La cada vez más fuerte confrontación entre dos corrientes de la oposición olvidando que máximo a fines del próximo mes de octubre deberán sentarse a negociar, quieran o no hacerlo. Además, es frustrante que por esa pugna se abstengan de dar una clara posición político-ideológica sobre los hechos que están sucediendo y que claramente angustian a la ciudadanía. Peor aún, si ese silencio probablemente responde a las instrucciones de sus “marquetineros” (personajes que se encuentran entre quienes más daño hacen a los partidos políticos y a la política en general, al considerar que la ciudadanía es un objeto a manipular).
La corrupción que corroe todo el aparato estatal sin medida ni clemencia, y que se ahonda cuando incluso se trata de aprovechar la situación de desastre.
Comprobar que, pese a las advertencias, el gobierno terminó, nomás, sembrando nabos en las espaldas de los cochabambinos con el proyecto del tren metropolitano hoy convertido en un tranvía, en el que se va a invertir alrededor de 450 millones de dólares, comprometidos de la noche a la mañana en septiembre de 2014, sin que hasta ahora se pueda presentar un proyecto completo ni se cumplan normas como las medioambientales.
El acoso burdo –que ya se transforma en humillación– del MAS al municipio paceño, utilizando todos los resortes del Estado, en un intento de propiciar un golpe municipal y copar ese espacio de poder para enfrentar las próximas elecciones de octubre. No en vano, los principales desestabilizadores de ese municipio, que fungen de dirigentes del transporte y “cívicos”, ahora son candidatos del MAS a la Asamblea Legislativa Plurinacional.
El uso de la mentira como instrumento de política estatal, dando una perversa pedagogía cívica a la población, particularmente la joven, en sentido de que todo vale para prorrogarse en el poder. Probablemente en la semana que termina las autoridades han batido récord en decir mentiras, al extremo de que la última contradecía a la anterior.
Además, en esta semana las autoridades han utilizado en forma recurrente un lenguaje similar al de los voceros de las dictaduras militares (los semiólogos deberían aprovechar estas similitudes para realizar ilustrativos análisis). Tal vez la pieza oratoria que alcanzó clímax fue la del ministro de Defensa al decir que los opositores son unos “tipejos” (apostaría que el dignatario no conocía, al momento de usar el término, su significado) y que sofocados los incendios habrá ocasión de escarmentarlos. Algo así como dijo el general Hugo Banzer en su gestión dictatorial cuando pedía a sus “hermanos” campesinos que “castrocomunista” que encuentren se lo llevaran a Palacio de Gobierno…
Para remate, en esta semana ha resaltado el parecido cada vez más chocante entre personajes como el mandatario estadounidense y sus colegas ruso, venezolano, brasileño, incluso el nuestro, grupo al que se puede añadir al nefasto ex mandatario colombiano Álvaro Uribe, personajes que no dudan de conducir a sus pueblos a situaciones de violencia por satisfacer su deseo de mantenerse o retornar al ejercicio del poder.
Así, terminan siete días en los que he recordado el cuento de la Caperucita llegando a la casa de la abuela. El lobo ya se la había comido y para engatusar a la niña, se viste con la ropa de la abuela asesinada. Pero, los dientes grandes y los ojos de agente secreto formado en Panamá del lobo la ponen nerviosa… Y mientras el cazador y su estratega de campaña reflexionan sobre si entra o no a la casa de la abuela, el lobo aún tiene tiempo de engullirse también a la nieta… que es, en definitiva, lo que debemos evitar.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.