No es novedad, pero bueno…habrá que darle
ese enfoque considerando que se trata del primero que presenta formalmente su
candidatura a la presidencia del Estado para las elecciones de 2025.
Evo Morales gobernó durante casi 14 años y quería quedarse otros cinco de no haber sido por la movilización social que lo obligó a renunciar y huir a México en noviembre de 2019.
Es decir que Morales fue Presidente durante tres mandatos y medio de los de antes (4 años) y de casi 3 de los actuales (cinco años). Y por si eso fuera poco, ahora se empecina en volver a la Casa del Pueblo por otros cinco, a pesar de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos estableció que la reelección presidencial indefinida “no constituye un derecho autónomo protegido por la Convención Americana sobre Derechos Humanos ni por el corpus iuris del derecho internacional de los derechos humanos”.
Morales es la persona con más años en el ejercicio de la presidencia en Bolivia, por encima de Víctor Paz Estenssoro (12 años y meses), de Hugo Banzer (11 años) y de Gonzalo Sánchez de Lozada (cinco años), pero su afán de seguir imponiendo nuevos récords políticos parece que no termina ahí.
El anuncio de la postulación, que se dio en medio de un punto álgido en la pugna con el presidente Luis Arce, al que el expresidente llamó “cajero” y no “ideólogo” del modelo económico aplicado desde 2016, es la confirmación de que, independientemente que la consulta interna en el partido –que debía realizarse el próximo año– le sea desfavorable, Morales será candidato sí o sí o de lo contrario, como adelantaron algunos de sus incondicionales, “arderá Bolivia”.
Pero hay algo más. La ambición de Morales no es inofensiva. Su candidatura supone problemas para su partido, conflictos al interior del gobierno, dificultades para una gestión que enfrenta el desafío mayúsculo de la crisis económica más grave desde los ya lejanos tiempos de la UDP y, en última instancia, mayores turbulencias para el país.
Morales se suma, aunque con un enfoque social más acentuado y de mayor credibilidad, a los cuestionamientos sobre el manejo económico, mucho más técnicos y fríos, del resto de los opositores al gobierno de Arce.
La economía es el problema, pero hay una diferencia. El exmandatario, con buena dosis de cinismo, marca distancia con el “administrador” de su propia gestión e intenta demostrar que la crisis actual está relacionada más bien con que no hay un líder capaz para hacerle frente, porque el exministro de Economía y ahora Presidente fue antes solo un delegado, un funcionario responsable del debe y el haber –“cajero”– pero no un ideólogo detrás del modelo “exitoso”.
La narrativa de Morales hoy –más efectiva que la de Arce– es demostrar, ante sus bases, que Arce es un “traidor” y que las dificultades económicas son consecuencia de la falta de liderazgo y no de un contexto internacional complejo.
Sin “novedades” ideológicas que ofrecer el expresidente se cuelga ahora de la economía, como lo hacen el resto de los opositores, y apela a la nostalgia de los buenos tiempos, los suyos, en los que no solo disminuyó la pobreza, sino que aumentó el tamaño de la clase media.
A diferencia de los otros líderes que formaron parte, como expresidentes, exministros o funcionarios vinculados a regímenes anteriores al MAS (de un pasado de ajuste primero y de reforma estructural, pero no de bienestar) Morales apuesta por mostrarse como quien puede defender resultados económicos que se tradujeron en mayor bienestar e inclusión y, una vez más, como el único indígena en un escenario donde predominan los blancos y mestizos.
Se trata de una apuesta cínica porque los males de hoy son resultado de los pecados de ayer, pero ese es un cuento racional que no convence a la mayoría de los votantes. Mientras más se le achaque a Morales el pasado, mayores serán los reveses que sufrirán sus adversarios y mayor la fortaleza de una candidatura que nació prematura, pero que espera crecer a costa de las debilidades de unos y de otros y de la apatía de una gran mayoría de los votantes.