Giovanni Sartori, destacado politólogo italiano, ofrece en su obra “Partidos y sistemas de partidos”, un análisis profundo de la estructura interna de estas organizaciones. Según su perspectiva, los partidos no son entidades homogéneas o monolíticas, sino organizaciones atravesadas por constantes disputas de poder. Estas luchas internas se manifiestan de diversas maneras: a) Facciones o corrientes ideológicas, que surgen cuando coexisten sectores con posturas divergentes sobre la orientación ideológica del partido; b) divisiones generacionales, reflejadas en los conflictos entre líderes veteranos y nuevas generaciones que aspiran a renovar la estructura partidaria; y, c) personalismos, por los cuales líderes carismáticos imponen su autoridad personal por encima de las normas formales del partido.
Esta perspectiva permite comprender la naturaleza dinámica de los partidos políticos y las tensiones que se agitan en su seno que, como barcos en alta mar, las corrientes internas no solo impulsan su rumbo, sino que también provocan oleadas capaces de hacer zozobrar la nave. Con este esquema, como brújula analítica, nos disponemos a rastrear el naufragio del MAS, un hundimiento que, más que inesperado, parecía el desenlace natural de un barco que ya hacía agua por todos lados.
Facciones o corrientes ideológicas. En los partidos políticos coexisten diversas corrientes ideológicas que pueden competir por definir la orientación del partido. Sin embargo, las disputas entre evistas (seguidores de Evo Morales) y arcistas (partidarios de Luis Arce) dentro del MAS no siguen este patrón. Las diferencias entre ambas facciones no tienen que ver con la interpretación de la ideología del partido ni con la forma de abordar temas estratégicos, programáticos o políticos.
Después de la salida de Evo Morales del poder en 2019, Luis Arce asumió la presidencia con el respaldo del MAS en 2020. No obstante, con el paso del tiempo, emergieron las famosas divisiones entre evistas y arcistas. Claro está, no estamos ante una lucha ideológica (ambos sectores se declaran defensores del “socialismo comunitario” o la “utopía arcaica” promovida por el MAS), sino una competencia más terrenal: la disputa por quién debe llevar las riendas del partido y cómo repartir el poder.
Durante la hegemonía de Evo Morales, en el MAS no había espacio para facciones que pudieran causar fricciones internas o, peor aún, amenazar con una escisión del partido; la consigna era clara: “No se deben criar cuervos”. Cualquier indicio de disidencia era rápidamente erradicado, como quedó demostrado con casos tan representativos como el de Félix Patzi o Román Loayza, quienes claramente no entendieron que la lealtad era, en este caso, una cuestión mantener silencio absoluto.
Divisiones generacionales. Otra de las dinámicas clave en el poder interno de los partidos es la tensión entre las generaciones. Esta división enfrenta a los líderes veteranos, que tienen una trayectoria larga en el partido, contra los jóvenes o nuevos cuadros que buscan renovar la organización.
En esta batalla generacional dentro del MAS, los veteranos, con su sólida trayectoria en el partido, se enfrentaron a los jóvenes que buscaban alzar el vuelo y dar un giro a la organización. Los evistas, con su largo camino en el poder, defendieron una estructura tradicional y sólida, construida a base de experiencia y los logros de Evo Morales. En cambio, los arcistas, más jóvenes o de reciente ascenso, anhelaban cambiar las reglas del juego, modernizar las estrategias y adaptarse a los tiempos que corren, lo que ha generado una creciente lucha por el control del nido.
En este enfrentamiento no solo estaba en juego el liderazgo político, sino que era una confrontación simbólica: los veteranos representaban la vieja guardia que, en su momento, alimentó y crio a estos “cuervos”, mientras que los nuevos buscaban quitarles los ojos de una estructura que ya no creen capaz de volar hacia nuevos horizontes. Así, este choque entre lo antiguo y lo nuevo, está culminando a favor de estos últimos que se quedaron con el control del nido: la sigla del MAS.
Personalismos. Esto se produce cuando un líder carismático concentra el poder en torno a su figura, minimizando las estructuras formales del partido y subordinando la organización a su liderazgo personal. Este fenómeno es frecuente en partidos con estructuras débiles o en aquellos partidos donde la figura del líder es central para la identidad de la organización.
La pugna entre evistas y arcistas se reduce a una clásica lucha por el poder, en la que ambos bandos pelean por ver quién lleva las riendas del MAS. Evo Morales, al designar a Luis Arce como su sucesor, seguramente pensó que tendría a su “títere” bajo control, dirigiendo todo desde las sombras. Sin embargo, Arce, para sorpresa de todos, decidió que ser marioneta no era lo suyo y comenzó a tomar decisiones propias, creando así una brecha inesperada con su antiguo mentor.
Por un lado, los evistas, representados por la figura de Morales, defendieron un modelo de liderazgo personalista, en el que la figura de Evo era la clave para definir la dirección del partido, y donde el control del poder se encontraba en una sola persona. Los arcistas, por otro lado, lograron independizarse de esa figura, estableciendo un liderazgo propio distante del legado de Morales, pero que a la vez continúe con los principios del MAS. Este choque entre un poder centralizado bajo Morales y un poder distribuido y autónomo bajo Arce puso de manifiesto que, en realidad, no fue una lucha por la presidencia, sino de una batalla por quién tiene la última palabra sobre el futuro del partido y su estructura. En este sentido, la lucha entre evistas y arcistas fue un enfrentamiento entre dos liderazgos que buscaron no solo el control político, sino el control absoluto del poder dentro del MAS.
Así, Evo Morales pensó que controlaría a Luis Arce desde las sombras, pero el “cuervo” no solo aprendió a volar, sino que tomó las riendas del poder. En su lucha por el control del MAS, los veteranos descubrieron que su legado ya no era suficiente para frenar a los jóvenes, quienes no solo se liberaron del liderazgo personalista, sino les arrebataron el control del partido.
Eduardo Leaño es sociólogo.