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Economía | 10/08/2023   05:01

OPINIÓN| “Capitalismo popular”: llamada de atención sobre la imaginación delirante de economistas liberales

El autor responde al analista financiero Jaime Dunn, que señaló en un artículo reciente que la economía debe ayudar a pasar de ser un país de "proletarios" a un país de "propietarios".

Foto: OIT

Brújula Digital |09|08|23|

Juan Pablo Neri Pereyra

Este texto es una respuesta a la columna de Jaime Dunn, publicada en Brújula Digital y titulada “Capitalismo Popular: Un llamado para una Bolivia de propietarios, no proletarios”.  En términos generales, el texto plantea que, en Bolivia, la mayor parte de la gente –sino toda– tiene una inclinación casi natural a defender la propiedad privada –concepto sesgado, como explico más adelante–. Ese hecho habría quedado demostrado en las protestas bolivianas organizadas contra las normas para el Fortalecimiento de la Lucha contra las Ganancias Ilícitas y la Ley 1386, que las dejaron sin efecto. Esta prefiguración lleva al autor a realizar una serie de afirmaciones que no tienen asidero en la realidad.

Inicialmente, sugiere que existe una postura general de la población, desde la economía formal e informal, contra un paradigma comunista/socialista/estatista/colectivista. Esta postura, por un lado, haría que la aplicación de este paradigma sea imposible; por el otro, daría cuenta del espíritu liberal, emprendedor de los bolivianos. No obstante, el autor se contradice afirmando que los ciudadanos fueron adoctrinados a que el Estado haga todo por ellos. Luego, retoma su argumento inicial para celebrar el espíritu emprendedor y liberal de la gente que participa en la economía informal o “capitalismo popular”, tomando la categoría de Nico Tassi.

Por último, vuelve a contradecirse señalando, primero, que la informalidad es consecuencia de un Estado omnipresente que desincentiva el emprendimiento formal; segundo, señalando que el capitalismo popular o informal debe y puede formalizarse, aceptando el “imperio de la ley”, es decir, la regulación estatal. Finalmente, el autor plantea una serie de argumentos pseudoantropológicos sobre el “capitalismo popular”, así como afirmaciones insidiosas como que los propietarios “no son destructivos, no arrojan piedras, no bloquean”; o que lo opuesto a su fantasía liberal de un país de “propietarios” da lugar a un “país de proletarios”. Hay tantos elementos sesgados en el análisis de Dunn que me centraré en los que considero más importantes.

Primero, en la inverosímil utopía de Dunn, todos los ciudadanos son propietarios, ergo capitalistas. Esto sugiere dos escenarios posibles: 1.- no existe estructura ni contradicciones de clases sociales, es decir, todos son capitalistas y emprendedores; 2.- o bien, una utopía fascista corporativa, en donde cada persona y/o grupo ocupa diligente y armoniosamente el lugar que le corresponde en el escalafón social. Suponiendo que se trate del primer escenario, queda claro que los economistas liberales deciden ignorar la historia y el funcionamiento del capitalismo stricto sensu. Para que existan “propietarios” (de los medios de producción), o sea capitalistas, tienen que necesariamente existir “no-propietarios”, o sea proletarios. Por lo tanto, un “país de propietarios” es, necesariamente, también un “país de proletarios”.

Segundo, la existencia de un extenso capitalismo informal en Bolivia no es el resultado del intervencionismo estatal como sugiere Dunn, sino de las políticas económicas neoliberales. Para entender esto hay que considerar que “neoliberalismo” se refiere al modelo económico que desmanteló los compromisos de clase del modelo liberal keynesiano previo. En el caso boliviano, los modestos intentos de promover una sustitución de importaciones y políticas de bienestar (que no es socialismo ni comunismo), fueron interrumpidos por las políticas de ajuste estructural en los años 90. Estas políticas dictaron, literalmente, que Bolivia debía especializarse en la exportación de materias primas, sobre todo gas, bajo la lógica liberal de “ventajas comparativas”. En consecuencia, se evitó el desarrollo de una base productiva formal capaz de absorber a la mano de obra; ergo, la mayor parte de la población tuvo que desplegar sus medios de vida en la economía informal.

Desde entonces, la lógica del libre mercado desregulado prevaleció, incluso a pesar de los intentos fallidos del modelo keynesiano criollo y puramente estético del MAS. En Bolivia, el giro neoliberal significó dar rienda suelta a relaciones capitalistas informales, la precarización del trabajo y la profundización de la dependencia primario exportadora. La economía informal, o lo que Dunn denomina capitalismo popular, se desarrolla y prolifera en los vacíos dejados deliberadamente por el Estado y por el mercado. Ninguno de estos fenómenos es resultado del comunismo, el estatismo o cualquier espectro que habita la imaginación delirante de los economistas liberales. Consecuentemente, el hecho de no atar cabos o realizar un análisis casuístico, deriva en generalizaciones basadas en principios sin comprobación.

Tercero, Dunn exhorta a la transición hacia “un nuevo paradigma que promueva la propiedad privada”, demostrando una comprensión sesgada del concepto, categorizando como “propietarios” a prácticamente todos, olvidando que la crítica de la economía política se refiere a propiedad de los medios de producción como mecanismo de exclusión social. Como sucede En Bolivia, por ejemplo, con el auge grotesco de una clase latifundista en el Oriente, que acapara tierra –privatizándola– sin regulación y con la venia del Estado.

Este “nuevo paradigma” sería remedio contra recetas viejas, ignorando por completo el hecho que las políticas económicas liberales han sido iterativas durante, por lo menos, las últimas cuatro décadas: ajuste estructural, políticas de austeridad, reducción del rol del Estado en la economía. En retrospectiva, es posible afirmar el fracaso de las viejas recetas por las continúan abogando los economistas liberales, en los términos de la cita atribuida a Einstein: “la definición de locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”.

Juan Pablo Neri Pereyra es antropólogo.





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