En el escenario latinoamericano, donde la historia compartida suele pesar más que el porvenir, comienzan a sentirse señales sutiles –aunque aún incipientes– de un posible acercamiento entre Bolivia y Chile. La idea de reanudar relaciones diplomáticas, interrumpidas desde hace casi medio siglo, ha vuelto a instalarse con cierta regularidad en conversaciones políticas, académicas y empresariales de ambos países. No se trata todavía de gestos oficiales, ni de pronunciamientos institucionales, pero el clima se ha tornado propicio para analizar otra etapa.
Mientras las cancillerías mantienen la distancia, resulta significativo que sean los sectores académicos, diplomáticos y empresariales los que, en ausencia de directrices gubernamentales, estén generando espacios de aproximación. Prueba de ello son las recientes actividades del Consejo Empresarial Binacional, reunido tanto en Bolivia como en Chile, y los encuentros impulsados por la Fundación Konrad Adenauer, inspirados en la experiencia histórica de reconciliación entre Francia y Alemania. Bajo el sugerente título Una mirada con futuro, representantes no oficiales de ambos países han comenzado a explorar puntos de coincidencia y diálogo.
Uno de esos encuentros tuvo lugar el 11 de abril, en la sede de posgrado de la Universidad Católica Boliviana (UCB) en Santa Cruz. Allí, excónsules bolivianos –Walker San Miguel y Herman Antelo– y el excónsul chileno Milenko Skoknic, compartieron sus visiones ante un público atento de estudiantes, académicos y representantes diplomáticos. Sin solemnidades ni guiones, los panelistas coincidieron, casi espontáneamente, en la necesidad de encarar las relaciones bilaterales con un enfoque de pragmatismo estratégico.
Esta noción, desarrollada por el politólogo boliviano Eduardo Gamarra, profesor en la Universidad Internacional de Florida, propone una política exterior orientada por intereses concretos, más que por pulsiones ideológicas o consignas coyunturales. Presentada en conversación con el rector de la UCB, Óscar Ortiz, esta perspectiva sugiere que el país debe priorizar su inserción internacional a partir de objetivos nacionales claros, sostenibles y negociables.
No es un giro menor. Tras dos décadas de un enfoque marcadamente ideologizado, la política exterior boliviana ha terminado por aislar al país no solo de los principales foros multilaterales, sino también –y de manera preocupante– de sus vecinos inmediatos. Las relaciones con Argentina, Perú, Paraguay, Brasil y, por supuesto, Chile, han oscilado entre la indiferencia, el desencuentro o el silencio.
Con Chile, además, persiste un diferendo histórico que no ha encontrado solución, pero que tampoco debería ser excusa para mantener una relación congelada. Lejos de obstaculizar el desarrollo bilateral, el contencioso marítimo puede ser abordado —como bien lo señaló la Corte Internacional de Justicia en su fallo del 1 de octubre de 2018— dentro del marco de una buena vecindad. Si bien el tribunal concluyó que Chile no tiene una obligación jurídica de negociar una salida soberana al mar para Bolivia, dejó también abierta la posibilidad ética y política de que el tema continúe tratándose bajo otros esquemas.
En ese sentido, resulta llamativo –y a la vez lamentable– que en Bolivia los gobiernos del MAS no hayan formulado una estrategia post La Haya, ni construido una narrativa renovada sobre la relación con Chile. Pese a las promesas de una política exterior con visión de futuro, el tema fue relegado a la retórica protocolar del 23 de marzo. La inercia sustituyó al pensamiento estratégico. Una muy pobre cancillería.
En contraste, los actores que hoy están tendiendo puentes –académicos, empresarios, fundaciones– comienzan a hablar de promover la integración energética, modernización del Acuerdo de Complementación Económica ACE 22, transporte ferroviario, comercio transfronterizo y gestión compartida de recursos hídricos. Temas todos de interés mutuo, ajenos a la estridencia política, pero esenciales para la vida cotidiana de ambos pueblos.
Claro que aún quedan algunos obstáculos. Uno de ellos, no menor, es la exigencia de visado para diplomáticos bolivianos impuesta por Chile hace casi una década, como efecto de una imprudencia del canciller boliviano de entonces, David Choquehuanca y la intolerancia de su homólogo chileno, Heraldo Muñoz. Esta decisión unilateral, cuya razón de ser ya se ha desvanecido, podría ser revertida muy próximamente, según aseguran comentarios recogidos en el encuentro en la UCB. Sería, sin duda, una señal oportuna y elocuente de voluntad de diálogo.
Porque si algo enseña la experiencia, es que los pueblos que se anclan al pasado condenan su porvenir. Bolivia y Chile no están obligados a olvidar, pero sí a superar. El tiempo de las gestualidades ha pasado. Hoy, avanzar no es una opción noble, sino una necesidad estratégica. Y si en verdad soplan nuevos aires, que no se queden en brisa de ocasión. Que se conviertan, esta vez, en viento sostenido de futuro compartido.