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Columna de columnas | 07/10/2024

Doble muerte sustancial

César Rojas Ríos
César Rojas Ríos

El acto extremo de un pueblo que vive de manera extrema y que recibe la respuesta extrema de otro pueblo que vive en una extrema soledad geopolítica. Palestina/Israel. En esa parte del mundo, recurriendo al título del reflexivo libro del escritor italiano Luigi Zoja, se ha producido una doble muerte sustancial, la muerte de Dios y la muerte del prójimo. Lupe Cajías en su columna “¿Cómo diablos hemos llegado a esto?” publicada en El Deber (05|10|24), apelando al libro de Nathan Thrall, Un día en la vida de Abed Salama.


Anatomía de una tragedia en Jerusalén, expone la desventura del pueblo palestino. En mil escenas cotidianas repetidas por mil injusticias sufridas. Lupe Cajías se estremece al ver que los niños se vanaglorian de las muertes y el horror. Y, claro, ¿cómo llegaron a esto? ¿Cómo pensar que en dos pueblos profundamente religiosos la violencia puede ser su manera de glorificar a su Dios? No, con sus actos lo han matado.


¿Y cómo pensar que dos pueblos profundamente volcados al prójimo le han disparado en la cien? No, con sus actos lo han matado y a plena luz del día. En esa parte del planeta, esos dos pueblos yacen ante una doble orfandad: la vertical, hacia su Dios padre, y la horizontal, hacia el prójimo hasta ayer considerado su hermano. Y entonces Dostoievski se hace presente: “Si Dios está muerto, todo está permitido”. O dicho de forma apretada al contexto israelí/palestino: muerto Dios, todo lo peor está permitido para el prójimo y todo lo mejor está vedado para esos dos pueblos.


Solo cabe mirar cómo los jinetes del Apocalipsis rasgan la tierra haciendo infecunda la vida. Y la noche sigue a la noche en una procesión de lágrimas profanadas. En esa zona del planeta, estos pueblos no trajeron a Dios para su salvación y su gloria eterna, por lo menos no al del nuevo testamento, sino a los jinetes del Apocalipsis, que se pusieron a galopar sobre sus espíritus destruyendo con sus pezuñas toda bondad hacia el prójimo. Y en esa doble orfandad en la que están instalados uno constata que “el límite de cualquier dolor es un dolor aún mayor”.


César Rojas es comunicador social y sociólogo.



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