Los resultados obtenidos por el célebre Milei en las PASO argentinas han despertado hondos “wishful thinkings” en la muchachada de Calacoto y Equipetrol. Las más discretos, sobre todo en parte del círculo rojo, se contentan juntando las manos y elevando la mirada al cielo, ojaleándose en que en cualquier momento aparezca de la nada el mesías libertario bolita y los más ilusos afirman que ya llegó encarnado en un columnista cuyo nombre todavía no he podido retener y que solamente falta un empujoncito para convertirlo en candidato con posibilidades.
Debo confesar que yo también me incluyo en este selecto grupo, pero probablemente por razones distintas. Deseo sinceramente que Milei sea elegido presidente de la Argentina porque creo que pase lo que pase como producto de esa elección estaré más contento y satisfecho de lo que estoy ahora.
Yo creo personalmente que los “postulados” del libertarismo son inadmisibles, inviables, constituyen un retroceso de la civilización occidental y son incompatibles con mis convicciones liberales y democráticas y por tanto estoy persuadido de que si cumple con lo prometido le va a ir como en la guerra y va a salir montado en un burro, cosa que me alegraría mucho si no fuera porque el chiste puede venir acompañado de una tendalada de muertos y de un costo social monstruoso en un país que se ha empeñado sistemáticamente en demostrarse que siempre pueden hacerlo peor.
La otra opción, bastante más probable obviamente, es que el rato del rato, el fenomenal precandidato haga lo que pueda y lo tenga que hacer negociando con la vapuleada “casta”. Cumplirá a medias con un tercio de lo prometido y tendrá que hacerlo además dentro del implacable sistema político, que lamentablemente en el caso argentino está muy lejos del ideal de establisment, o de lo alcanzado en cualquier país serio.
En ambos casos, quedará claramente demostrado que los adefesios que plantea Milei en lo económico y en lo social son aberrantes e inviables, y eso probablemente sirva parcialmente para evitar que nuevas aventuras de ese tipo se repliquen en otros países.
Es decir, si hace las boludeces que dice que va a hacer, ratificará, con un alto costo colectivo y ajeno que los locos, los temerarios y los fanáticos siempre acaban estrellándose con la realidad, y eso puede ser un escarmiento saludable en tiempos en los que las frustraciones de la gente terminan haciéndole el juego a estas aventuras demenciales.
Si termina transando con la “casta” para salvar el pellejo y para que las cosas no se le vayan de las manos, habrá pasado de ser un demagogo a ser un populista de derechas más como los varios que hemos visto, y eso también me parece positivo, porque al final la gente se da perfectamente cuenta de eso y todos sabremos que delante nuestro pasó otro chanta, solo que esta vez de extrema derecha.
Ahora bien, si ocurre que el hombre cumple lo que ha dicho que va a hacer, y sus medidas funcionan como dice que van a funcionar y resuelve los problemas que tiene que resolver, también me alegraré. Se habrá demostrado de esta manera que los radicalismos si funcionan y que en realidad tenían que ser de derecha y no de izquierda (utilizo estas categorías anacrónicas solamente con fines descriptivos) y que toda la construcción intelectual liberal desarrollada hasta ahora estaba errada.
Y se habrá demostrado que la clave del futuro es un salto al pasado que en algún momento creímos haber superado. Habré perdido yo desde mis convicciones liberales, pero esa derrota no significará nada frente a la constatación de que todos estábamos equivocados y que la fórmula mágica era un retorno parecido a las leyes de la selva. Probablemente querrá decir que el mundo actual quiere eso y que, como vengo sospechando hace tiempo, las ideas que tengo son medio absurdas para la muchachada. En todo caso, me alegrará saber, en mi más profundo espíritu liberal, que había una solución allí dónde yo no la había visto.
Se acaba el espacio de esta columna y no hemos dicho nada de los mileis bolivianos. Si el abucheo no es muy intenso, prometo abordar el tema en la próxima.
Ilya Fortún es comunicador social.