¿Querían lluvia? Ahí la tienen, pero desbocada y despeinada, ni modosita ni disciplinada. Llega con fuerza y arrasa la precariedad urbana. El alcalde de La Paz dice que no es su culpa, porque no puede “parar la lluvia”. Lo que no dice es que no hizo en la época seca trabajos de mantenimiento y limpieza de bocas de tormenta y alcantarillas, así como mejoras estructurales. Se dedica a adornar plazas y pintar barrios “de mil colores”.
Este es un país donde las autoridades no tienen la capacidad cerebral de mirar el futuro. Apenas ven el presente e improvisan. La ceguera mental de los políticos es proporcional a su oportunismo, y aquí me refiero a autoridades nacionales, departamentales y municipales. Del gobierno central está todo dicho: deberían ser juzgados por haber llevado a Bolivia al colapso en 18 años de mala gestión. La autoridad departamental parece inexistente: el caso de La Paz es patético, con un gobernador dipsómano e inútil. Las municipales están en campaña electoral permanente y esto incluye no solo a alcaldes, sino a concejales, bribones y corruptos.
Hay dos estaciones: la de lluvia y la seca, y en ambas escuchamos lamentos de autoridades incapaces de planificar y realizar obras de infraestructura que prevean tanto las sequías extremas como las lluvias que derrotan la improvisación. “Ojalá que llueva”, repetían como mantra hace un par de meses. Sólo faltaba que sacaran sus tambores y bailaran en círculo entonando cantos rituales, con Choquehuanca, el pajpaku de la plaza Murillo, encabezando la danza. (No es broma, algunas autoridades hicieron rituales para que llueva). Seguramente el gobierno atribuía la falta de agua a alguna conspiración del imperialismo, en lugar de ver más cerca: la minería descontrolada y la deforestación galopante que se ha producido durante los gobiernos masistas, auspiciada por los decretos de chaqueo de Evo Morales y por la complicidad con bandas criminales de avasalladores.
Época seca: ¿han visto en algunas plazas los gaviones de EPSAS, para poner encima grandes tanques de agua? No los han retirado desde la crisis de sequía de 2016, los dejaron ahí con la certeza de su propia incapacidad para hacer obras de envergadura y garantizar la provisión de agua. Son el testimonio en piedra de la ineficiencia y de la falta de planificación. Parecen esculturas mutiladas, pero a nadie le importa porque nos hemos acostumbrado a vivir entre escombros. En Ciudad de México (y otras) se trae agua desde 100 km de distancia y se hacen grandes obras de infraestructura con una visión de 20 o 30 años hacia el futuro. Pero en la cabecita ignara de nuestros burócratas la planificación no existe, así que apuestan al desastre y simplemente ruegan que llueva para no dejar al desnudo su inoperancia estéril.
Este es el ciclo de la lluvia, explicado con chuis: los árboles funcionan como bombas de agua que succionan la humedad del subsuelo y la liberan en el aire a través de sus ramas y hojas. Hay árboles que pueden evaporar hasta mil litros de agua cada día. Esa cantidad, multiplicada por millones de árboles que todavía no han sido abatidos o quemados, permite que la humedad amazónica se transporte en la atmósfera como un “río volador” impulsado por los vientos y por el vapor de los océanos, hasta llegar a la cordillera de Los Andes donde las montañas lo reservan en forma de hielo y nieve, que luego alimenta los ríos y la tierra para la agricultura. Es un ciclo completo, cristalino para entender. Pero los depredadores no entienden porque no les da la gana. Y no sólo los “interculturales” y cocaleros avasalladores de tierras, tampoco entienden los empresarios soyeros y ganaderos que se benefician de la destrucción de los bosques. Y hasta los científicos se equivocan, pues habían predicho una larga “niña seca”.
Época de lluvias: la bendición del agua tiene su revés: castigo divino. Pedían agua, y la tuvieron: los ríos crecieron y se desbordaron, llevándose pedazos de plataforma asfáltica y destruyendo sembradíos. En las ciudades, los deslizamientos dejaron sin casas a ocupantes ilegales de terrenos deleznables. Pero nos salvamos otra vez de la sequía: se llenaron las represas de agua que alimentan La Paz con agua impotable, envenenada por la minería salvaje de cooperativistas (chinos o locales) que opera impunemente en las faldas de las montañas.
Las obras mal construidas (tanto edificios en las ciudades como caminos, puentes y cunetas en el campo), desvían los cursos naturales, alteran la conducta hídrica del subsuelo y ponen en riesgo las propias obras que no tomaron en cuenta el impacto ambiental. Después todos lloriquean cuando se hunden caminos y se caen casas y edificios. No se respeta ninguna norma de construcción, basta tomar el teleférico en La Paz para ver abajo el caos de la ilegalidad.
Cualquier estudiante sabe que la disminución de bosques es la causa de la ausencia de lluvias y de su violencia cuando finalmente llegan. El equilibrio natural que permite a los bosques crear humedad para que llueva y para que las montañas recuperen su cobertura de nieve, lo entiende un adolescente, pero no los ministros paquidermos y los técnicos ociosos de las instituciones estatales, tan frondosas en funcionarios públicos inútiles.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta