En las últimas dos semanas, Bolivia ha levantado la voz al mundo para denunciar un presunto intento de golpe de Estado contra el gobierno de Luis Arce Catacora. La canciller Celinda Sosa, además de hacerse la víctima ante la comunidad internacional, ha señalado como cabecilla de la sedición a Evo Morales Ayma, su antiguo líder y actual némesis.
Ante estas denuncias, en cualquier foro internacional serio, surgiría la pregunta obvia: ¿y por qué no aplican las leyes? ¿Por qué no detienen al instigador? La respuesta, por supuesto, es de manual. No hay agallas o, peor aún, no hay interés. Esto huele a teatro, montado con esmero para que el electorado crea que las únicas opciones son los “azules”, ya sea en su versión azul oscuro o azul claro, pero siempre azul.
Con las grandilocuentes denuncias internacionales sobre los disturbios domésticos, el prestigio de la diplomacia boliviana debe estar por los suelos. En todo caso, a estas alturas, ya es irrelevante pensar en repararlo o preocuparse siquiera. Los funcionarios extranjeros conocen demasiado bien a los actuales representantes del país; son personajes que entre sorbo y sorbo de café apenas hilvanan una idea coherente, pero que por instrucciones de La Paz insisten en repetir la cansina historia de los golpes de Estado que solo refuerzan una mala imagen para el país.
El episodio de fines de julio de este año sí parecía serio, con militares desplegados en la plaza Murillo y generales en posición. Todo lucía creíble, hasta que el ministro de Gobierno apareció en escena, golpeando los vidrios de los carros de asalto. La tragicomedia llegó a su apogeo cuando, en una entrada folclórica en los Yungas, los bailarines parodiaron la torpe operación con réplicas alegóricas de aquellos vetustos blindados de los años 70.
El general Juan José Zúñiga, cabeza del levantamiento y sus camaradas permanecen hoy detenidos, a la espera de una oportunidad para escapar de lo inevitable, la aplicación de la ley. Aunque, como en toda mala película, ya traman una defensa surrealista, alegando “insanidad temporal” producto de alguna droga que, según sugieren, los obligó a participar en este sainete militar.
Mientras tanto, doña Celinda ha desatado una fuerte campaña, primero, publicando en redes sociales sendas denuncias sobre un supuesto golpe de Estado e informando del envío de notas con el mismo tenor a organismos internacionales.
En sus cartas al secretario general de la ONU y a la CIDH, Sosa acusa a Evo de querer interrumpir el mandato constitucional, pidiendo elecciones adelantadas. Lo curioso es que ni la marcha fue lo violenta que se podía esperar, ni Evo pidió tal cosa. El líder cocalero simplemente no tuvo la fuerza que calculó, pues apenas llego a La Paz con menos de 10.000 manifestantes, todos bien pagados y alimentados. Al ingreso a la ciudad oteó el sombrío panorama y dio marcha atrás, se fue abruptamente al Chapare a cuidar sus tambaquíes, mientras Arce sigue perdido en su propio laberinto de incompetencia. Así que las notas diplomáticas de Bolivia estarán a la deriva, boyando, hasta naufragar en su propia intrascendencia.
Pero la campaña fue masiva. El pasado lunes, la Cancillería emitió un comunicado oficial denunciando las intenciones antidemocráticas de Evo Morales, para que su equipo diplomático lo difunda por el mundo. Y, al día siguiente, la Canciller interina convocó al cuerpo diplomático acreditado en La Paz con la misma finalidad. Seguramente los representantes de países y organismos internacionales habrán escuchado y salido del encuentro en silencio. No pueden opinar, pues sería injerencia en asuntos internos.
Y como colofón de esta tragicomedia, la Canciller Sosa se mandó la misma cantaleta en la sede de Naciones Unidas. Menos mal, en tan magno escenario, solo asistieron pocos representantes diplomáticos; se los podía contar con los dedos de la mano.
Doña Celinda no es Peter, el pequeño héroe de Holanda del cuento de William J. Bennett, ese niño que detuvo una inundación del dique usando su dedo para tapar un pequeño hueco que amenazaba con crecer e inundar. Aquí, el agua sigue entrando a raudales. El caos, la desinstitucionalización y la incompetencia del Gobierno no se resolverán viendo fantasmas de golpes de Estado, y mucho menos con denuncias vacías que la comunidad internacional escucha, pero ya no atiende.
Javier Viscarra es periodista, abogado y diplomático.