Hace como dos años que Juan se encontraba enfermo, le diagnosticaron hipertensión arterial; era como cualquiera de quienes están leyendo esta columna, boliviano, trabajador, que no le interesó nunca el tema político, quiso emprender con un negocio porque su profesión, ingeniería petrolera, no le ofrecía oportunidades de trabajo excepto si estaba dispuesto a marchar, bloquear, a no decir lo que piensa.
No estaba dispuesto y más bien pudo emprender un negocio de comida rápida, que no funcionaba del todo, porque quería tener todo en orden: eso incluía pagar impuestos, patentes y demás papeleos. Tenía que negociar y ver cómo conseguir los mejores y no muy caros insumos del mercado, como papa, pollo, arroz, no se animaba a las ensaladas porque la conservación es más complicada.
Compraba todo eso como podía, sin factura, sin precios fijos, con subidas y bajadas, pero él tenía que pagar impuestos, eso no perdona la entidad encargada de eso, y era lo que podía hacer, buscárselas.
En paralelo intentó vender productos por internet y se le ocurrió traer productos del exterior, ofrecerlos en redes sociales y de esa manera mejorar sus ingresos. Fue cuando vio limitadas las transacciones porque el mundo gira con dólares y su país los tiene con un precio paralelo. Intentó conseguir los verdes poniéndose en la fila real y virtual del Banco Central sin conseguir lo que buscaba, por lo que el negocio paralelo de vender por internet estaba truncado. En fin, volvamos a Juan y su negocio que paga impuestos y que no tiene precios estables para sus insumos.
De cincuenta y tantos años, relata su historia clínica, sin antecedentes relevantes aparentemente, que llega a emergencias con un intenso dolor de cabeza, tenía la presión muy elevada, la denominada “crisis hipertensiva”. En eso se realizan las medidas necesarias en cuanto a medicamentos, por cierto no se encuentran todos disponibles.
La afligida familia sale a buscar lo que necesita Juan y vaya que en el camino los familiares no encuentran el medicamento, sí encuentran filas y filas de autos buscando combustible, sí encuentran por ahí una valla gigante con la foto del primer mandatario y en las noticias de radios, televisión y redes sociales resuenan propagandas sobre industrialización, gas en La Paz y el bono Juancito Pinto, además de peleas de dos grupos, arcistas y evistas.
Los familiares pasan por alto todo eso, lo que necesitan es el medicamento. Mientras la familia empieza a preguntar a amigos, vecinos y todo contacto del exterior sobre el medicamento, Juan está asustado, en una sala de emergencias, chequeando el celular a cada rato por si había noticia del medicamento y también calculando cuánta pérdida representaba para él en términos monetarios su internación y lo que se venía en adelante.
Estaba en un estado de angustia que no hacía nada más que subirle la presión ya alta. ¿Cómo hacer para que no tenga la salud mental también alterada? En eso aparece un médico, diferente al de emergencias, y le hace varias preguntas, entre ellas si tenía estrés y le reclama, por su bien, el hecho de no haber sido constante con su tratamiento por su presión alta. Le habla de forma ruda, con un lenguaje verbal y no verbal que demuestra claramente que está también estresado porque los problemas para atención de pacientes no se detienen y no puede hacer atenciones de calidad.
El médico tiene que hacerlo a las corridas con un sistema obsoleto donde otros tantos Juanes hacen fila de madrugada, tienen mil historias además de su dolencia y se estrellan contra los profesionales que también tienen sus problemas, entre ellos conseguir gasolina, el costo de vida, la desvalorización de años de estudio y un largo etcétera. Esto parece ser una cadena interminable que tiende a empeorar.
Juan, no sabemos si es el Juan de la canción RHO+ de Octavia, grupo boliviano de rock que cuenta en una de sus canciones sobre el Juan que bloquea, que no deja avanzar; o el Juan Boliche del argentino Piero, que narra la historia de un Juan pobre, que apenas le alcanza para el vino y que nunca le sobró pan.
En Cuba esas historias son ya crónicas, Venezuela tiende a lo mismo, Bolivia puede cambiar el rumbo en 2025 porque la esperanza es lo último que se pierde, porque nadie se rinde, nadie se cansa.
Cecilia Vargas es médica y docente universitaria.