Imaginemos un mundo donde el término
“capitalismo” no es una palabra que polariza, sino una que unifica. En este
mundo ideal, este sistema económico, lejos de concentrar la riqueza y el poder
en unas pocas manos como suele criticarse, los distribuye de manera más amplia
y equitativa entre la población. Este es el audaz llamado del capitalismo
popular, un paradigma que aspira a transformar nuestras estructuras económicas
en algo que beneficie a todos y eleve la calidad de vida del conjunto social.
Siguiendo este ideal, el capitalismo popular aboga por la expansión de la participación económica y los beneficios de la libre empresa a una base más amplia de la población. Este paradigma se sustenta en fortalecer los pilares de la propiedad privada, la iniciativa individual y el libre mercado como vehículos para lograr esta meta ambiciosa.
En este contexto, Louis Kelso y Mortimer Adler presentan un sólido argumento en favor de la democratización de la propiedad del capital en su influyente obra de 1958, “Manifiesto Capitalista”. Según estos autores, permitir voluntariamente que los empleados tengan una participación accionaria en las compañías donde trabajan no solo fomenta un sentido de pertenencia y responsabilidad, sino que también estimula un interés genuino en el bienestar económico del país. Kelso y Adler argumentan que, al masificar el capitalismo de esta manera, se tiene el potencial de forjar una sociedad que logre equilibrar la libertad económica con los valores democráticos y la estabilidad social.
Para acelerar la incorporación del capitalismo popular en la economía, Kelso y Adler introducen el concepto de “propiedad ampliada”. En vez de una concentración de activos en unas pocas manos, proponen una distribución más equitativa de la propiedad de acciones y otros activos productivos. Este enfoque permitiría a un mayor número de trabajadores acceder a fuentes de ingreso adicionales, más allá del salario, contribuyendo así a una distribución más rápida de la riqueza y el poder.
Aquí radica una implicación clave: los trabajadores, al convertirse en accionistas de las empresas en las que trabajan, se encuentran intrínsecamente motivados para impulsar la productividad y la eficiencia corporativa. Cualquier incremento en las ganancias repercutiría directamente en el valor de sus participaciones.
Esta democratización en la propiedad del capital podría, en teoría, coadyuvar en racionalizar las demandas sociales, ya que más ciudadanos tendrían un interés personal y material en la salud del aparato económico y la cohesión social. La estabilidad económica se volvería una preocupación personal para los trabajadores propietarios, ya que una economía débil tendría un efecto adverso en el valor de sus inversiones. Adicionalmente, el esquema podría mitigar las tensiones tradicionalmente antagonistas entre empleadores y empleados, instaurando un interés mutuo en el bienestar de la empresa.
Esto va más allá de la mera teorización. Por ejemplo desde 1974, los Planes de Opción de Compra de Acciones para Empleados (ESOP en inglés), se han implementado en países como Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia, Francia, Alemania e India entre otros, mostrando resultados significativos. Estos planes han permitido a las empresas compensar, bonificar e incentivar a sus trabajadores con acciones empresariales, aumentando así no solo los ingresos totales y el patrimonio de los empleados, sino también fortaleciendo sus provisiones para la jubilación.
Varios estudios académicos y estadísticas corroboran estos efectos positivos. El Centro Nacional para la Propiedad de los Empleados de EEUU indica que las empresas con ESOP superan a aquellas que carecen de tal mecanismo, mostrando mayores tasas de crecimiento y menor susceptibilidad al fracaso empresarial. Además, el sistema contribuye al desarrollo de un robusto mercado de capitales local, beneficiando tanto a empresas como a ciudadanos.
En conclusión, el capitalismo popular no es un concepto abstracto o un ideal intangible. Se trata de una revolución económica y social que aspira a transformar nuestra comprensión y experiencia del capitalismo. Así, al democratizar la propiedad del capital, no solo eleva el piso económico de cada individuo y fortalece el tejido social, sino que también cimenta las libertades individuales. De esta manera, cada ciudadano se convierte en un actor económico activo con un interés material y personal en el bienestar general y la prosperidad del país.
Jaime Dunn es analista financiero.