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Sin embargo | 01/03/2024

Candidatura negociada; programa Frankenstein

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

La economista Amparo Ballivián ha sorprendido a muchos con su propuesta (Brújula Digital 26|2|24) de precandidatura a la presidencia (sí de la República) motivada, dice, por su angustiosa preocupación de que la democracia boliviana está en “peligro de muerte” y que, si no hay un candidato único, Bolivia vivirá “una noche política de décadas”.

Los gobiernos del MAS han llevado la economía a pique, han agotado las reservas, ordeñado el BCB a través de créditos al sector público de dudoso repago, corroído los cimientos de la institucionalidad, engordado el monstruo de la corrupción, prostituido aun más la justicia (¿sigo?), pero no han dañado el componente electoral de la democracia más que otros partidos de nuestra historia.

Para algunos, la democracia funciona mal cuando produce resultados que no les gustan, pero no se puede decir que Arce no haya sido elegido democráticamente y, si creemos en la democracia, debemos aceptar los caprichos de la voluntad popular; nos gusten o no. ¿No es eso democracia? ¿Acaso hay unas mayorías mejores que otras? De hecho, si la democracia no funciona mejor aquí es en parte el costo de más de 100 años de Gobiernos que no se empeñaron en crear una cultura y condiciones de igualdad, tolerancia e inclusión.

Hay en parte de las élites una forma de indignación con los desmanes del masismo no porque estos causan un daño al bien común que es la patria, sino como si unos intrusos hubieran pisoteado su jardín. Esas élites, que quieren todavía recuperar el control de la democracia para devolver el país al orden que les era conveniente, no reconocen que su media hora ya terminó y, que, si ahora quieren contribuir, deben jugar el papel de minoría catalítica; un desafío no trivial, pero no imposible.

Se aplazaron las élites, como se está aplazando el masismo, y ahora ambos deben ceder espacio para la Bolivia del futuro; la que construirán el oriente y las grandes clases medias mestizas. Para eso deberán encontrarse en una sola visión de país e integrar al mundo indígena y alzar sus voces a través de partidos y candidatos. Mientras esto no suceda, ante la ausencia de opciones de la llamada oposición –unida o dividida–, el país marcha hacia una nueva gestión del MAS como toro en el matadero.

Dicho lo cual, si tuviera que elegir un candidato por sus méritos, Ballivián es una persona íntegra, con fuerza de carácter, capacidad y conocimiento y que, comparada con los demás precandidatos conocidos, está sin duda está entre los mejor calificados. Sin embargo, no escribo para adelantar mi voto hipotético, sino para señalar que, aunque ella se dice preocupada por nuestra democracia –y no lo dudo–, lo que propone con lujo de detalles es paradójicamente antidemocrático.

En un artículo anterior señalé que el proceso de elección de un candidato único mediante un contubernio en que unos pocos lo eligen, ya sea a través de una negociación, por sorteo o por ruleta rusa (hasta que solo quede uno), es antidemocrático porque la decisión de esos pocos les roba la opción a los ciudadanos que querían votar por otro de los candidatos.

El segundo aspecto antidemocrático de la propuesta es que ignora el papel que deben jugar los partidos políticos como responsables de recoger los anhelos de la población y transformarlos en distintas opciones de programas de Gobierno. Los partidos no son, o no deberían ser, como camisetas que se pueden vestir o cuyos colores se pueden combinar a gusto.

Al respecto, se puede adoptar la posición cínica, aunque sin duda realista, de que ni los partidos consolidan anhelos en programas ni la gente vota por programas sino por personas. Pero si es así, Ballivián podría ahorrase el trabajo de elaborar sus “50 soluciones para empezar bien el Tricentenario”, pues nadie votará por ella o por otros basado en propuestas, por mejor pensadas que estén por sus “expertos en cada área”. Es una distorsión elitista suponer que la población vota por programas de Gobierno. Estos son saludos a la bandera obligados por una fórmula democrática, y en cada elección nos prestamos a la farsa de los programas.

Sin embargo, asumir, como cosa de principio, que los programas de los partidos son irrelevantes o pueden ser fusionados como quesos en una fondue, es trivializar la cuestión. Me pregunto si ella, sola y sin partido, cree que con sus 50 soluciones en mano convencería a Antonio Saravia de abandonar sus radicales banderas libertarias o este a Carlos Mesa de renunciar a sus principios humanistas. Si por un milagro lo hacen, tendríamos un programa Frankenstein resultante del toma y daca; no de una visión coherente de país.

Con todo, me parece que se equivoca quien supone que Ballivián se propone como precandidata porque cree que será elegida. La única lectura compatible con su inteligencia es que ella, poniendo patria por encima de ego, está dispuesta a quemarse para lanzar un proceso que, aunque esté democráticamente equivocado, no está desprovisto de motivación patriótica y genuina preocupación por el futuro del país; preocupación que debemos compartir todos los bolivianos.

Nada más por esto, si no llega a tener nuestro voto, merece al menos nuestro reconocimiento. Desde luego tiene el mío. 



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