Las recientes protestas en contra de la jubilación obligatoria a los 65 años de edad tienen, no cabe duda, una motivación económica (las magras rentas del sistema vigente), pero también sicológica (la conciencia de estar más cerca al final del camino). Cuán cerca no lo sabemos, pero la ciencia ha progresado mucho en la predictibilidad estadística de la esperanza de vida individual con base en el estado general de salud, los antecedentes familiares y las enfermedades de base que arrastramos.
Hace un año, en el marco de controles médicos generales, visité a un geriatra, quien, con base en modelos sesudos aplicados a mis datos clínicos, me pronosticó 86 años como la edad más probable de vida. Tenía 76 y me vino a la mente la sentencia irrebatible de mi profesor de filosofía: “Cada día es un paso hacia la tumba”. Desde luego esa cita no es estática, sino que puede acercarse en la eventualidad de enfermedades seniles o accidentes en el camino.
No sé si fue por esas circunstancias o por las sombras freudianas que me acorralan cada vez que escucho discursar con fingida seguridad a muchas autoridades políticas, pero me acordé también de una práctica de mi colegio salesiano: los “ejercicios de la buena muerte”, que consistían en reflexionar sobre ese tránsito que a los 17 años me parecía tan lejano y etéreo, como es hoy imaginar cuándo YPFB publicará el dato de las reservas de gas.
La comedia/drama “Antes de partir” (The bucket list), con Jack Nicholson y Morgan Freeman, enfrenta la problemática de qué hacer si se conoce la fecha de vencimiento de la existencia. La respuesta de esa película es “darse los gustitos que no pudimos darnos antes”, pero es también una invitación a plantearnos la misma pregunta, aún sin ser millonarios como Nicholson en la cinta.
Unos cómicos –el humor, decía Umberto Eco, es el antídoto al pensamiento de la muerte– sugieren: “cásate con una dama … (dejo el gentilicio a la imaginación de cada lector); cada año te parecerá un siglo”. Otros humoristas (de color gris muy oscuro) sugieren no pagar las cuentas al médico que te dio un año de vida: así se verá obligado a darte más años para que puedas honrar la deuda.
Chistes aparte, a mí se me ocurren algunas sugerencias, al igual que a la gente común: por ejemplo, arreglar asuntos administrativos y legales pendientes. Pero, si se tratara de Derechos Reales o del catastro municipal tal vez 10 años no alcanzarían.
Luego, reconciliarnos con los amigos de antaño de los que la vida, por cualquier motivo, nos hubiere alejado. Tengo aún vivo el recuerdo de Carlos Villegas, ya enfermo, quien, al coincidir conmigo en un acto de reconocimiento que nos hizo la UMSA, se me adelantó en levantarse y darme un abrazo de reconciliación, sin importar quién de los dos había “perdido la brújula” de la política de hidrocarburos.
Asimismo, ¿por qué no deshacerse de cosas materiales, sobre todo libros, en favor de otros que pueden lograr un mayor provecho? He usado poco un precioso telescopio portátil que acabo de regalar a mi nieta Stella, para que mantenga despierta su pasión por la astronomía, así como espero que los alumnos de física aprovechen los libros científicos que doné a la biblioteca de mi instituto cuando me jubilé.
Tal vez algunos tengan pendiente un libro por escribir, un cuadro por pintar, un árbol por plantar, fotos por ordenar, pero con seguridad todos tenemos una familia con quien compartir más tiempo.
Si eres creyente –y ojalá lo fueras– dedica más tiempo a la oración y déjate examinar por el amor, para llegar a decir, como San Pablo a Timoteo: “he completado la carrera, he conservado la fe” (2Tim 4,7), que en griego rima hermosamente: tòn drómon tetéleka, tèn pístin tetéreka.