Estamos a pocos días de las elecciones presidenciales y muy al margen de los temas polémicos que rodean las mismas, quisiera nuevamente sacar un tema que lamentablemente pasa desapercibido en nuestro país. El 2016, el periódico Los Tiempos publicó una opinión de Gonzalo Maldonado Otterburg que ya mencionaba la importancia de este nuevo paradigma que está siendo considerado y adoptado por los países vecinos. Coincido con el autor de tal columna, en Bolivia no nos desprendemos del pasado y en medio de la incertidumbre no podemos ver un rumbo claro, muy a pesar de los planes 2025 que hayamos escuchado.
El pasado 7 de octubre de 2019, la Casa Blanca organizó la Cumbre sobre Bioeconomía de Estados Unidos. La misma contó con la presencia de los principales expertos en esta área en aquel país, además de funcionarios federales y líderes de la industria para discutir el liderazgo, los desafíos y las oportunidades de la bioeconomía de los EEUU.
La biotecnología representa el 2% del PIB de los EEUU. Ellos identifican que para seguir siendo un líder mundial en bioeconomía, deben fomentar un ecosistema que priorice la investigación innovadora, además de promover una infraestructura sólida, una fuerza laboral y un marco de acceso a datos.
Para Estados Unidos, la bioeconomía representa la infraestructura, la innovación, los productos, la tecnología y los datos derivados de procesos y ciencias biológicamente relacionados que impulsan el crecimiento económico, mejoran los beneficios de salud pública, agrícolas y de seguridad.
De manera paralela, la primera semana de este mes tuve la oportunidad, gracias a la Agencia de Cooperación Española, de ser parte de un curso introductorio sobre bioeconomía y biorefinerías, con participantes de Colombia, Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Costa Rica, Ecuador, Chile, México y España.
Argentina explicó que para los países en desarrollo y con una producción tecno-productiva existe un doble desafío que busca superar dos dilemas: superar la pobreza y lograr la inserción en la economía del futuro.
Para ello, los países como Bolivia deben considerar: 1) Los recursos naturales son limitados, pero abundan en los países como el nuestro; 2) La competitividad basada en la mano de obra barata tendrá un peso decreciente; 3) La educación y la recapacitación laboral se constituirán en cuestiones críticas y 4) El desarrollo de la cultura de innovación requiere políticas públicas consistentes.
Precisamente, varios participantes tuvimos una mesa abierta, donde se identificó que si hay países como Costa Rica que ya han construido su propuesta país en Bioeconomía, uno de los grandes obstáculos es precisamente la falta de voluntad política en cada uno de nuestros países. Casos como el de Argentina, Colombia, Uruguay y España, nos mostraron cómo es que han podido dar ya los primeros pasos a desarrollar estrategias, planes y hasta un cambio en la percepción de cómo debe ser la nueva educación profesional, para echar a andar un modelo de economía circular y posteriormente aterrizar en un modelo de bioeconomía que se adapte a las necesidades locales con un enfoque multisectorial.
Se hizo énfasis en la educación y el entrenamiento para establecer habilidades que permitan promover el crecimiento y el desarrollo. Rafael Aramendis de Colombia, ya ha encontrado que muchas de nuestras universidades en la región, siguen produciendo profesionales con un enfoque del pasado, cuando hoy se empiezan a necesitar profesionales con una visión más amplia y nuevas destrezas, como un agrónomo que maneje big data, o un bioinformático, que pueda desarrollar los sistemas para los equipos que se necesitarán en investigaciones relacionadas con la biotecnología.
Los resultados de la bioeconomía son increíblemente diversos, y las aplicaciones futuras son ilimitadas en términos de aplicación y valor, incluidas nuevas formas de tratar el cáncer; permitir nuevas metodologías de fabricación de medicamentos, plásticos, materiales y productos de consumo; reducir el uso de combustibles fósiles, obtener energía de la basura, reducir el desperdicio de subproductos de distintos procesos industriales, crear cultivos resistentes a plagas y enfermedades que además no necesiten plaguicidas ni de ampliar la frontera agrícola; y admite sistemas de información basados en ADN que pueden almacenar exponencialmente más datos que nunca.
La pregunta sin responder en Bolivia sigue siendo: ¿cuándo empezamos?
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología