Bolivia eligió a su nuevo Presidente el 19 de octubre y las señales que se manifiestan, desde entonces, inspiran un optimismo moderado en quienes están en disposición de ver la realidad sin prejuicios, quitando de sus ojos las vendas del fanatismo y el derrotismo, rasgos inoculados sin cesar con la palabra y la obra por el régimen que pretendía perpetuarse en el poder desde 2006 hasta el final de los tiempos.
Esta sensación de que se ha presentado una oportunidad impensada para avanzar en el camino correcto tiende a crecer a medida de que se suceden los días, lo cual deja en evidencia que no es un asunto aislado que la mayoría aplastante de los ciudadanos bolivianos haya apostado a la vía electoral para ir al encuentro de las alternativas de solución a sus acuciantes problemas; sino una demostración de la conciencia cívica creciente que revela, sin lugar a dudas, que el camino de la violencia es la opción de una minoría cada vez más pequeña y menos efectiva, insuficiente para precipitar a la sociedad en una acción a la medida de los intereses oscuros de los abusivos que hundieron al país en el desastre. Pese a los tontos útiles que se han convertido en sus émulos funcionales, aunque se declaran sus opositores.
El resultado electoral boliviano ha motivado a los líderes del mundo libre a pronunciarse de inmediato con felicitaciones a Rodrigo Paz por su victoria. El secretario de Estado de los Estados Unidos, Marcos Rubio, estuvo entre los primeros, junto con Javier Milei, presidente de Argentina, y la líder venezolana María Corina Machado. Sumándose a ellos muchos otros, entre ellos el presidente de Chile, Gabriel Boric, una vez más posicionado a contracorriente respecto de los miembros hispanoamericanos del bloque transnacional autoritario criminal, del cual Bolivia ha sido integrante desde 2006.
También se ha escuchado silencios equivalentes a proclamas estruendosas, como los de Díaz Canel, Maduro, Ortega y Petro. Incluso las lamentaciones de la sucesora de AMLO por la derrota de la izquierda. Buenas señales.
Las congratulaciones a Paz Pereira no son retóricas ni protocolares. Vienen de la comprensión acerca de la trascendencia de la derrota del régimen masista después de dos décadas, en la cuales arrancó a Bolivia del bloque occidental democrático, poniéndolo al servicio del crimen organizado transnacional. Más allá, quienes felicitaron al Presidente electo saben que este hecho histórico puede marcar el inicio de la recuperación de Bolivia para el bloque occidental democrático, a condición de la derrota del autoritarismo y la crisis multidimensional, del crimen y la corrupción, de la confrontación y la división.
Por eso a las congratulaciones se suman las ofertas de apoyo real y efectivo de países y organismos internacionales, bajo la convicción de que la tarea acaba de comenzar y de la longitud y pendiente extremas del camino a recorrer, en función de ayudar a Bolivia a salir del pozo profundo, en el cual Morales y sus secuaces la hundieron. Motivo de satisfacción, porque las manos extendidas son garantía del acompañamiento efectivo necesario para avanzar.
No es todo. De un lado, Rodrigo Paz ha mostrado señales propias, hasta donde puede sin todavía asumir el mando del Estado. El Escudo Nacional que encabeza sus comunicaciones oficiales es la más significativa, acompañada de sus afirmaciones en materia de opción radical por la democracia, por la lucha contra el narcotráfico y por la inserción de Bolivia en el mundo.
De otro lado, Jorge Tuto Quiroga ha sido categórico respecto a la decisión de la alianza que encabeza, de apoyar al nuevo gobierno con todo a cambio de nada –según explicó– a través de una acción legislativa concertada de crucial importancia, que dejará de lado la vieja y nefasta práctica del cogobierno con parcelación prebendaria de la estructura del Poder Ejecutivo.
Así volverá la democracia de verdad como el escenario de la construcción de los consensos en el Legislativo plural, ágora republicana, y se repondrá la esencia de la política con un desafío de gran envergadura a los senadores y diputados, para que desarrollen su tarea con base en el debate de ideas, su razón de ser. Tendrán que parlamentar, quedando en el oprobioso pasado los insultos y las agresiones típicas de los violentos de azul.
El viento sopla en favor de Bolivia para la superación de su deplorable situación y los principales actores políticos parecen estar decididos a remar la nave del Estado en la misma dirección. El éxito requiere, además, una contribución anónima y trascendental de todos los demócratas, expresada, a la vez, en la paciencia para esperar los cambios –que se sabe no serán veloces ni completos después de tantos años de abuso, latrocinio y violencia–; en el seguimiento atento a los servidores públicos, para dar alerta temprana sobre sus posibles inconductas; en el valor civil y la prudencia para hacerlo; en el reconocimiento de los otros como iguales y en la resistencia a toda tentación totalitaria que puede provenir de cualquier lado. Es nuestro deber inexcusable.
Gisela Derpic es abogada.
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