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21/05/2024
Ágora republicana

Bolivia (sí) puede vivir del turismo

Carlos Hugo Molina
Carlos Hugo Molina

El cronista de la democracia, Agustín Echalar, para confundir a los despistados firma su columna como “Operador de turismo”, aunque también lo es. El domingo 19|05|24 publicó en Brújula Digital un estimulante artículo haciendo referencia a mi columna “Bolivia puede vivir del turismo”, colocándole un “no” entre comillas. Después de escucharlo en “¿Es posible reactivar el turismo?”, leer “Turismo en terapia intensiva” y otros textos, compruebo que sus palabras son la reflexión del maestro para que pisemos tierra, no cometamos más errores y “soñemos correctamente”, como diría Manuela Sáenz.

En las noticias compruebo la desconfianza colectiva, la crisis de empatía que dificulta plantear propuestas y que el turismo como instrumento no aparece en los discursos; verifico que la narrativa todavía no tiene un mensajero creíble, información contundente, un relato poético que enamore y lo más importante, una magia disruptiva que reflexione sobre la posibilidad de parir algo distinto.

Reconozco como ciertas las dificultades que plantea Agustín para sostener el turismo en un país sin políticas públicas y con una sociedad que se la escucha solamente cuando bloquea los caminos. Aceptando sus observaciones, creo que el desarrollo del turismo en Bolivia será posible si lo planteamos desde los instrumentos de la cohesión social y como resultado de un pacto colectivo que nos obligue a aceptar sus condiciones. Como conjunto humano, necesitamos del turismo para elevar nuestra autoestima a partir del reconocimiento de las riquezas culturales y naturales que tenemos. Requerimos del turismo para fortalecer empatía con el otro, tolerancia entre nosotros para practicarlas con el mundo que queremos nos visite. Necesitamos del turismo para vivir más dignamente distribuyendo entre todos, excedente económico y simbólico, utilizando su cadena productiva de base ancha.

No tenemos los 80 millones de turistas de Francia, 75 millones de España, 40 millones de México, cinco millones del Perú o cinco de Uruguay, pero nuestra gran extensión territorial, poca población y el vivir en un lugar en el que lo auténtico todavía existe, nos puede permitir construir un destino que compita; para ayudarnos, el Manifiesto de 170 académicos holandeses frente a la pandemia propuso “Reducir el consumo y los viajes, con un drástico cambio de viajes lujosos y de consumo despilfarrador, a un consumo y viajes básicos, necesarios, sustentables y satisfactorios”.

Con esa lógica, más allá de su oferta tradicional, Bolivia ya tiene atractivos como la pesca deportiva en el Itenez, café en las Misiones Jesuíticas de Moxos, Caranavi o Samaipata; tallados en la pascana de Pitágoras en San José de Chiquitos; singani en Camargo, chocolate en San Ignacio de Moxos y Baures, piña fresca en Ascensión de Guarayos, vinos de las bodegas Ay Juna y Barbacana en Tarija, ayahuasca en Pisatahua, el matrimonio entre paella y majadito con arroz y pato de Hapo, turismo ornitológico en la comunidad de Humamarca de Tiwanaku, Bicentenario y patrimonio en Sucre. El Paisaje Cultural Cafetero de Colombia nos ha enseñado cómo podemos posicionar la calidad del grano boliviano, masificar su consumo interno, incrementar las áreas de producción y ligarlas al turismo rural y a las rutas urbanas.

Recuerdo nuevamente la visita del alcalde de Santa Cruz de Tenerife Miguel Zerolo cuando el año 2002 nos dijo que el destino Chiquitos podía atraer mercados europeos interesados en cultura viva, naturaleza, historia, convivencia con culturas locales e incorporación de un valor universal como la música barroca misional; que era necesario desarrollar intensamente el turismo interno, nacional, de cercanía, que permita organizar la oferta local para adquirir capacidades de atención, servicio, seguridad y transporte; que debía producirse artesanía pues el valor del objeto adquirido en origen, es principalmente afectivo al ser realizado por manos locales y con su propia narrativa.

Humberto Eco, citando a Aristóteles en “El nombre de la rosa”, dice que “la risa y el humor tienen efecto liberador para vencer al miedo, al temor sembrado a los placeres que redimen, al miedo a la lógica y al conocimiento, al miedo que quiere el poder le tengamos… la risa y el humor, hacen a las personas libres!”.

Hay un número cada vez más grande de personas que trabajamos por construir una sociedad en paz consigo misma, abierta al mundo, y reconociendo en el Pujllay Yampara de Tarabuco, la fiesta de la Virgen de Chaguaya, el queso estirao tipo Oaxaca de Cuevo y el encebollado de hígado de Mario en el Mercado Central de Santa Cruz, instrumentos de placer colectivo que queremos compartir. Agustín, sigamos buscando los argumentos inteligentes que venzan la estupidez de quienes nos bloquean, física y mentalmente.



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