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15/02/2020
Cartuchos de Harina

“¿Cree usted que soy Santa Claus?”

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

En noviembre pasado, se filtró el audio de una conversación del entonces embajador de Colombia en Washington D.C., Francisco “Pacho” Santos, y su canciller Claudia Blum. La conjetura de quién grabó esa encantadora charla y para qué, haría salivar a los adictos a la literatura de espionaje. Incluso, en un público no tan minoritario, estimularía los jugos gástricos de quienes, por derecha o izquierda, y sin interés ni en la copiosa literatura infantil, cranean, sin embargo, aferrados a alguna explicación conspirativa. No doy nombres porque la gente es sensible.

En esa sazonada conversa, el exembajador colombiano acusaba cuánto se ha desvencijado el Departamento de Estado en la era Trump (“parece una ONG”, dijo, ofendiendo a multitud de oenegeros), aunque Mike Pompeo influya en su Presidente.

Si fuera un mero problema norteamericano daría lástima, quien sabe académica, institucional. Pero don Pacho Santos resaltaba, además, agitado por Venezuela, que “la CIA no se está metiendo”; “Trump se mete a Venezuela” solo “si ve muy difíciles las elecciones”. “Esa ayuda humanitaria (a Venezuela) fue un fiasco total”. Es decir que Trump ha amputado su servicio exterior profesional y, encima, su mirada está más en las elecciones en la Florida que en el destino de Maduro y sus compinches.

Todo esto sucede a tal grado que los amigos juramentados de EEUU, como esas autoridades colombianas, desataron sus nervios en aquella espiada plática, sin saber cómo atraer la atención gringa a sus aprietos geopolíticos. Si le sumáramos que en 2019 Trump, habituado a pasear las vísceras al hablar, exclamó que bajo Iván Duque salen más drogas que antes, redondearíamos una visión muy realista de las amistades Norte-Sur.

Esas incidencias sirven para medir nuestras mejoradas y necesarias buenas relaciones con Estados Unidos, pero hacerlo sin soltar las trenzas. El abandono de los leales kurdos por la frialdad de Trump en la guerra siria es un extremo; la suerte colombiana es más cercana a casa. No valdría la pena turnar nuestra pasión irreflexiva entre Cuba y el gran vecino del Norte solo por la ilusión de contar con un nuevo padrino protector y caritativo.

Estados Unidos ha expresado su reluciente interés por Bolivia pues nuestro cambio político de 2019 no le es indiferente. En enero, un memorando estadounidense señaló que “la ayuda a Bolivia… es vital para los intereses nacionales de Estados Unidos”. No obstante, David Hale, subsecretario de Estado, habló luego de ayuda en palabras muy de protocolo: “intercambios de pueblo a pueblo en oportunidades educativas (…) en áreas ambientales, en el combate de incendios forestales, de control de brotes de epidemias (…) de trata de personas, de narcotráfico”.

Menos burócrata y quizá porque no vino del malogrado Departamento de Estado, Mauricio Claver-Carone, asesor de Trump y director en el poderoso Consejo de Seguridad Nacional, se animó en cambio a advertir a terceros en una entrevista en Página Siete: “Yo, si fuese Alberto Fernández, no estaría pensando en nada que no fuese el FMI y Vaca Muerta”. Debe ser de las pocas veces que se elige La Paz para que oiga Buenos Aires, y no al revés.

A diferencia de Mr. Hale, Claver-Carone prometió más carne para el asador boliviano, amenazado de desaceleración económica. El asesor de Trump mencionó la cooperación a Bolivia en “todos los tipos de temas”, como el comercio, la inversión, el apoyo al proceso electoral, la transición, la lucha contra la corrupción y el narcotráfico.

El éxito de largo plazo de la transición boliviana es una medalla que, a muchos, no solo en Estados Unidos, les gustaría tener como contraejemplo de Venezuela y Nicaragua. Pero Bolivia ha sido raramente estratégica para Estados Unidos. Desde los años 30 le preocupó aquí la indemnización a la Standard Oil, los nazis, el estaño, luego el comunismo y finalmente la coca, más que la armonía local. Y falta saber si, muy dentro, Estados Unidos cree que la tumultuosa tradición boliviana podría ser modificada con su apoyo.

Que la asistencia estadounidense no es trivial pueden probarlo la Misión Bohan y su efecto en el desarrollo nacional. Claro que, apenas escribo eso, recuerdo la respuesta que fuentes informadas decían que George W. Bush le dio a Goni (inimputable de antinorteamericanismo), cuando éste le pidió unos 100 millones de dólares para las encogidas finanzas bolivianas: “¿Do you think I’m Santa Claus?”

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.



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