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El Tejo | 17/07/2022

Bergoglio y el Obispo de Roma

Juan Cristóbal Soruco
Juan Cristóbal Soruco

En las últimas semanas el Papa Francisco ha hecho declaraciones polémicas y, al hacerlo, abrió, una vez más, la posibilidad de que su voz sea utilizada según el color con el que se las mira o también como un medio para atacar a la Iglesia. Además, ante la creciente polarización que se presenta en el mundo sus silencios también son aplaudidos o criticados.

La razón es que si normalmente es mucha la influencia que Roma tiene en el mundo y el Papa en su condición de obispo de Roma, Vicario de Cristo en la Tierra y pastor universal de los católicos, los que no lo son saben o intuyen que ese lugar del mundo es especial, particularmente en momentos de transición, crisis y cambios de paradigmas, esa influencia crece aún más.

Basta recordar el debate que sigue desarrollándose en el mundo sobre el papel que cumplió el Papa Pío XII durante la segunda guerra mundial y el nazismo, o la influencia decisiva del Papa Juan Pablo II en la caída del socialismo real y la contención a la Teología de la Liberación en América Latina.

A eso hay que sumar actualmente la revolución de las comunicaciones que permite seguir casi en forma instantánea lo que sucede en el planeta, las repercusiones que se suscitan y la actuación de la Iglesia frente a ello.

Así, la cobertura de lo que una autoridad religiosa y estatal como es el Papa hace cotidianamente es seguida con minuciosidad y, como tal, está expuesta permanentemente al escrutinio público.

Abona a esa exposición el dogma de la infabilidad del Papa, según el cual “cuando, cumpliendo su oficio de pastor y doctor de todos los cristianos, define en virtud de su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe o las costumbres debe ser sostenida por la Iglesia universal”. Cuando el Papa pronuncia una definición infalible, se dice que habla ex cathedra. La misma infalibilidad tienen las doctrinas expuestas con igual tenor por el colegio episcopal junto con el Papa (cfr. Código de Derecho Canónico, canon 749). Esta autoridad magisterial es la de declarar lo contenido en la Revelación, como precisa el mismo Concilio: “El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y expusieran fielmente la revelación transmitida por los apóstoles” (Pedro María Reyes Vizcaíno).

De ahí que es importante separar, en casos de polémica, las definiciones del Papa, como Obispo de Roma, sobre la fe católica, que los católicos están obligados a seguir y cumplir, con las declaraciones que el Papa hace como ser humano comprometido con la paz del mundo.

En ese ejercicio el Papa, como sucede en todos los ámbitos de la vida humana, actúa con una visión propia que se ha ido construyendo sobre la base de su creencia, conocimiento, los datos objetivos de la realidad, sus propias interpretaciones imbuidas de aspectos objetivos y subjetivos, confianzas y desconfianzas, experiencias pasadas, vivencias e informes de sus delegados diplomáticos y religiosos. Todo ello, reciclado por él mismo con su leal entender.

En ese contexto, mientras no se trata de cuestiones de fe, es lícito para los católicos no estar de acuerdo con la visión del Papa sobre determinados temas, sin dudar de su buena fe y de que trata de ser un mensajero de paz y no de guerra. Y así como unos estaban felices con la actuación de Juan Pablo II respecto al mundo socialista, hoy reniegan con el Papa Francisco por su papel frente, por ejemplo, al socialismo del Siglo XXI, y a la inversa…

El quid de la cuestión, creo, es separar al Obispo de Roma del Papa en cuestión sin necesidad de rasgarse las vestiduras, aunque a veces, como en estas semanas, el Papa Bergoglio haga declaraciones a mi parecer poco felices.

Juan Cristóbal Soruco es periodista



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