Hace años que me pregunto cuándo empezó la decadencia del MAS, cuándo Caín y Abel rompieron su pacto de impunidad y sacaron los trapitos al sol. Muchos dirán que en los últimos meses. Puede ser, hasta ahora habían respetado el lema “la ropa sucia se lava en casa”, sólo en privado aceptaban sus tropelías. Hoy se acabó: empezaron a ventilar intimidades antes bien guardadas. Pero me da la impresión que la degeneración de aquel partido viene de más lejos. ¿Cuándo? No sé decirlo con precisión.
En lo personal, quedé desconcertado cuando vi que Evo, con un solo gesto, mandaba a un subordinado a que le amarrara los huatos. No entendí cómo Álvaro usaba el helicóptero oficial para sus desplazamientos familiares. Me impresionó cuando el otrora defensor de derechos humanos, ahora Ministro, comandaba la represión y miraba a otro lado cuando sus súbditos causaban muertes. No podía creer cómo amigos míos, con quienes habíamos construido tantas cosas, mentían con descaro, usaban y abusaban de la cuota de mando que les tocaba.
Sí, cambiaron de casas, de gustos, de parejas, de barrios, de clubes deportivos, de bebidas, de estilos de vida. Se habían convertido en dignos hombres de Estado, gente de poder. Es ahí cuando terminé de asumir que el tal “proceso de cambio” en realidad significaba su propio cambio. Y claro, en el 2019 todo quedó más claro: el proyecto épico, el impulso reformador, la mística revolucionaria habían quedado atrás. Se trataba de política real, de reproducción del poder a cualquier costo.
Hoy jugamos con otra baraja. Resulta que aquel bloque sólido, unido, degradado pero dispuesto a lo que sea necesario con tal de no perder el control del Estado, ahora se fractura. No me sorprende, era cuestión de tiempo; la mezquindad era su moneda de cambio y no podía dar otro resultado. Lo curioso es la desvergüenza con la que se acusan entre ellos, sacan a relucir lo que siempre sabían del otro.
En boca del oficialismo están los argumentos con los que criticábamos a Evo un tiempo atrás. La historia es juguetona: el sueño de la no reelección lo consiguió el gobierno actual. Venció la razón cinco años más tarde, triunfó el 21F: “Evo de nuevo, huevo carajo” es una realidad, gracias a Arce.
Y no se acaba ahí. Ahora la autoridad saca a luz la información que todos conocían aunque era difícil corroborar. Los apetitos sexuales de expresidente eran notorios, sus aliados de entonces prefirieron el silencio, la tolerancia y la comprensión. Lo defendieron, lo protegieron, lo justificaron y hasta aplaudieron. El “jefazo” tenía sus licencias, había que respetarlas. O quizás simplemente eran estratégicos y temerosos. Ya poco importa. Ahora sí, los antiguos hermanos, se acusan entre sí con información que habían ocultado. Fueron compañeros, compinches, cómplices pues; hoy son verdugos y víctimas. ¿Qué es peor? ¿Saber y callar? ¿Hablar cuando te conviene? No sé.
“¿Cuándo se rompió el encanto?” –se preguntaba Octavio Paz–. No de golpe: poco a poco”. Sí, fue paso a paso, con esfuerzo y talento, el MAS caminó hacia el chiquero en el que hoy se encuentra. Y por lo que se ve, no tiene voluntad de salir de ahí.
Hugo José Suárez, investigador de la UNAM, es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.