Un colega cayó en desgracia esta semana. Un
accidente de tránsito, en el que no hubo consumo de bebidas alcohólicas,
determinó que vaya a dar con su humanidad en una celda.
Más allá de responsabilidades y consecuencias, tuvimos que movilizarnos por una razón: en Bolivia, no importa quién tenga la culpa o la razón puesto que, en lugar de hacer justicia, lo que hacen los juzgadores es acomodar las leyes a sus fallos. Por eso es que, para unos, la reelección indefinida es un derecho humano, mientras que, al conocer el tema, otros deciden que no lo es.
Incluso antes de que Evo Morales tomara el poder y dijera, con el más absoluto desparpajo, que él “le mete nomás”, porque luego los abogados se encargarán de maquillar las cosas pues “para eso estudiaron”; la justicia boliviana ya estaba tan desprestigiada que muchos preferían no acudir a ella para resolver sus controversias. No exagero al decir que, en las misas, escuché a algunas señoras musitar “de la justicia boliviana líbranos, Señor”.
Debido al trabajo que realiza, mi colega se ganó varios enemigos y nuestro temor era que estos aprovechen las circunstancias para escarmentarle. Por eso, nuestro principal objetivo fue evitar que lo cautelen con detención preventiva porque sabemos, y tenemos una larga lista de nombres prominentes para demostrarlo, que cuando los enemigos del poder circunstancial ingresan a la cárcel, toma años sacarlos de allí.
¿Es justo que vivamos con ese miedo? Hay que admitir que, si la justicia boliviana era corrupta, la era Morales multiplicó esa condición exponencialmente porque no ocultó su partidización. Hoy en día, ya sabemos que los jueces no hacen justicia sino que fallan a cambio de algo, sea cargos, bienes, dinero o, como vemos al revisar las listas de postulantes, por habilitarse para las elecciones judiciales.
El tratadista Manuel Ossorio definió a la justicia como la “virtud que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde”, pero los juzgadores bolivianos han transformado la virtud en un vicio. Le dan a cada uno lo que le corresponde, pero eso no siempre puede ser bueno. Le pueden dar cárcel a uno, sin merecerlo, o liberar a delincuentes. Lo terrible es que han convertido “lo que nos corresponde” en las consecuencias del sometimiento a los gobernantes de turno.
Vi la podredumbre de la justicia cuando todavía era estudiante de Derecho y me tocó presenciar una visita de cárcel, cuando de la de Potosí todavía funcionaba en el convento de Santo Domingo. Debido a lo que vi y escuché, decidí no ejercer la abogacía. Con el paso de los años, las barbaridades que vi como periodista reforzaron esa decisión. Por eso, no creo que las elecciones judiciales cambien a la justicia boliviana.
Con esos temores y convencimientos, logramos evitar que nuestro colega sea sometido a detención preventiva. Más allá de las consecuencias del accidente, eso fue tanto como salvarle la vida.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.