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Columna de columnas | 13/05/2024

El ascenso ruin de la mediocracia

César Rojas Ríos
César Rojas Ríos

Es urgente recordarlo. Es importante volverlo a leer. Estoy hablando del médico, sociólogo y escritor José Ingenieros, nacido en Italia, pero afincado en Argentina. Y de su afamado ensayo El hombre mediocre. Hoy, a pesar de haber pasado más de un siglo de su primera publicación en 1913, resulta más actual que nunca, porque este hombre mediocre ─retratado en sus pliegues sociales, intelectuales y morales por Ingenieros─, lo vemos caminando por las calles a todas horas y, sobre todo, subiendo las escalinatas de todas las instituciones hasta llegar a tomar el asiento de sus máximas autoridades: sí, piense en el presidente del país y sus ministros, en los magistrados y los jueces, exacto, no se equivoca, los diputados, concejales, vocales o, lo más triste, una institución que debiera ser inmune a la mediocridad como las universidades públicas, también ahí se hicieron rectores y vicerrectores. En fin, allí donde antes relucían algunos hombres y mujeres excelentes, hoy lo hacen de manera apabullante estas sombras pomposas.

Perfil del hombre mediocre

Para José Ingenieros las personas, o son excelentes o son mediocres. ¿En qué reside la diferencia radical? En poseer un ideal. Ingenieros retrata esa inspiración abrasadora con palabras arrobadas: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal”. Y agrega resaltando el carácter motorizador de los ideales: “Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones (…) volando más allá de lo real, en un gesto del espíritu hacia alguna perfección”. O si se quiere, son “visiones anticipadas de lo venidero, levadura de porvenir”. ¿Qué enciende los ideales hasta ponerlos en combustión? “La imaginación los enciende sobrepasando continuamente a la experiencia, anticipándose a los resultados. Los hechos son puntos de partida; los ideales son faros luminosos que de trecho en trecho alumbran la ruta”.

Innumerables signos revelan a los idealistas, para empezar su “predisposición a emanciparse de su rebaño, buscando alguna perfección más allá de lo actual” y, para continuar, todo idealista es una “persona cualitativa: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa y lo mejor que imagina”. Ingenieros remata con certeza: “Por eso todo idealista es una viviente afirmación del individualismo, aunque persiga una quimera social; puede vivir para los demás, pero nunca de los demás”.

¿Y qué del hombre mediocre que habita en la herrumbre de su tiempo? Ingenieros escribe: “Su obtusa imaginación no concibe perfecciones pasadas ni venideras; el estrecho horizonte de su experiencia constituye el límite forzoso de su mente”. A contraria de los idealistas, los mediocres son “personas cuantitativas; pueden apreciar el más o el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor”. Y por esa carencia de fibra espiritual, “desfilan inadvertidos, sin aprender ni enseñar, diluyendo en tedio su insipidez, vegetando en la sociedad que ignora su existencia: ceros a la izquierda que nada califican y que para nada cuentan”.

Habría que agregar que, cuando esas sombras van más allá de sí, cuando se encaraman en una institución, la acaban ensombreciendo y enrumbando hacia la banalidad. De ahí que, en palabras de Ingenieros, traigan el “apagamiento de crepúsculo (…) no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra”, se aposenta en la vulgaridad que es “el aguafuerte de la mediocridad (…) sin otra aspiración que el hartazgo”.

Aurea mediocritas

La mediocracia es un orden de cosas sin ideales, una mesa sin mantel ni candelabros, pero servida de ambiciones, intereses, apetitos y domesticidad. O sea, es poca cosa una institucionalidad donde “nadie puede volar donde todos se arrastran (…) carcomiendo la dignidad común”. Las penumbras se expanden y multiplican, “porque las cosas del espíritu son despreciadas. Cada hombre queda preso entre mil sombras que lo rodean y lo paralizan”.

La mediocracia es el orden de los mediocres convertidos en camarilla. Una forma de ser expandida y condensada que se convierte en un grupo asfixiante. Ingenieros escribe: “La mediocracia es una confabulación de los ceros contra las unidades. Cien políticos torpes juntos, no valen un estadista genial. Sumad diez ceros, cien, mil, todos los de las matemáticas y no tendréis cantidad alguna, siquiera negativa”. Y de ello extrae una conclusión que impele a dar un vuelco de página: “Los políticos sin ideal marcan el cero absoluto en el termómetro de la historia”.

Una apatía conservadora rubrica estos periodos con su huella opaca. “El concepto de mérito se torna negativo: las sombras son preferibles a los hombres. La tiranía del clima es [casi] absoluta: nivelarse o sucumbir; entonces la autoridad es fácil de ejercitar: las cortes se pueblan de serviles, de retóricos que parlotean. La indignidad civil es ley en esos climas. Todo hombre declina su personalidad al convertirse en funcionario: no lleva visible la cadena al pie, como el esclavo, pero la arrastra ocultamente, amarrada en su intestino (…) uncidos al carro de su cacique, dispuestos siempre a batir palmas cuando él habla y a ponerse de pie llegada la hora de una votación”.

La fórmula de funcionamiento de la mediocracia es una lenta y progresiva nivelación hacia abajo y una restricción velada y silenciosa a los espíritus excelentes. Un primado de la mediocridad sobre el talento, porque de esa manera usufructúan la riqueza y los beneficios de las instituciones sin la mirada escrutadora y turbadora de los excelentes. De esta manera las instituciones dejan de ser organizaciones creadas para servir a la sociedad para ser botines al servicio de sus administradores. Yacen no de pie, sino patas arriba.

Entonces, ¿la mediocracia llegó para quedarse? No, de ninguna manera. José Ingenieros es lúcido al respecto: “Cuando la mediocridad agota los últimos recursos de su incompetencia, naufraga. La catástrofe devuelve su rango al mérito y reclama la intervención del genio”. Y, de esta forma, todo vuelve a la cordura, pues si los mediocres rebajan todo cuanto tocan a su nivel, los excelentes todo lo levantan hacia el suyo. Expresan una anticipación irrevocable.

César Rojas es comunicador social y sociólogo.



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