Su Santidad, que ya tiene 87 años, y que en circunstancias normales estaría disfrutando de una bien merecida jubilación, ha sido noticia la semana pasada porque ha utilizado una palabra que ha escandalizado, a moros, a cristianos y a la turma LGBT-etc. Periódicos “serios” de todo el mundo se han referido al caso y el Papa, jesuita al fin, ha respondido siguiendo una lógica de la Compañía: se ha disculpado, y listo. Actitud inteligente, por cierto, aunque para algunos esto no sea suficiente.
No es suficiente por ejemplo, para periódicos que tienen una agenda anticlerical, y es comprensible que no estén dispuestos a dejar pasar ningún “faux pas” de nadie, menos de la cabeza de esa institución que tanto les incomoda.
Mas allá de que la expresión de marras fue proferida por el Santo Padre en una reunión privada y a puerta cerrada, y llama la atención que esta se hiciese pública, lo cierto es que esta no fue parte de un discurso oficial, y simplemente no debería ser tomada en cuenta.
Tengo entendido que “frociaggine” es una expresión muy vulgar, que ha caído en desuso, y que se originó en el siglo XIX, cuando la población italiana resentía la presencia de soldados franceses, a los que les echaba el sambenito de tener sexo entre hombres. Vale decir que “frociaggine” en boliviano sería decir “veintiochos”, si alguien recuerda todavía esa forma de referirse a los homosexuales, que todavía era muy usual hasta hace unos treinta años. Algunas agencias han traducido la palabra como “mariconería”.
Algunos columnistas de distintos periódicos del mundo se han rasgado las vestiduras descubriendo que el Papa sería homófobo, algo que no debería sorprender, Bergoglio fue la cabeza visible del rechazo a la ley de matrimonio homosexual en la Argentina de Néstor Kirchner cuando era Arzobispo de Buenos Aires; también se lanzó de manera frontal contra la curia chilena, ya como Papa, precisamente por la tolerancia a la homosexualidad que aparentemente había en las altas jerarquías eclesiales de ese país.
Ahora bien, más allá que el término que usó el Papa sea más adecuado para estibadores que para un príncipe de la iglesia, lo cierto es que el Papa ha dicho una gran verdad. Hay muchos homosexuales en la Iglesia, (ojo, muchos no es sinónimo de demasiados). La Iglesia ha sido en el pasado una especie de santuario para hombres (y para mujeres) homosexuales. En tiempos en que la homosexualidad era brutalmente condenada, tanto en el mundo católico como en el protestante, la Iglesia era refugio para personas homosexuales.
El tema que ese día estaban tocando los obispos junto al Papa no es poca cosa, la verdadera crisis de la Iglesia poco tiene que ver con los escándalos que aparecen aquí y allá, sino con la falta de fe, con los nuevos paradigmas del mundo occidental, con el mejoramiento general de la calidad de vida, incluso con los mayores alcances de la medicina, que han permitido llegar a una revolución del comportamiento, que incluye una auténtica revolución sexual. Es posible que la libertad sexual le haya restado a la Iglesia una enorme cantidad de vocaciones sacerdotales.
¿Puede un hombre abiertamente homosexual aspirar a ser sacerdote? Más allá de que uno puede preguntarse porqué querría serlo, lo cierto es que esa ha sido una preocupación desde hace bastante tiempo en la Iglesia. El cura Pedrajas, protagonista principal del mayor escándalo eclesial de los últimos tiempos en la Iglesia boliviana, era un experto en vocaciones y en un libro suyo dedica todo un capítulo a las vocaciones de hombres homosexuales y recomienda en unos casos su admisión y las desaconseja en otros.
Lo interesante es que la revolución sexual es parte del paquete cultural de Occidente, vale decir del mundo cristiano: paradójicamente, es el desafío más grande para la institución más importante de esta parte del mundo. ¿Logrará la Iglesia católica hacer el adecuado quiebre de cintura para acomodarse a la nueva realidad, a los nuevos paradigmas? Tengo mis motivos para creer que sí lo hará.