tiempo nos sugiere que este es un departamento clave para el desarrollo del país precisamente por el ensamble cultural. La enseñanza de todo esto es que no importa dónde naces, sino dónde te crías y cómo convives con tu entorno.
Bolivia es bella, todas las regiones tienen sus particularidades que hay que respetar y apapachar con toda el alma.