El dólar es el símbolo del capitalismo y por lo tanto el emblema de la sociedad de consumo, del progreso, de la prosperidad y de todo el cuento de la modernidad. En este siglo XXI, más cambalachero que ningún otro, el dólar es el antiguo y el Nuevo Testamento resumidos en un pedacito de papel, y es por tanto, Dios mismo convertido en papel moneda.
Y resulta que en El País de las Maravillas de Arce Catacora, los dólares se han acabado, o por lo menos andan escaseando de manera alarmante. Si quieres dolaricos para mandarle al mangansón de tu hijo que estudia en el exterior, no hay; si necesitas dólares para pagarle a tu habitual proveedor de contrabando, no hay; y si quieres simplemente sacar tus ahorros de tu cuenta en dólares porque le has perdido la confianza al banco y quieres guardarlos debajo del colchón, tampoco hay, lo que les ha generado a los afortunados que se encuentran en ese caso, no solamente la sensación, sino la certeza de que los ha pescado el temido corralito.
Dicen por ahí que la economía es básicamente una cuestión de confianza y expectativas, y si hay alguito de verdad en eso, el problema del gobierno es más grande que la transitoria falta de liquidez de la banca para afrontar la sobre demanda de dólares.
Digo con esto que probablemente no estamos, como muchos se ojalean, ante el inminente colapso de la economía nacional, pero si estamos frente a una crisis de credibilidad. En cuestión de semanas los mitos de la “economía blindada”, del “único país en la región con una implacable estabilidad económica” y del “presidente que es un crack en economía”, se han ido al carajo. El principal capital político y electoral de Arce Catacora se está yendo por el caño del inodoro mientras yo escribo y usted lee estas líneas.
Pero tampoco seamos ingénuos. Además de la crisis de credibilidad, estamos ya frente a una crisis real de ingresos (se acabó la jauja del gas), de financiamiento (el huido le está apretando las choloncas a Arce bloqueando préstamos en el parlamento) y de reservas (se farrearon toda la plata).
Las consecuencias de estos problemas de fondo recién se comenzarán a sentir en su real dimensión si el gobierno no resuelve las causas con medidas claras y contundentes. Y para ello, el gobierno primero tiene que reconocer que estamos en crisis, y después afrontar con lucidez y responsabilidad política el crónico déficit fiscal (gasto público, subvención de carburantes, etcétera) y resolver el tema del tipo de cambio antes de que el mercado lo resuelva a la mala, como ya está comenzando a pasar.
Nada de eso va a ocurrir, por la sencilla razón de que Arce es un hombre pequeño y mediocre, sin ningún rasgo de estadista, que fungió como simple cajero de una época de bonanza que ni siquiera supo preservar (hizo que el desincentivo de inversión en exploración liquidara el negocio del gas), y porque la esencia populista y demagógica del MAS les dice que si hacen lo que deben hacer, corren el riesgo no solamente de perder la próxima elección, sino de ser desalojados del poder montados en un burro.
Agarrémonos entonces, porque el cajero, en lugar de actuar como un estadista con experiencia, va a vender y rematar hasta las macetas de la casa destruyendo lo que queda de la economía. Para la próxima columna, prometo una entusiasta proyección de los efectos políticos de la crisis económica.