Bolivia no está condenada por naturaleza, sino por decisiones equivocadas y mediocres que aún pueden revertirse. Recuperar la esperanza exige, entre otros, coraje e integridad política, meritocracia, modernización del Estado.
Brújula Digital|12|08|25
Carlos Jahnsen
Después de casi dos décadas de promesas incumplidas, corrupción sistémica y un manejo económico que estrelló al país contra la pared, Bolivia enfrenta una disyuntiva histórica: seguir hundida en la mentira, el saqueo, la dependencia y la miseria del masismo o levantarse para recuperar su dignidad y su futuro.
La crisis económica actual en Bolivia no es una tormenta pasajera ni un fenómeno global fuera de control; es el desenlace inevitable de un modelo agotado, ideologizado y corrupto que durante casi dos décadas se sostuvo con ingresos extraordinarios del gas y en una narrativa populista que confundió consumo y despilfarro con desarrollo. El MAS heredó una oportunidad histórica para diversificar la economía e integrarla al mundo, pero la dilapidó en subsidios, gasto corriente y propaganda.
Del auge a la ruina masista
Desde 2005, Bolivia adoptó un modelo de hiperactivismo estatal: tipo de cambio fijo como ancla, subsidios generalizados y gasto público sin disciplina. Mientras los precios internacionales del gas fueron altos, el modelo sobrevivió, pero al caer exhibió su fragilidad. Las reservas internacionales pasaron de más de $us 15.000 millones a menos de $us 2.000 millones.
El gobierno quemó divisas para sostener un dólar ficticio (Bs 6,96) mientras en el mercado paralelo se pagaba más del doble. Esa brecha no es un tecnicismo, es prueba de que el Estado perdió credibilidad, rumbo y transparencia. El ancla cambiaria, que países como Vietnam usaron para atraer inversión y expandir exportaciones, aquí se degradó a escudo propagandístico para evadir reformas ineludibles.
El fraude del crecimiento vía consumo
El modelo sofocó al sector productivo, desalentó exportaciones, expulsó inversión y saturó el mercado interno con importaciones baratas financiadas con dólares ya inexistentes. No fue error técnico, fue una decisión política para sostener un espejismo de bienestar inmediato, confundiendo consumo con desarrollo. El país gastó sin construir capacidad productiva, creció en apariencia, pero no en competitividad ni diversificación industrial, y hoy carece de reservas para enfrentar la tormenta que el propio modelo generó.
Colapso económico y moral
La crisis ya no es solo macroeconómica, es estructural, institucional y moral. El Estado ha cedido amplios espacios al narcotráfico, cuya economía –equivalente al 2% -3,5% del PIB, entre $us 1.500 y 3.000 millones anuales– compite con las exportaciones de gas. Este poder ilícito se incrustó en los poderes del Estado blanqueando capitales en circuitos formales y erigiéndose en sostén invisible de un modelo en ruinas.
La corrupción devora cerca del 6% del PIB y sitúa a Bolivia entre los países más corruptos de la región. Más grave aún, ha normalizado lo inaceptable, erosionando la moral pública, la ética de servicio y la confianza ciudadana. Bolivia enfrenta no solo un colapso económico, sino el derrumbe de su integridad colectiva.
Contraste internacional con Vietnam
La comparación entre la estrategia de desarrollo de Vietnam y la de Bolivia desnuda, sin matices, el desastre económico y social al que el gobierno del MAS arrastró al país. Mientras Bolivia cerraba su economía, se aferraba a un discurso anclado en la lucha contra fantasmas coloniales, bloqueaba mercados e inversiones y congelaba políticas en prejuicios y dogmas; Vietnam emprendía reformas pragmáticas y estratégicas: tipo de cambio fijo primero y administrado después, disciplina fiscal, apertura comercial, atracción masiva de inversión extranjera y desarrollo de industrias exportadoras.
Vietnam apostó por el futuro y ganó: reservas sólidas, moneda competitiva, pobreza reducida de forma drástica y sostenida, industrialización y tres décadas de crecimiento ininterrumpido. Bolivia, en cambio, quedó atrapada en su mezquindad política y su estrechez económica: escasez de combustibles e insumos, inflación reprimida, economía extractiva, informalidad superior al 80%, déficit fiscal crónico, un Banco Central sin margen de acción y pobreza en ascenso.
Mientras el gobierno de Vietnam planificó su desarrollo; el gobierno actual de Bolivia, con gran incapacidad, improvisa parches para administrar la crisis, sin un rumbo ni un plan estructural. El gobierno del MAS tiene miedo a tomar medidas estructurales necesarias y, de esa manera, perder el apoyo de ciertos sectores populares. Busca refugio en su ideología, que es igual a una inacción. Entenderá, más temprano que tarde, que la población no es tonta, que no se puede tapar al sol con un dedo.
Peligro de espiral devaluatoria e inflacionaria
La estabilidad económica que el MAS heredó se ha transformado en una incertidumbre colectiva con riesgos graves y crecientes. El dólar oficial está divorciado de la realidad. La brecha cambiaria se ensancha, las reservas líquidas están agotadas y el gobierno sobrevive con emisión monetaria y deuda interna. Cada día estas decisiones presionan la inflación, distorsionan los precios y empujan a más ciudadanos y empresas hacia la informalidad.
Sin reformas de fondo, Bolivia no solo coquetea con la espiral devaluación–inflación, está a un paso de caer en ella con consecuencias que pueden desbordar la economía y golpear de forma directa a toda la sociedad, de tal manera que la recuperación de los devastadores efectos de esa espiral tardaría muchos años
Conclusión: cambio o destrucción
Después de casi dos décadas de promesas incumplidas, corrupción sistémica y un manejo económico que estrelló al país contra la pared, Bolivia enfrenta una disyuntiva histórica: seguir hundida en la mentira, el saqueo, la dependencia y la miseria del masismo o levantarse para recuperar su dignidad y su futuro.
No basta un cambio de gobierno, se necesita un cambio de rumbo profundo y coherente que devuelva a la economía su base productiva, a las instituciones su independencia y a la sociedad su integridad ética. Es urgente terminar con el secuestro político y económico del Chapare, desmantelar las redes ilícitas que han colonizado al Estado y abrir oportunidades reales para todos los bolivianos.
Bolivia no merece ser un país mal administrado para beneficio de unos pocos y condenado para la mayoría. Merece una economía abierta, creativa, diversificada y competitiva. Instituciones que sirvan a todos no a mafias. Un Estado ágil que proteja la sostenibilidad y deje de asesinar a la Pachamama por ambición partidaria y sindical. Un Estado que inspire confianza, no miedo.
Este es un llamado urgente: Bolivia no está condenada por naturaleza, sino por decisiones equivocadas y mediocres que aún pueden revertirse. Recuperar la esperanza exige, entre otros, coraje e integridad política, meritocracia, modernización del Estado, mejora regulatoria, participación ciudadana, limpieza del sistema judicial, seguridad jurídica para la inversión y una estrategia de desarrollo de largo plazo que aproveche las oportunidades globales.
El desafío es grande pero no imposible. Con unidad, visión y voluntad, Bolivia puede romper el círculo de la decadencia económica y política, y abrir un nuevo ciclo de prosperidad, justicia y dignidad. Todavía hay tiempo. Bolivia late por un cambio profundo. Cada día sin actuar es una oportunidad perdida. Lo que está en juego es la dignidad, las oportunidades de mejora y la libertad. Bolivia unida puede.
Carlos Jahnsen Gutiérrez es economista PhD, consultor internacional.