Hace unos días me tropecé con un escrito de un economista que a través de su entidad, realizan campañas duras en contra de los organismos genéticamente modificados (OGM), aludiendo a que se utiliza un “eufemismo” para introducir algo que ellos consideran el diablo mismo.
El autor que se enreda en una falacia, critica la visión simplista que algunos científicos tienen sobre la biotecnología. Sin embargo, la biotecnología es un campo complejo que requiere un enfoque multidisciplinario y un análisis crítico de los resultados. La ciencia no es dogmática y sus avances deben ser evaluados rigurosamente antes de ser implementados y en este caso, los OGM desarrollados con biotecnología llevan más de 20 años bajo esta evaluación y al día de hoy siguen sin presentar las catástrofes que señalan. Contraria es la promoción de una agricultura netamente orgánica, que ya llevó a Sri Lanka a un fracaso agrícola.
Más de 10 años de estudios han demostrado que los cultivos transgénicos pueden reducir el uso de plaguicidas y mejorar la resistencia a enfermedades. Además, la introducción de características como resistencia a sequías y heladas puede ser beneficiosa para la agricultura, como es el caso de la soya y trigo HB4, que ya se tiene aprobación para consumo en Argentina y recientemente, Brasil liberó el permiso para consumo humano del trigo con tolerancia a la sequía.
Se sugiere que la manipulación genética es una herramienta de control para las corporaciones y que no se puede confiar en la industria biotecnológica. La biotecnología es un campo que requiere y se apoya de la colaboración entre científicos en universidades, empresas y gobiernos para desarrollar soluciones efectivas. La regulación y supervisión de la industria biotecnológica son fundamentales para garantizar la seguridad y el bienestar público. Precisamente, no contar con un marco normativo y de gestión claro y basado en ciencia, sigue siendo un obstáculo mayúsculo para el desarrollo científico nacional.
Pero la parte que más sorpresa me provocó fue cuando el autor, luego de afirmar que biotecnología y OGM no son sinónimos, pasa a dar esta “aclaración”: “Biotecnología refiere a técnicas y procesos propios de la ciencia biológica para manipular y alterar artificialmente material genético, células, ADN y otros; mientras que OGM es un resultado o producto concreto: un organismo vivo salido de laboratorio” (Colque, 2022). Esta definición la recicló en otro escrito muy similar que salió este 2024.
Resulta que un OGM se obtiene con
herramientas de la biotecnología y esta disciplina trabaja con microorganismos
vivos y distintas moléculas y genes. Además, es algo que venimos haciendo hace
millones de años. Empezó por ensayo y error hasta llegar hoy a tener precisión
en cuanto a las modificaciones que se realizan, gracias al desarrollo científico.
Entonces, un OGM es producto de la biotecnología. Luego de haber conversado con pequeños y medianos productores, ellos quieren más que solo un par de semillas OGM, ya que cuando se les explica que la biotecnología abarca más, incluidos bioinsumos como bioestimulantes, controladores biológicos y hasta sustratos inteligentes, claro que piden que esta disciplina se desarrolle.
Pero esto no te lo contarán los expertos en recibir fondos desde el extranjero para armar campañas sobre una disciplina que claramente no comprenden y tampoco buscarán educarse. El mal de muchos en Bolivia, ser todólogo parece licencia suficiente para expresar incongruencias. Los que queremos construir en este país, seguiremos abogando para que Bolivia pueda desarrollar una política clara y basada en ciencia para el campo de la biotecnología y bioeconomía.