Carlos Hugo Molina, quien fuera una figura muy importante para la implementación de la ley de Participación Popular, que a mi entender marcó un cambio en la vida en Bolivia, está en una cruzada para fomentar el turismo; cree que nuestro país puede vivir de esa actividad, que tan bien conozco. Me siento en la obligación de reducir ese entusiasmo, sobre todo porque viene de una voz que respeto.
Vayamos por partes. Es obvio que a Bolivia y a muchos bolivianos le va a ir mejor si se implementan políticas que fomenten el turismo. Esta es una actividad muy simpática, que tiene una característica redistributiva. En cuanto a turismo interno, quienes viven en las zonas pudientes pueden ir a lugares empobrecidos y gastar allí su dinero. Pero un país no puede vivir de la redistribución de una riqueza que no existe, por lo que si queremos tomar en serio la idea de vivir del turismo, tiene que ser del que viene del exterior, y dentro de ese, de un turismo algo más caro que permita el financiamiento de infraestructura. (Existe turismo, que no es despreciable y que significa ingresos de divisas, pero que tiene un gasto tan modesto que no llega a aportar económicamente).
En realidad, el turismo que puede crear riqueza y sostener rutas y destinos, es el pagado por una clase media relativamente pudiente, la cual está concentrada en una pequeña parte del mundo. En efecto, los potenciales turistas no son muchos en el mundo y tienen cientos de opciones a nivel global; además, suelen tener poco tiempo. Los alemanes disponen de seis semanas de vacaciones al año, y son los que más, pero los que gustan viajar a destinos alejados no son la mayoría y, como dije, tienen cientos de opciones en los cinco continentes. Ese detalle es determinante para estructurar políticas de desarrollo ligadas al turismo.
Bolivia es básicamente un país muy bello, pero casi todos los países del mundo son bellos y todos son dignos de visitarse. Bolivia es un destino exótico, más exótico que Perú, y es posible que si se hiciera un gran trabajo de publicidad, podría ingresar al interés de una parte de las personas pudientes. ¿Pero cuántos días le dedicarán al país esos turistas? En el mejor de los casos serán dos semanas, en la mayoría tal vez solo cuatro o cinco días.
De ahí que creer que se puede implementar el turismo en todo el territorio nacional para vivir de este no hace sentido, no hay ni van a haber suficientes visitantes.
Si se quiere trabajar seriamente para implementar el turismo, se tiene que hacer un diagnóstico realista de la situación y de la potencialidad de esa actividad. Valdría la pena que nos veamos en nuestro hermano casi gemelo, Perú, con el que no nos podemos comparar porque tiene uno los destinos más apreciados del mundo: Machu Picchu. Lo que sí podemos hacer es ver sus logros, debilidades y frustraciones. Por ejemplo, en los últimos 20 años sus autoridades han tratado de consolidar una ruta al norte del Perú, pero no han tenido mayor éxito.
Bolivia tiene que hacer mucho para consolidarse como “modesto” destino turístico, tiene que dejar de emporcar su paisaje, tiene que proteger su medioambiente, tiene que dejar de afear sus pueblos y su campiña con construcciones sin terminar. Y tiene que lograr una paz social que haga que no existan bloqueos en sus carreteras. Pero aunque todo eso se lograra, igual llegaría poca gente.
Creo que vale la pena hacer el siguiente ejercicio: aspirar a tener la mitad de los turistas que llegan a Perú cada año. Y considerando eso, fijarnos en cuál es el porcentaje que genera el turismo en el PIB de ese país: no llega al 4%.