Las primeras encuestas sobre las próximas elecciones presidenciales proyectan una posible segunda vuelta entre dos opositores. Un hecho inédito, pues no solo sería la primera vez que la elección nacional se decidiría en un ballotage, sino que, después de 20 años de hegemonía del masismo, esta corriente política se quedaría fuera de la definición final, por lo que los distintos analistas políticos concluyen que estamos frente a un cambio de ciclo político.
Sin embargo, el cambio que afrontará Bolivia se asemeja más a un cambio de época que sólo al cambio de corrientes políticas en el ejercicio del poder, y es muy importante que quienes aspiran a gobernar al país entiendan esto si quieren conectar con las nuevas realidades nacionales e internacionales.
El cambio de ciclo, que seguramente se comprobará en las urnas, tiene explicaciones claras. Unas crisis económica que ha destruido todo el relato de la propaganda oficialista de las últimas dos décadas. La implosión del oficialismo en una lucha canibalesca por el usufructúo del poder, al que se acostumbraron y en el cual se corrompieron, perdiendo en el camino cualquier base de discurso ideológico o, peor aún, cualquier fundamento ético para su proyecto político, y el descredito de sus principales lideres. Tanto de aquellos que derrocharon en el populismo estatista los mayores ingresos económicos de los últimos 100 años, como los que, aún con caras jóvenes, continúan representando modelos viejos y fracasados.
Quizás el principal motivo que fundamenta el cambio de época es una Bolivia mayoritariamente urbana, que habiendo superado el 80% de la población viviendo en las ciudades y áreas metropolitanas, se encamina ya hacía el 90% de residencia urbana, hito al cual seguramente llegaremos en los próximos 10 años.
Frente a esta realidad, obviamente todo el discurso ideológico que ha marcado la Bolivia posterior a la Guerra del Chaco, desarrollado en función de la realidad mayoritariamente campesina y minera, pierde mucho sentido, puesto que para la gran mayoría de la población gran parte de sus problemas diarios tienen que ver con los desafíos que plantea la vida citadina, tanto en lo individual como en lo colectivo. En lo que queda del siglo XXI será fundamental modernizar la institución y la gestión municipal, que es donde se enfrentarán los principales retos para la vida de la gente.
Temas como la generación de empleo, vivienda, transporte público, educación, salud, saneamiento básico y seguridad ciudadana son y serán centrales para resolver los problemas que realmente le importan a la gente.
Un segundo motivo es que más allá de nuestros conflictos y problemas políticos, la modernidad ha llegado y la mayor parte de la población está interconectada con un mundo que avanza vertiginosamente hacía una economía y hacía una sociedad digital. No solo hay más celulares que personas, sino que la mayor parte de estos son smartphones, con lo que la interconexión, incluidos en los estratos de menores ingresos, es una realidad muy diferente. Cada persona se comunica y expresa de forma prácticamente autónoma, con lo cual las corrientes de opinión publica se generan y transforman con una rapidez casi imposible de acompañar para quienes procuran gobernar las sociedades modernas o, incluso, para quienes pretenden liderar la opinión publica
Es por ello por lo que no solo a los dirigentes políticos, sindicales y sociales y a las instituciones, en los cuales basaron su poder e influencia, como los partidos, sindicatos y asociaciones, les costará tener cada vez más cabida y ubicar su espacio en la sociedad moderna. A los mismos comunicadores, periodistas y analistas les cuesta también, no solo situarse, sino sobrevivir como referentes relevantes de la sociedad.
Quien hubiera imaginado, por ejemplo, que en La Paz, sede de gobierno y ciudad política por definición, en los hechos, ya no exista un periódico influyente y que los pocos que quedan en el país se han tenido que transformar en portales web para continuar existiendo. Incluso buena parte de los periodistas más conocidos, de los pocos que continúan activos, viven compitiendo con los “influencers”, en su mayoría jóvenes nativos digitales que no han necesitado estudiar comunicación y se proyectan desde las redes sociales.
Y un tercer motivo, quizás el gran problema irresuelto de Bolivia desde su fundación, el de la descentralización y las autonomías o, en el fondo, el de la discusión federal pendiente, de la cual el país centralista viene huyendo desde fines del siglo XIX, desconociendo las bases de su fundación, en la cual se unieron regiones y comunidades tan distantes y diferentes entre sí.
Obviamente, en la época de la Inteligencia Artificial, en la cual cada persona puede interconectarse con el mundo e interactuar en su comunidad con mayor libertad, el centralismo es totalmente inviable y solo nos llevará a nuevos y recurrentes conflictos.
Un cambio de época marcado por profundos desafíos y al mismo tiempo por grandes oportunidades.
Oscar Ortiz fue senador y ministro de Estado.