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04/02/2024
Con la boca abierta

“Contra Viento y Marea”

Sonia Montaño Virreira
Sonia Montaño Virreira

“Si se encuentran con un extrabajador/a de Página Siete, regálenle un abrazo porque está emocionalmente roto, pero también, si pueden, ofrézcanle trabajo porque lo está necesitando con urgencia para llevar alimentos a su mesa”. Mery Vaca.

El próximo 6 de febrero se presentará el libro “Contra viento y marea”, escrito por cuatro exdirectores de Página Siete (P7), un medio cuya vida merecía ser más larga y que reflejó los riesgos que enfrentan quienes dicen la verdad en contextos donde la democracia está amenazada. El libro es un testimonio a cuatro voces sobre cómo operó la destrucción de la prensa independiente que, como dice el nicaragüense Sergio Ramírez en el prólogo, ocurre “cuando la palabra libre cobra sus fueros, y se vuelve temida, porque el poder autoritario prefiere la palabra oficial, que es igual al silencio.”

Sobre el tema, Juan Carlos Salazar concluye que le “preocupa esa percepción en determinados sectores de la sociedad, de que el periodismo independiente es un riesgo. En una sociedad democrática, en un Estado de derecho, no cabe o no debería caber ese temor”, dice.

El título del libro refleja el sentido que le dieron cuatro directores y un equipo de periodistas y trabajadores, que durante 13 años llevaron a cabo una empresa que no solo fue contra el viento, si no contra varias tormentas digitadas desde el poder. Tormentas, subida periódica de las aguas fiscales y penales, que buscaban ahogar un medio nacido para ocupar el espacio vacío de la libertad de expresión. Esa constelación virtuosa de los cuatro directores fue posible además –como dicen en la dedicatoria– “gracias a los miles de lectores de Página Siete”.

La historia de P7 es un repaso brutal de la historia reciente del país vivida desde una Redacción, un llamado a tomar conciencia sobre el abuso del poder, pero también sobre los silencios de la sociedad. Nos hemos acostumbrado a la arbitrariedad y somos capaces de sobrevivir sin chistar ante el cierre de medios de comunicación y tantos hechos que dan cuenta de una sociedad donde los derechos están en extinción. Acostumbrados a las dádivas no fuimos capaces de pagar el derecho a la información. Salazar se pregunta ¿faltó el apoyo material de los lectores y/o de empresarios que creyeran genuinamente en la importancia de un periodismo crítico? Y Mery Vaca responde con una reflexión de fondo: “cuando Página Siete cesó sus operaciones, fue extraño escuchar a diversos actores de la sociedad decir que no sabían que la situación era tan grave y que, de haberlo sabido, habrían apoyado económicamente al medio”.

A medida que se leen los textos de los autores se siente el aumento de la presión y el dolor compartido por cada uno de ellos. Leemos historias que muestran la estrategia gubernamental para la destrucción de P7, que incluyó el aprovechamiento malicioso de hechos noticiosos, pero también la valentía de periodistas como Liliana Carrillo, Noelia Zelaya y Tania Sossa, autoras de un reportaje que involucró a más periodistas y que fue premiado por Ban Ki-moon –secretario General de Naciones Unidas– mostró la realidad del país y el padecimiento que sufrieron las tres mujeres para realizarlo. El libro muestra muchas y conmovedoras historias en defensa de la libertad de información. En especial, el relato de Peñaranda no tiene desperdicio.

Salazar, quien asume la dirección luego de haber tenido una exitosa trayectoria como periodista internacional, relata cómo le gana su vocación por un periodismo que incomoda al poder y suspende su retiro del periodismo activo asumiendo un desafío que tuvo que priorizar la supervivencia de P7, peligro que tiene en riesgo a muchos medios. Lo ocurrido con este medio es parte de un fenómeno global y nacional. “Si bien es cierto –dice Mercado– que afortunadamente en el país no se han registrado periodistas asesinados ni desaparecidos, formas sutiles pero efectivas de presiones y limitaciones al trabajo de la prensa tienen el efecto de una censura”.

Oscar Martínez, destacado periodista salvadoreño y director de El Faro dice: “El periodismo debe plantearse cuestiones complejas, es decir, preguntarse a quién le compraste esa comida, por qué otorgaste ese contrato a un funcionario, por qué eliminaste ese criterio de compra pública, por qué negociaste con las pandillas para reducir los homicidios”.

Muchas de esas preguntas complejas se hicieron quienes trabajaron en P7: la cobertura de la marcha indígena, la situación de la salud, la gravedad de los enfermos de cáncer, la violencia contra las mujeres; el “caso Zapata”, el 21F, el desfalco del Fondo Indígena, la muerte de viceministro Illanes, el caso del bebe Alexander y mucho más. En todos esos ejemplos, P7 mostró profesionalismo y seriedad, pero bastó una noticia sin verificar sobre la muerte de un bebé y la cobardía de un sacerdote que se negó a reconocer su dicho sobre la excomunión de ministros favorables al aborto para que se multiplicaran los ataques al medio y provocaran la salida del primer director. Si algo se le puede criticar al texto de Peñaranda es que al autocriticar errores cometidos renuncia por “no haber dirigido bien el periódico y no haber instalado un adecuado sistema de filtros. Además –dice– le habíamos regalado al Gobierno una oportunidad única para volver a asediarnos”. La verdad es que Peñaranda como los otros directores fueron valientes y resistieron el maltrato, más allá de lo humano.

Raúl Peñaranda relata que “la presión aumentó en el momento en que el Gobierno controlaba dos tercios de ambas cámaras del Legislativo, el sistema judicial, el Ministerio Público, todas las antiguas superintendencias, la Contraloría General, el grueso de los sindicatos, dos tercios de municipios y gobernaciones y buena parte del sistema mediático; pero todavía quería más. Las encuestas señalaban que Morales tenía posibilidades ciertas de ser reelecto en 2014. Pero quería más. Quería controlarlo todo”. Es que, efectivamente, sin el control sobre la prensa, el autoritarismo cojea.

Isabel Mercado, siempre acechada por la tormenta, da cuenta de la creatividad y los esfuerzos en favor de la innovación digital, la investigación de calidad mientras se alimentaba la esperanza de nuevas inversiones para enfrentar la falta de publicidad.

Ya Salazar había visto cómo la animadversión política se tradujo en abierto boicot económico. “Ya no se trataba únicamente de la exclusión de P7 de la pauta publicitaria estatal, sino, incluso, de las presiones que ejercían las autoridades a la iniciativa privada para que no se anunciara en el periódico”.

Más adelante, Mery Vaca muestra cómo la pandemia –sobre llovido mojado– agrava la crisis económica mostrando la serie de factores que desataron la tormenta: acoso judicial, represión de periodistas, bloqueo informativo, innovación digital sin recursos y todo para mantener la independencia del periódico en un contexto de polarización y alineamiento de la mayoría de los medios con el poder.

Los cuatro testimonios son valiosos porque muestran los esfuerzos y el compromiso de los cuatro, pero sin duda es el relato de Mery el que produce un nudo en la garganta porque muestra hasta las lágrimas que, además de los errores cometidos en la gestión y que derivaron en la pérdida de un derecho para los lectores, las victimas últimas fueron el equipo de trabajadores que aun demandan se cumplan las obligaciones y se respeten sus derechos



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