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En voz alta | 29/01/2024

Cultura, arte y poder

Gisela Derpic
Gisela Derpic

El 22 de enero pasado fue difundida una carta contra la Ley de Bases propuesta por el Gobierno argentino, firmada por más de 20.000 artistas de ese país. Bajo el título “Carta al Congreso Nacional, La cultura está en peligro”, los firmantes dicen defender la identidad cultural de la nación argentina contra la pretensión del Gobierno de derogar “leyes vitales para la supervivencia de las industrias culturales, las artes y las ciencias, y el patrimonio cultural del país”, que “arremete contra la cultura, los medios públicos y los organismos descentralizados que fomentan la producción cultural”, sin “mero atisbo de participación ni interés alguno en el quehacer cultural, y por el contrario, (la norma) tiene una mirada mercantilista que apunta sin miramientos a desfinanciar y anular el desarrollo de las actividades de nuestra cultura nacional”.

En el fondo, este texto sostiene que la cultura existe y se desarrolla si y sólo si el Estado la financia; opinión que bien vale la pena analizar, comenzando la tarea con un breve recordatorio de algunos conceptos fundamentales.

“Cultura” dice la RAE, es un “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”. La misma fuente consigna como su sinónimo “civilización”, y establece que “cultura popular” es el “conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”.

Así pues, la cultura es el modo de vida particular de una sociedad, pueblo o grupo que le da identidad propia, distinguiéndole de otros respecto de su modo de sentir, pensar y actuar. En todo tiempo y lugar los seres humanos viven en función de la satisfacción de necesidades comunes, objetivas y subjetivas; entre ellas: alimentarse, reproducirse, vestirse, curarse, acogerse, despedirse, comunicarse, alegrarse, entristecerse, descansar, divertirse, aprender, enseñar, conmemorar, castigar, premiar, enterrarse… Tal satisfacción se logra mediante acciones que unen indisolublemente lo externo y lo interno, lo que se percibe y lo que se comprende.

El cómo, el dónde, el cuándo, el con qué, el porqué de esas acciones en el caso de cada grupo, pueblo y/o nación, es el contenido de la cultura respectiva que la distingue de las otras. De lo dicho se colige sin duda alguna que la cultura es producida y desarrollada por los seres humanos -únicos e irrepetibles en su dimensión individual, interrelacionados por su naturaleza gregaria en su dimensión social- por el mero y maravilloso hecho de vivir, desde el mismo momento en que comenzó su epopeya en la tierra, natural y espontáneamente; no por la decisión, el auspicio o el apoyo del Estado ni nada parecido. No gracias al poder.

Un componente de la cultura es el arte que, según la RAE, es “la virtud, disposición y habilidad para hacer algo” o “la manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”.

Manuel Seco identifica la esencia del arte cuando dice que es la “actividad humana encaminada a la creación de obras bellas”. Liber Forti, anarquista argentino quien adoptó Bolivia como suya, un linyera a quien el poeta León Felipe llamó “amoroso luchador por la justicia”, padre del teatro moderno boliviano, repitió incesantemente a lo largo de su vida que “sin libertad no hay creatividad”, denunciando sin concesiones la estrategia de los estados autoritarios para “tragarse” al arte independiente a través de la represión, la imposición de políticas y la cooptación de los artistas vía prebenda y privilegios. Ejemplos sobran. Basta informarse de la cantidad de víctimas, los sistemas de registro y control, y las sumas de dinero destinadas por los regímenes antidemocráticos a ciertos individuos y grupos que les hacen propaganda con el nombre de arte.

Dicho esto, no encuentro mejor comentario sobre la carta de los millares de artistas argentinos, motivo de este artículo, que recordar lo dicho en una escena de la película argentina “El ciudadano ilustre”, de 2016, ganadora de 11 premios, incluyendo el Goya a mejor película iberoamericana, dirigida por los cineastas independientes Mariano Cohn y Gastón Duprat. En ella, como parte de los homenajes al premio Nóbel de literatura Daniel Mantovani, el alcalde del pueblo natal del galardonado, dice: “Estoy convencido de que la cultura es central en el desarrollo de toda sociedad y de que desde el Estado tenemos que promoverla”. Mantovani le responde: “La mejor política cultural (…) es no tener ninguna. Defender a nuestra cultura si es que se considera a la cultura como algo débil, algo frágil, raquítico que necesita ser protegido, custodiado, promovido y subvencionado. La cultura es indestructible, es capaz de sobrevivir a las peores hecatombes”, para concluir demoledoramente: “Creo que la palabra cultura sale siempre de la boca de la gente más ignorante, más estúpida y más peligrosa”.

Invito a todos, incluidos nuestros vecinos argentinos, a ver esa película. Nos hace falta.

Gisela Derpic es abogada.



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