Los aficionados a la literatura ocultista, tipo el Libro de San Cipriano, podrán conjeturar si ese inadvertido y británico modo de forzar a Assange a ver la calle, fue una manera (inducida por un halo mágico) de simbolizar que a Assange no le espera la muerte, pero sí la prisión perpetua. Ése es el costo de pelear en las trincheras de guerras insondables, que conciernen a lo que la jerga llama el Deep State (“Estado profundo”) y su red de organizaciones frías y reservadas, por ejemplo rusas y estadounidenses.
Assange era ya previamente motivo de mis cavilaciones para esta columna. Hace semanas, su desairado y antiguo anfitrión, el presidente ecuatoriano Lenin Moreno, sufrió el pirateo de su teléfono inteligente. Si usted alberga el morbo suficiente, busque en Google la página anónima, relacionada a los INA papers, en la cual se hallan “dos respaldos completos de los iPhone y iPad del Presidente Lenin Moreno y de la Primera Dama Rocío González”.
Con esa intrusión telefónica se dieron a conocer mensajes, vínculos y fotos del círculo presidencial ecuatoriano. En unos casos, exhibiendo viajes de la familia de Lenin y sus gustos, para apelar al habitual contraste entre la vida simple de los electores y la de los allegados a la política, con la consabida impopularidad para el político afectado. En otros casos, develando supuestos sobornos pagados por la empresa china Sinohydro al antes vicepresidente Moreno, con un entramado de sociedades offshore que habría permitido los pagos y la compra de un departamento en Alicante, España.
Estas incidencias pueblan ya las noticias de medios de prensa internacionales. El presidente Moreno declaró a CNN Chile que la sociedad en cuestión pertenecía a un hermano suyo, no alcanzado por restricciones legales para ser titular de entidades offshore. Lenin culpó a sus enemigos de la invención de esta trama.
Más allá de las pugnas que obviamente alimentan esta gresca entre el presidente Moreno y el correísmo, se trata del primer caso público en que el teléfono de un mandatario latinoamericano es blanco de los hackers. Moreno acusó de esto a Assange, como prólogo al término de su asilo. Fuera de este escándalo, solo recuerdo la filtración de que conversaciones de la presidenta Dilma Rousseff, como algunas de Angela Merkel, eran interceptadas por los servicios de seguridad norteamericanos.
El pirateo del teléfono de Lenin Moreno demuestra a qué grado dar asilo a Assange supuso para la política ecuatoriana internacionalizar sus parroquiales contiendas y flaquezas, y en qué medida fue un genuino pacto con el diablo, justamente como los del Sanctum Regnum de los cultores de San Cipriano.
Moreno sabe ya el tipo de enemigos que ha ganado por revertir las temerarias ayudas que Rafael Correa proporcionó en su tiempo a Assange. Todo político relevante latinoamericano debería conocer ahora el riesgo de portar con inocencia un teléfono que almacena su información privada. Para una minoría, igualmente, es momento de repensar los peligros de hacer amistad con redes como las de Assange, con las que por lo visto no se rompe sin pagar un precio.
Por eso también me acordé de que leí, en mayo de 2018, en el periódico inglés de izquierda The Guardian, que entre el popurrí de visitas que el seguimiento a Assange anotó puntualmente en la embajada ecuatoriana, estuvieron las de un anterior canciller boliviano. Seguro que Assange no revelará sus confidencias, pero no sé si sus captores sean tan leales. Ésos son pues, los albures del esoterismo.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.