La Cuaresma es el tiempo de recogimiento y reflexión, en preparación para la Pascua. Los católicos celebramos la resurrección de Jesús y con ello la victoria sobre la muerte y el pecado. La cuarentena es el tiempo determinado en el cual se aparta al paciente para evitar o reducir el riesgo de contagio en tiempos de epidemia.
Comentaba con un amigo en Argentina este fenómeno que ha sucedido ya en Italia de prohibir las Misas y cerrar las Iglesias. Su explicación es bastante sencilla; hoy vivimos en un mundo secularizado que eleva el ir a misa al grado de cualquier reunión pública y sin embargo en Italia primero prohibieron estas y no las salidas a bares o similares centros donde la gente se agrupa. Por otro lado está el factor miedo.
El ser humano está expuesto a una realidad donde se reconoce indefenso y la cual lo empuja a confiar en bienes materiales (mascarillas, alcohol en gel, acumulación de alimentos) y ante esta inseguridad, el humano demanda protección del Estado al punto de convertirlo en un semidiós, alejándose del único y verdadero Dios.
El pánico justamente es algo que puede ser contagioso y este ha sido disparado con la avalancha de infodemia que hemos visto desde enero. Este miedo descontrolado genera violentos impulsos en la multitud, como hemos visto en la negativa de los vecinos en La Paz de las zonas donde se han designado cierto hospital para tratar a posibles pacientes contagiados con este virus Covid-19. O las numerosas estampas que recordaremos de cómo la gente llegó a pagar 10 bolivianos por un cubreboca y hasta el alcohol caimán tuvo gran demanda.
Por falta de higiene y sentido común, ahora tenemos que aplicar la distancia social y en la medida de lo posible trabajar en casa y evitar aglomerarse. Como lo expresa el politólogo e historiador italiano Roberto de Mattei, el impacto de esta epidemia tocará el tema económico y social generando el caos que ya hemos percibido en nuestras ciudades y también en imágenes de otros países.
¿Y los católicos cómo lidiamos con esta epidemia? San Bernardino de Siena, Santa Brígida, San Luis María de Montfort y otros de la misma época en la que la guerra y las plagas prevalecieron, aceptaron estas como un castigo de Dios ante la infidelidad del pueblo y la apostasía de las naciones.
Son pecados colectivos, consentidos por gobernantes e incluso por el mismo clero de la Iglesia que guarda un silencio cómplice. Ante el aborto que se cobra la vida de tantos bebés, esta epidemia no afecta de manera directa a los infantes. Este tipo de pecados son los que claman justicia al Cielo.
En este punto cabe recordar, que nada de lo que sucede en esta vida escapa la Divina Providencia, que hasta del mal se sirve para obtener un bien mayor que de alguna manera está relacionado con el bien de nuestras almas.
El padre David Pagliarani reflexiona como un simple microorganismo como este virus, ha puesto al mundo en vilo y ante la ansiedad y pánico que genera esta epidemia de un coronavirus, tenemos el contraste de una Corona mucho más poderosa a la cual los cristianos católicos recurrimos siempre en tiempos difíciles: la Corona de la Reina del Cielo y el rezo del Santo Rosario.
Hemos llegado a la tercera semana de la Cuaresma y ante un mundo angustiado y preocupado, el cristiano católico acepta con amor y esperanza la prueba dispuesta por Dios, y practicando la primera regla del combate espiritual: confiar plenamente en Dios.
Es el tiempo propicio para reflexionar sobre nuestros pecados, nuestra falta de caridad y quizás aceptar la distancia social y las medidas extras de prevención, como una forma de mortificación por la conversión de otras almas que reniegan de Dios. Queda esperar que los sacerdotes no cierren la posibilidad para conferir a través del sacramento de la confesión, el bálsamo para nuestras almas y podamos así levantarnos con Jesucristo el domingo de Pascua y dejar de lado nuestra mezquindad, apego al pecado y confianza en los bienes materiales.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología