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12/09/2023
Ortodoxias y heterodoxias

Coluche, Beppe Grillo y Milei

Juan Antonio Morales
Juan Antonio Morales

La gran insatisfacción de los electorados con la marcha del país, especialmente, mas no únicamente, con la economía, hace que apoyan a candidatos lo más antisistema posible. La bronca del público hacia el “establishment”, la “casta” como dice Javier Milei, hace que su atención se centre en los candidatos más estrafalarios, con propuestas excesivas y que dicen más groserías. Sucedió en Francia a mediados de los años ochenta, cuando el cómico Coluche parecía contar con gran apoyo. Tenía declaraciones notables como la de decir que Francia está mal, pero que con él estará peor. También decía que su política tenía dos objetivos, hacer reír y hacer c….r (de enojo).

El cómico derechista Beppe Grillo en Italia no se quedaba atrás, con ataques virulentos, a la vez que divertidos. Así decía que el ex primer ministro Berlusconi (fallecido este año) tenía mucho sexo y que sus opositores tenían muy poco. Proponía que Italia se saliera del euro, juraba contra la austeridad y argumentaba que las deudas de los italianos, por sí solas, eran impagables. Su agresividad, por su novedad en el país de Aldo Moro, famoso porque la palabra más fuerte que había empleado era “maleducato” (maleducado), le hacía ganar muchos electores. El cansancio del electorado con gobiernos en puerta giratoria, aunque eran siempre los mismos que se turnaban, era muy grande. Los discursos populistas de Coluche y Beppe Grillo, con su humor ácido, se vendían bien.

Como Coluche y Beppe Grillo, Milei es provocador, con ideas fuera de la caja, con un lenguaje soez, que arrincona a sus interlocutores y a sus entrevistadores. No tiene empero la gracia de Coluche ni la de Beppe Grillo.

Milei tiene una alta probabilidad de ganar las elecciones de octubre en primera vuelta. El hastío de los argentinos con la descontrolada inflación que ya dura varios años, con la caótica multiplicidad de tipos de cambio y las interminables acusaciones de corrupción, hace que busquen un líder nuevo y con recetas de política económica, dudosamente nuevas. Los argentinos están dispuestos a darle su chance a un candidato muy diferente de sus políticos usuales.

Gobernar será empero otro cantar. No le será fácil a Milei reducir el pletórico empleo en el sector público ni cerrar las empresas estatales ineficientes. Tampoco le será fácil desmontar los subsidios y las otras gangas del “Estado de bienestar,” aún si ya se han adelgazado. El tema de las pensiones le será espinoso. Por último, tendrá que lidiar con los poderosos sindicatos, acostumbrados a prebendas y a ser gobierno en la sombra.

Dolarizar y cerrar el banco central están entre las principales propuestas de política económica de Milei. Con la dolarización se acabaría la complicidad del Banco Central (el BCRA) con la incontinencia del gobierno y se dejaría de “imprimir billetes,” causa principal de la alta inflación. Pero para dolarizar se necesita dólares, que la Argentina no los tiene. Tampoco la dolarización, que no es sino la adopción de un tipo de cambio superfijo, va a resolver todos los problemas. Por otra parte, los dólares creados por el sistema bancario mediante sus créditos no son sustitutos perfectos del dólar norteamericano.

Milei dice que con el cierre del BCRA desaparecería el señoreaje, que según él es un robo. El señoreaje es la obtención de recursos reales mediante la emisión de dinero, o visto desde otro ángulo, como el ingreso que consigue el gobierno por proporcionar el servicio de medios de pago. Con dolarización el señoreaje no desaparece, sino que se paga al emisor de dólares, los Estados Unidos.

Milei parece desconocer la historia de los bancos centrales y por qué surgieron. No fueron una invención del maligno, sino que respondieron a la demanda del público por medios de pago de aceptación general y por estabilidad financiera. Una banca libre, como se tenía hasta las primeras décadas del siglo XX y a la que quiere regresar Milei, sería un retroceso mayúsculo y en desmedro del desarrollo bancario. La regulación y la supervisión adecuada son requisitos de un sistema financiero moderno. Es la dura lección de los últimos cien años.



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