Si todavía leyéramos a Montesquieu con
convicción la república como forma de gobierno dependería de la virtud de los
ciudadanos, así como el despotismo se afirma en el miedo. Y eso que Montesquieu
no creía en la gansada de que en una república todos son virtuosos, sino que
simplemente funcionaría mejor cuanto más extendida esté la virtud.
Así que hoy traigo una muestra de virtud, pues el caso boliviano no es tan oscuro como la depre induce a mascullar. Y hace años que quiero ponerlo por escrito, como hago finalmente ahora. Esa muestra es Carlos Soria Galvarro, un periodista respetado por su gremio. Para el gran público, es el especialista en la guerrilla del Che en Bolivia, a la cual ha dedicado libros, muchos años y más trabajo. Al grado que tantos han rentado de su labor, sin reconocerlo.
Y para evitarle a esta columna las sospechas, puedo enumerar razones que aspiran a convencer de que mi juicio no está nublado. Sí admito que, para mí, elogiar a Carlos Soria es el paradigma de que “honrar, honra”, como decía José Martí. Y que albergo un contento íntimo por tributarle unas líneas imaginándolo junto a sus cumpas, confinados todos por García Meza en Puerto Cavinas en 1980, previa ronda de torturas, claro.
Pero no escribo “de chaqui” por un amigo de guitarreadas o copas. Aunque guardo simpatía por Carlos, hemos compartido en escasas ocasiones. Tal vez hayamos hablado una docena de veces en nuestra existencia, para pesar mío. Ojalá hubieran sido muchísimas más. Este artículo no es fruto de un coro de halagos mutuos, en el que todos avanzan siempre que se realcen recíproca, pero interesadamente.
Por otro lado, Carlos no ha buscado el poder ni lo detenta, como para que valorarlo encubra un motivo subalterno. Carlos Soria ha sido y en cierto sentido presumo que aún es, un comunista, un militante. Esos perfiles no son los míos, así que hablar de Carlos me libera de la tentación de exaltar los atributos ajenos para indirectamente enaltecer los propios.
Carlos Soria está aún en edad y en condiciones de aportar al país, como hace en su columna de La Razón. Me lo refregó hace unos días, sin querer. Él me explicó que la metalurgia en tiempos del expresidente Ovando se forjó con ayuda de Alemania Occidental, no de la Unión Soviética. Me apresuré a corregirle que se trataba, obviamente, de Alemania “Oriental”. Y recibí su inmediato retruque de profesor, subrayando: “Ojo: Alemania Occidental”.
Hay casos, pero contados, de vidas dedicadas a los libros o a la política que, como ésta, no se subordinan al éxito, al acomodo o al exhibicionismo. Por ejemplo, Carlos Soria es de izquierda, pero no se eximió (como otros) de la crítica directa al anterior régimen. Y hoy, con el mismo valor cívico, cuando tantos que reinaron con Evo se alistan entre sus acusadores, Carlos elige de nuevo su talante y sus ideas, ponderando lo que halla ponderable del anterior gobierno. Igual que cuando, como miembro de la Juventud Comunista de Bolivia, vio a sus camaradas caer en la selva, pero no escogió ensalzar su propio camino reprochando el ajeno, sino más bien ayudando a entenderlo.
Hace unos años Carlos Soria presentó un libro sobre la guerrilla del Che que propició Página Siete. Al oír mi rechazo a la deriva guevarista, él se permitió una admonición. Más allá de nuestra divergencia y contra mi agrio escepticismo, a él le era relevante allí la dimensión del “hombre nuevo” como sueño ético, incluso desprendido del ideal guerrillero y quizá –deduje yo– más bien religioso. Así lo percibí en su tono benigno como el de quien va seguro de que lo que dice basta como para, encima, enfatizarlo.
Carlos Soria Galvarro ha abierto una senda entre nosotros sin afectación, ofensas o mezquindad. No dudo de que la política le dejara errores, faltas y críticas, pero igual su paso es una pauta de que se puede encarar la vida pública fuera de la egolatría, el bolsillo o la discordia. Y, por eso, si es cierto que “honrar, honra”, en la izquierda y en la derecha se haría bien en mirar más a personalidades así. Nos acercaría a ser esos que, a veces, desearíamos ser.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.